Hace bien Ricardo Anaya en aferrarse al segundo lugar. Ese sitio está destinado a los traidores.
Traidor, no solo por lo que señalan algunos trascendidos sobre los compromisos incumplidos en Los Pinos, sino por haber hecho de la traición una razón de vida y su principal arma para ganar espacios de poder.
Anaya siempre triunfa eliminando o robando al otro. Tal vez por eso, por saberse un transgresor, es por lo que tanto le gusta mandar a la cárcel a todos. No hay spot, discurso o entrevista en la que no reitere lo que ya es su lema: “Vamos a poner en la cárcel a los corruptos”; ¿empezando por él?
Y como está obsesionado con las rejas, amenazó con llevar a prisión al presidente Enrique Peña Nieto, de ganar la elección. “Ya estuvo bueno —dijo— de que haya intocables. Aquí el que la haya hecho la tiene que pagar, y esto incluye al presidente”.
El panista se está curando en salud. Sabe que sus días están contados, y como buen diseñador de escenarios, está construyendo lo que pueda hacerlo ver como un perseguido político y no como un vulgar lavador de dinero.
Anaya no merece ser presidente de México. No hay una sola razón para que lo sea; ni profesional y menos éticamente. Hablar inglés, francés o alemán —como provincianamente gusta presumir— no es ningún mérito. Eso es requisito para los guías de turistas; no para quien busque ser jefe de Estado.
Precisamente porque México no es digno de tener en la presidencia a un traidor es por lo que debe evitarse convertirlo en víctima. Y la única forma de evitar que se suba al altar de los mártires es que la Procuraduría General de la República (PGR) actúe rápidamente.
Si Anaya es culpable de haber construido una sofisticada arquitectura financiera para lavar dinero; si es el artífice de empresas fantasma para ocultar el origen de millonarias transacciones; si, como lo ha declarado José Antonio Meade, cuenta a su “tierna edad” con una fortuna inexplicable, debe ser llevado a juicio lo más pronto posible.
Para decirlo pronto: si políticamente lo van a matar, que lo maten de una vez. De otra forma, seguirá creciendo la versión de que se trata de una mera guerra sucia para bajarlo en las encuestas. Y ese cálculo, hay que decirlo, es un cálculo totalmente equivocado.
A Anaya no lo van a disminuir filtrando videos, haciendo circular spots o utilizando las redes sociales para desacreditarlo. La única forma de sacarlo de la carrera electoral es demostrando que se trata de un psicópata dedicado al hurto y al engaño. Si la traición fuera motivo suficiente para descalificar y sancionar a un político, Anaya estaría desde hace tiempo fuera de la carrera electoral.
Lamentablemente, ni la Constitución, ni el Código Penal, ni la sociedad misma consideran la deslealtad como causa grave para poner a alguien en prisión.
Su compleja psicología le ha permitido a Anaya seducir a muchos y acabar con todo, sin que sus víctimas se den cuenta de sus intenciones.
Dice Anaya, con la retórica apabullante que lo caracteriza, que la campaña de Meade está en ruinas. Lo que está en ruinas es el Partido Acción Nacional. Así lo dejó Anaya, después de venderlo a Dante Delgado y a las tribus de los Chuchos.
Con Anaya en la cárcel, el PRD y Movimiento Ciudadano se van a quedar sin negocio. Por eso andan preocupados, diciendo aquí y allá que si la PGR va por su candidato el que va a ganar es Andrés Manuel López Obrador. Eso está por verse. De aquí al 1 de julio hay un océano que no alcanzan a descifrar ni las encuestas ni los oráculos.
El Peje, por cierto, pretende aparecer como pacifista haciendo un llamado a su contrincantes para que no se destrocen por el segundo lugar.
El segundo lugar solo puede ser para los traidores. Ahí se va a quedar Anaya. Esa es tumba y esa su lápida.