Guillermo Vega Zaragoza
Toda buena novela tiene el objetivo de explorar un misterio del alma humana, narrando el proceso de transformación de un personaje. El novelista no puede develarlo totalmente, por la sencilla razón de que le es imposible. Sin embargo, su obligación es explorarlo a través de la creación literaria de un mundo visto a través de los ojos de los que viven esas historias. En este sentido, la escritora María Elena Sarmiento se dio a la tarea de explorar el misterio de un personaje histórico en su primera novela: Jantipa, una de las mujeres que compartieron su vida con Sócrates, el más grande filósofo de la Grecia clásica.
Abundan aquí y allá las anécdotas acerca del mal carácter de esta mujer y del estoicismo con el que el filósofo enfrentaba sus exabruptos. Por eso, primero viene la pregunta: ¿por qué los contemporáneos de Sócrates trataban tan mal a Jantipa cuando se referían a ella? Incluso pensadores y artistas de siglos posteriores la denostaban por considerarla una esposa “desabrida, latosa e irritante”. Victor Hugo se preguntaba si Sócrates murió por haber bebido lentamente la cicuta o a Jantipa. Nietzsche diría que Sócrates se convirtió en el mayor dialéctico de Atenas gracias a ella, que al hacer irrespirable el ambiente en el hogar lo indujo a andar por las calles. Jacques Lacan la llamó “una arpía dura de pelar”.
Desde luego, los estudiosos podrán detectar en Jantipa ¿El gran amor de Sócrates?, publicada por Ediciones B, que allí están las ideas de Sócrates, pero es evidente que a la autora lo que más le interesaba era imaginarse cómo debió haber sido la vida de esta mujer —sencilla pero de carácter fuerte, sensible pero rebelde, sin educación pero ampliamente perceptiva e inteligente— al lado de un hombre como Sócrates, un “partero de almas”, un gran maestro filósofo, pero incapaz de ganarse el sustento y alejado de las preocupaciones cotidianas como dar el gasto para la manutención de su prole.
En su novela, María Elena Sarmiento recrea con verosimilitud y sencillez la realidad cotidiana de la entonces esplendorosa Atenas, la cual sin embargo ya empezaba a declinar. Conocemos los pormenores de la unión de Sócrates con Jantipa, quien al principio rechazaba al filósofo por su fealdad y edad avanzada, pero al que poco a poco fue aprendiendo a querer y que al final amó profundamente. Ahí están retratados los discípulos del maestro, sobre todo, el bello y veleidoso Alcibíades, a quien Sócrates adoraba. Nos enteramos de lo que sucedía y se chismeaba en la plaza pública ateniense, las intrigas y las maledicencias en contra del considerado entonces como “el hombre más sabio del mundo”, a quien acusaron de corromper a los jóvenes y de no creer en los dioses ancestrales, cuando en realidad lo utilizaron como chivo expiatorio, pues lo juzgaron porque dos de sus discípulos fueron tiranos que atentaron contra Atenas.
Resulta evidente la pertinencia de una novela como la de María Elena Sarmiento, no sólo por lo que respecta a la reivindicación de un personaje incomprendido por sus contemporáneos y a lo largo de los años, sobre todo en éste que ha sido considerado como “el siglo de las mujeres”. Pero más allá de su ejemplo —que resulta encomiable desde cualquier punto de vista— es necesario recalcar que Jantipa representa también la comprensión de la “atopía”, que es el sentimiento de malestar del individuo frente a la polis, a la ciudad, a la vida en común, pues nada de eso ha resultado —desde la antigüedad hasta nuestros días— el paraíso soñado o prometido que nos ofrecen las utopías. Es ahí donde radica la importancia de la historia de Jantipa en estos tiempos de liviandad y superficialidad, de egoísmo y violencia: la posibilidad de encontrar con valentía y carácter —a través del amor y la comprensión de nosotros mismos y de los demás— nuestro propio lugar en el mundo.