Terminó la denominada precampaña. Ingresamos en otro interregno, una especie de pausa que tampoco será respetada por lo equivocado de su creación; seguirán los tres candidatos impulsados por tres coaliciones de tres partidos, en estas tres etapas de campaña, sin olvidar a los tres candidatos independientes que incidirán en el equilibrio de la contienda electoral; continuará la guerra sucia, particularmente en las redes sociales; y, como no lo permite la ley, tampoco habrá propuestas concretas para la solución de la problemática nacional que se centra en tres temas: inseguridad, corrupción y economía, a su vez vinculados a elementos internos y externos.

Por su parte, el INE no ha sido capaz de explicarnos qué pueden hacer, o no, los candidatos a diversos cargos de elección popular, durante esta etapa que concluye el 29 de marzo. Es un verdadero mundo al revés, lleno de confusiones e incongruencias y sujetas a la interpretación de quienes tampoco entienden el supuesto espíritu de la ley. Esta situación la aprovechan los partidarios de López Obrador, quienes se dan por vencedores, dada la corriente generada por los medios y por los encuestadores, que dicen que ganará “ya sabes quién”, aunque nos lleve la “ya sabes qué”.

Anaya —envuelto en la corrupción y la soberbia— tiene que juntar el agua con el aceite a la hora de la verdad y la definición, en esa mezcla incomprensible de partidos que lo apoyan.

José Antonio Meade debe hacer a un lado a los inexpertos y soberbios técnicos que lo acompañan y simplemente ser espejo fiel de sí mismo; pues intentar cambiar será absurdo, su fuerza está en la honestidad, en la sencillez y en el talento. Sin embargo, hay que cerrar las heridas de todos aquellos miles de militantes que no obtuvieron la candidatura que esperaban en los municipios, en los estados, en los congresos locales y en el Congreso de la Unión; hay que tenderles la mano y hacerlos sentir, como lo son en su mayoría, valiosos militantes de sus partidos, incorporándolos con una representación a los diferentes escenarios del proceso.  Hacerlos a un lado, despreciarlos —como lo suelen hacer quienes se encuentran en la cúpula de las decisiones— no solo es estúpido, sino suicida; es tiempo de hablar con todos y convencerlos de que el candidato Meade está en posibilidades reales de ganar la elección.

A la iniciativa privada —cuyo interés se centra en el enriquecimiento— hay que recordarle que sí quieren mantener la estabilidad económica tendrán que salir a defender el empleo y la inversión, junto con sus trabajadores, a partir de una actitud menos mezquina y altanera; esos miles de empresarios, pequeños, medianos y grandes no pueden abstenerse de una participación activa, pues también son ciudadanos y deben actuar como tales.

Los sindicatos y ligas de comunidades agrarias campesinas tienen que convencer a sus militantes de salir a votar por su candidato, sin embargo, no lo harán mientras se sientan despreciados y abandonados de sus supuestos dirigentes; claro que el PRI y sus aliados pueden ganar, pero para ello tienen que levantar la cara, defender los principios y realizar un serio ejercicio de autocrítica y retroalimentación.

No hay nada escrito, el destino manifiesto no existe en política electoral; es tiempo de actuar con inteligencia y con una estrategia, más allá de los supuestos expertos y de quienes desde una plataforma situada en el olimpo, no tienen nada que ver, ni conocen la realidad de la actitud de un pueblo que está esperanzado de encontrar un mejor camino.