El año 1968 ha pasado a la historia mundial como un hito que transcurrida medía centuria se resiste a caducar. En el extranjero y en México, donde muchos septuagenarios gagás todavía no se cansan de gritar: “2 de octubre no se olvida”, fecha en que nació, dicen algunos huérfanos ideológicos, la “nueva democracia mexicana” que cada día es más cara y menos funcional, eso sí, dando pie para que nazcan “nuevos” partidos políticos que cobijan a “mesías tropicales” y sus huestes, formadas por  “chapulines” –del jefe a las mesnadas–, que saltan de una sigla a otra. O de los trasterrados que regresan de un exilio voluntario que nadie sabe quién costeó.  ¡Bendita democracia!

Así, México pronto “volverá” a ser “el cuerno de la abundancia” que tanto cantaban los jilgueros de la Revolución convertida en gobierno, y las novedosas promesas mesiánicas que curarán a los enfermos, salvarán a los leprosos, harán ricos a los pobres (y pobres a los ricos), y, sobre todo, perdonarán todos los pecados, siempre y cuando se le rinda pleitesía al “profeta cristiano”. Amén.

Cada quien guarda en sus recuerdos lo que 1968 significó para unos y otros. Aparte de episodios que marcaron mi vida personal y profesional (diplomacia y periodismo que no vienen a cuento). Nunca olvidaré, sin embargo, que el 2 de febrero de aquel año, los periódicos mexicanos y del resto del mundo reprodujeron en su primera plana una brutal fotografía que posteriormente sabría fue tomada por el fotógrafo estadounidense Eddie Adams: la citada placa captó el momento en que el general del ejército sur vietnamita, Nguyen Ngoc, con un revólver disparó en la cabeza a un prisionero Vietcong. Algo brutal. Cada vez que observo la foto, me salta el tremendo impacto de aquella guerra. Recién comenzaba la Ofensiva del Tet, de la que ahora se cumplen 50 años.

Las guerras de Indochina y de Vietnam (el nombre del mismo país solo que en diferentes momentos), marcaron profundamente a la sociedad francesa y estadounidense hasta lo más profundo de sus raíces. La derrota francesa en Dien Bien Phu fue traumatizante en Francia que motivó en 1954 el fin de la guerra colonial en Indochina. El lugar de los galos fue ocupado por los marines estadounidenses.

Catorce años después, en la noche del 30 al 31 de enero de 1968, la Ofensiva del Tet, que coincidió con el Año Nuevo lunar, el Vietcong ordenó una ofensiva sorpresa en Viet Nam del Sur, que sacó de sus casillas a las tropas del Tío Sam, que nunca pensaron que el Ejército de Vietnam del Norte tuviera la capacidad logística y de movilización de miles y miles de efectivos.

La presencia de los gringos en Vietnam había aumentado desde agosto de 1964, la “escalada” se dio por un incidente naval en el golfo de Tonkin: dos destroyers americanos se enfrentaron a la flota nordvietnamita. Nada impidió que el conflicto creciera. Desde febrero del año siguiente los bombardeos estadounidenses fueron sistemáticos; en junio de 1966, atacaron Hanoi y Haiphong. La intervención de las fuerzas terrestres norteamericanas en Viet Nam del Sur comenzaron en 1965, y a partir de ese momento, sus efectivos no dejaron de aumentar. Tropas surcoreanas, australianas y neozelandesas igualmente combatieron al lado de las de Vietnam del Sur. La Ofensiva del Tet contra Saigón y otros centros urbanos sur vietnamitas demostraron a Washington la potencia de su adversario.

En las primeras 24 horas los combates se libraron en más de un centenar de escenarios. Este fue el mes más sangriento para las tropas del Pentágono en Vietnam: 22,300 bajas mortales. El resto de 1968 siguió el mismo ritmo letal, con casi 17,000 soldados estadounidenses muertos.

Hay que decir que la guerra de Vietnam dividió profundamente la opinión pública estadounidense. Desde 1965 suscitó un movimiento de repulsa que creció incesantemente, lo que originó, al mismo tiempo, que se deteriorara, aún más, el prestigio internacional de la Unión Americana.

Aunque las tropas del Tío Sam y  las survietnamitas eventualmente pudieron contrarrestar la embestida comunista, la Ofensiva del Tet se convertiría en un punto de inflexión en lo que hasta Afganistán fue la guerra más larga de EUA. La cobertura directa por televisión de combates sin cuartel en la propia sede de la embajada estadounidense en Saigón y la sumaria ejecución de un sospechoso del Vietcong –citada líneas atrás–, sirvieron para dejar en evidencia tanto el horror de la guerra como los límites del poder de Washington en el pulso más caliente de la Guerra Fría.

Quizás una de las consecuencias de esta guerra fue la cobertura periodística de la Ofensiva Tet, lo que supuso un antes y un después para la opinión pública de EUA. Por primera ocasión, el cuestionamiento de la guerra se convirtió en un fenómeno a escala nacional, y podría decirse, hasta internacional. Una oposición alimentada por listas de bajas con 500 muertos semanalmente y las dudas de muchos periodistas, como las de Walter Cronkite, alimentaron el caldero.

 La ofensiva Tet técnicamente fue una derrota para Vietnam del Norte. Pero, desde el punto de vista de la guerra televisada a los hogares estadounidenses, era imposible no  empezar a percatarse del desastre en ciernes y de todas las mentiras –costumbre que ahora vemos que Donald John Trump no es el primero en abusar– utilizadas por la Casa Blanca a lo largo de la espiral bélica en Vietnam. Desde ese momento cambió la percepción sobre un conflicto que se inició con un perfil casi clandestino durante la administración de John Fitzgerald Kennedy hasta llegar a la masiva implicación militar de la administración de Lyndon Baines Johnson, el sucesor del infortunado –aunque carismático– esposo de Jackie Bouvier.

Antes de la Ofensiva del Tet, el gobierno del texano Lyndon Johnson –que hacía honor a su origen utilizando elegantes sombreros Stetson llamados “texanas”–, había intentado argumentar que se estaba ganando en Vietnam y que los sacrificios asumidos en vidas y tesoro estaban plenamente justificados. Después del Tet, el sucesor de Kennedy no tuvo más remedio que rechazar la petición del Pentágono de enviar 200,000 efectivos adicionales a la “carnicería” vietnamita. De tal suerte, empezaría una desescalada gradual que culminaría con la retirada de las tropas del Tío Sam en 1973 (una forzada “paz con honor”, según la retórica de Richard Milhous Nixon) y la caída irremediable de Viet Nam del Sur en 1973.

La batalla más cruel de aquella ofensiva tuvo lugar en Hué, la capital histórica, que cuenta muy bien el periodista estadounidense Mark Bowden, en su libro Hué 1968, impreso por Editorial Crítica, traducido por Joan Andreanó-Weyland. En esta obra, documentada profesionalmente en entrevistas, crónicas periodísticas e informes militares, Bowden cuenta: “Hacia enero de 1968, el apoyo popular a la guerra disminuía, pero la oposición a ella seguía formando parte de una minoría en la política estadounidense. A finales de febrero ya era la corriente mayoritaria…El punto de inflexión fue la ofensiva del Tet y esta batalla fue su episodio más desgarrador. Tras el Tet ya nadie especulaba con ganar rápida o fácilmente la guerra. El debate nunca volvió a centrarse en cómo ganarla sino en cómo abandonarla. En un sentido más amplio, el Tet supuso el primero de una serie de profundos golpes a la fe de Estados Unidos en sus dirigentes”.

Michael Herr, uno de los más connotados cronistas de la guerra de Vietnam –citado por Guillermo Altares, en su artículo “La noche que EE UU perdió la fe en que iba a ganar la guerra de Vietnam”– escribió: “En los días peores, creo que nadie esperaba salir vivo de ahí”…(el coste humano de la ofensiva resultó espeluznante) los heridos llegaban a centenares al hospital provincial de Can Tho”.

En fin, bien explica Guillermo Altares: “La batalla de Hué y la Ofensiva del Tet –durante la que murieron 37,000 personas, 4,000 de ellas soldados estadounidenses–, representaron una derrota para Viet Nam del Norte, pero lograron cambiar el curso de la guerra y demostrar que en cualquier momento podían atacar en cualquier lado. Sobre todo, demostraron que el gobierno de Estados Unidos…no había parado de mentir sobre el desarrollo del conflicto”. Tal parece que la mentira es consustancial a las declaraciones de los mandatarios de EUA. El caso de Donald John Trump no es sino la confirmación de lo que han hecho algunos de sus antecesores en la Casa Blanca.

De hecho, la guerra de Vietnam la empezó a perder EUA desde antes de la Ofensiva del Tet. El cine y la televisión lo han demostrado así. Como simple referencia, hay que ver Apocalypse Now (1979), de Francis Ford Coppola, quizás la mejor del tema, o la más reciente, Los archivos del Pentágono, de Steven Spielberg.

En 1976 el país se reunificó. Ahora, Vietnam y EUA “son amigos”, pero hace 50 años la lucha entre ambos era a muerte. ¿Para qué tanto derramamiento de sangre? VALE.