En algún lugar de su vasta obra, García Ponce dijo que el destino de muchos escritores es convertirse en calles. Allí está, en efecto, Laura Méndez, Heriberto Frías (también por sus méritos como soldado antiporfirista) o Alfonso Reyes. Son nombres, como los de Dante, Cervantes o Shakespeare, que representan esfuerzos humanos y artísticos que muchos no han leído, aunque sepan los títulos de los libros. Afirma Albert Camus que, en gran medida, un escritor escribe para ser leído: “admiremos a quienes dicen lo contrario, pero no les creamos”, sostiene. Es verdad: si se desea escribir para uno mismo, sería mejor guardar los textos en su carpeta y allí acabó todo. ¿Para qué hacerlos públicos? ¿Para verlos de modo narcisista impresos en papel o en alguna página de internet? Incluso los diarios “íntimos” de muchos autores fueron redactados con miras a que con seguridad se publicarían en vida o de forma póstuma, de ahí que estén, en su mayor parte, muy bien escritos. Federico Gamboa publicó sus diarios íntimos en vida, sabiendo que se trataban de importantes documentos para también conocer la vida cultural, social y política del país. Ana Frank deseaba ser escritora y produjo varias versiones de su célebre diario, una de las cuales estaba hecha con miras a ser publicada, lo que por fortuna realizó su padre. Incluso podemos sospechar de Kafka, ¿deseoso de quemar su obra inédita? Entonces, ¿por qué la confió justo a un editor que luego se convertiría en su biógrafo: Max Brod? ¿Por qué no la destruyó él? ¿Es factible creerle o fue una simple pose de escritor perfeccionista e insatisfecho? Thomas Mann destruyó una parte de su diario: en 1903 se había relacionado con Kurt Martens, de quien con seguridad se enamoró; ambos sabían que la homosexualidad era delito (el caso de Wilde estaba fresco en la memoria) y acaso por ello no sólo contrajeron luego matrimonio con mujeres, sino que Thomas Mann destruyó las partes de su Diario anteriores a 1918. ¿Por qué otros autores no destruyen sus diarios o papeles pudiéndolo hacer sin ningún problema? ¿A qué viene entonces la pose de indiferencia ante las lecturas de los demás?
Es verdad que se escribe para un determinado y selecto público, y dicho público, en principio, es un lector ideal que puede ser nosotros mismos. No obstante, en la actualidad también es cierto que sobre todo se escribe (cada vez más) para obtener esa última consagración que consiste en no ser leído, pero eso sí: muy premiado. Si para un escritor artista el premio era ser leído y reconocido por un público, hoy el escritor industrial, el escritor enlatado, el escritor payaso o exhibicionista, el escritor político o el irracionalista creador, van todos en pos de reconocimientos o sólo los persiguen para a menudo dejar de lado el arte literario. Gran cantidad de jóvenes “escritores” que ni siquiera leen ni son capaces de dominar técnica alguna, buscan sin embargo el premio, el reconocimiento, la aceptación para integrarse a un grupo. Muy distinta es la actitud del verdadero artista, el consagrado a su arte, que mira con los mismos ojos el éxito y el fracaso comerciales, y si obtiene un reconocimiento, lo toma como lo que es: la suerte de haber sido leído o elegido por alguien. He aquí un ejemplo. Cita Claudia Albarrán en su biografía de Inés Arredondo que cuando esta escritora recibió el Premio Xavier Villaurrutia por Río subterráneo (1979), comentó que le daba gusto recibir un premio, pero que “los actos sociales de la literatura no me interesan, son vacuos” y que el creador debe permanecer en la marginalidad. Cuando a ella misma se le otorgó un reconocimiento por sus méritos literarios y se le dio una medalla de oro en Sinaloa, el gobernador permaneció en silencio ante la pregunta de Arredondo de si él había leído su obra. Ante tal silencio, la escritora le preguntó si la medalla era realmente de oro. Luego le diría a un periodista que los políticos sólo se adornan con los artistas, aunque los maten de hambre. Si se escribe es para un público ideal o concreto, muy específico, y en él se debe pensar como destinatario. Cuanto más exigente sea la imagen de ese público ideal, mayor exigencia habrá por parte del artista responsable con y de su arte.

