Andrés Manuel López Obrador no quiere una Constitución moral. Lo que busca es una nueva carta magna redactada por él, aprobada por una asamblea constituyente que él mismo elegiría para tener plena garantía de que el texto responde a sus necesidades políticas.
Hasta allá se atrevió a ir el encantador de ingenuos el día en que rindió protesta como candidato a la Presidencia de la República por el Partido Encuentro Social (PES).
El contenido religioso cristiano del evento fue una mera engañifa para ocultar su verdadera intención: ir construyendo un ambiente favorable para sustituir la Constitución de 1917 —consecuencia de una revolución social— por otra que, llegado el caso, sería producto de un solo hombre.
Los “filósofos, antropólogos, psicólogos, especialistas, escritores, poetas, indígenas y líderes de diferentes religiones” que participarían en su elaboración serían cuidadosamente seleccionados por su majestad y se limitarían, como hoy sucede en su gabinete virtual, a plasmar las comas y los puntos dictados, exclusivamente, por su señoría. Pero, hagámosle caso, y detengámonos en su propuesta de tener una Constitución moral.
Después de haber designado como candidatos a quienes deberían estar en la cárcel y no en una campaña política; a personajes como Napoleón Gómez Urrutia, que fue copartícipe de la tragedia de Pasta de Conchos donde murieron 65 mineros; a funcionarios que ante los ojos de todos se embolsaron fajos de billetes, nos preguntamos si, a estas alturas, López Obrador tiene autoridad para encabezar un proyecto moral nacional.
¿Para defender la moral de quién? ¿Quiénes son esos que tienen el derecho de hablar a nombre de la moral de todos los mexicanos? ¿Es el señor López Obrador quien nos va a dictar desde su púlpito arrogante y autoritario lo bueno y lo malo de todas las cosas?
Pero hablemos de congruencia. López Obrador asumió la candidatura del PES con referencias evangélicas, lo que equivale a haber jurado sobre la Biblia y no sobre la Constitución.
Sin embargo, no hemos visto salir a ninguno de sus voceros estalinianos a defender el Estado laico. Si ese acto, eminentemente religioso, lo hubiera encabezado el candidato del PRI, José Antonio Meade, en este momento las tribus lopezobradoristas estarían en las calles acusándolo de haber violado el artículo 130 constitucional.
Claro, aquí también sabemos lo que pretende hacer el mesías. Con el argumento de que dará cabida a todas las religiones, de que abogará por una convivencia interreligiosa, le tira un señuelo a las Iglesias.
Así como enamoró a los narcos, también pretende abrazar los templos. Entre una frase y otra le dio a entender a sacerdotes, obispos, cardenales y pastores que con él en la presidencia podrán participar en política.
Reconozco que la campaña del tabasqueño nos permite penetrar cada vez más en las profundidades de su alma y saber que su capacidad delictiva no tiene límite.