Rafael G. Vargas Pasaye

Fue en Twitter donde Aurelio Asiain comentó: “Desperté el Primero de enero, como todos los días, a las 2 a.m. En lugar de seguir el libro a medias, comencé Temporada de huracanes de @fffmelchor. Qué prosa impresionante. Creo que desde que leí Palinuro de México no me dejaba tan maravillado una novela mexicana”.

Pero antes, el 30 de diciembre en el suplemento Confabulario, había escrito sobre el mismo volumen Mary Carmen Sánchez Ambriz, en su resumen anual titulado “Travesías extremas y reediciones imprescindibles”: “Fernanda Melchor (Veracruz, 1982) publicó Temporada de huracanes, en Random House. La historia, en apariencia, es buena. Lo lamentable es la forma que la autora elige para contar lo que ocurre alrededor de un asesinato. […] Resulta cansado y agobiante seguir con la lectura, y su recuento de cuántos estuvieron ahí presentes. Intenta rescatar la forma coloquial en el habla de las personas, pero no logra que sea del todo convincente. […] Un coro que zumba la historia de un feminicidio en espiral y marea”.

Ante ambas posturas en la mesa tenemos que acordar en primer lugar que Temporada de huracanes de Fernanda Melchor no es ni lo uno ni lo otro, ni tan buena como dice Asiain ni tan desafortunada como comenta Sánchez Ambriz; tiene luces que la hacen sobresalir, quizás la fuerza del ritmo, la desnuda realidad de sus personajes y su lenguaje, pero también la frenan las varias pistas que pueden causar enredo, el mareo gratuito.

Lo mejor de la trama puede dividirse en dos, en lo que se mueve alrededor de La Bruja, que la podemos ubicar en cualquier parte pues atraviesa las páginas sin ser la protagonista, pero sí el pretexto de la historia. Es de los personajes que aparece cuando debe hacerlo: “Quien sabe cómo le hacía la vieja para nomás de mirarte ya saber que habías hecho una maldad, como si sus ojos fueran dos rayos que atravesaban tu coco y veían todo lo que sucedía ahí dentro, todo lo que estabas pensando en ese momento”.

Y la otra mitad recae en la vida y obra de Maurilio Camargo Cruz alias el Luis Miguel, que nos traslada a una realidad que existe y grita para que la volteen a ver. Para algunos puede parecer transgresora, por el lenguaje, las imágenes, los cambios de ritmo: “No te hagas que no sabes de qué hablo, si tu madre se la pasa contando las brujerías que las viejas del Excálibur le hacen a los güeyes para apendejarlos y poder robarles o para que se obsesionen con ellas y les pongan casa y las vuelvan decentes”.

Puede ser una novela para evadir a los puritanos que quizá cierren el libro con las descripciones del trauma de nuestro personaje por no poder eyacular, de cómo comparten la burla y la anécdota con los de la calle que son los que le dan identidad a esos seres del llamado barrio, del que todos pertenecimos de alguna u otra forma.

O también lleguen al final con la tranquilidad de que la Bruja ya no podrá hacerles nada, y que en La Matosa todo vuelve a la normalidad previa a la última palada del abuelo quien habla con los muertos justo antes de la lluvia para decirles que sus restos no correrán peligro.

Fernanda Melchor entrega Temporada de huracanes y logra algo que siempre busca un escritor desde el inicio: llamar la atención gracias a un signo propio. Es un volumen que no pasa inadvertido, lo amas o lo odias, y eso ya de suyo merece un crédito especial. Por ello mismo vale la pena la aclaración: si al leerlo le dan ganas de aventar el libro quizá deba hacerlo, el vértigo de la lectura puede marear, a los pocos minutos, o días, lo retomará para llegar a un buen puerto con él.

Fernanda Melchor, Temporada de huracanes. Penguin Random House Grupo Editorial, México, 2017; 223 pp.