Accesible a todos La ciudad es la insurrección estética contra la cotidianidad.
Henri Lefebvre
Desde su decimosegunda reunión, la Unesco reconoció el derecho a la belleza y emitió —en diciembre de 1962— una recomendación a favor de reconocer la belleza, natural o urbana, como un derecho a ser protegido de las acciones destructivas del hombre.
Desde ese año, el principio general número 5 de la citada recomendación contempló la obligación de sus Estados miembros a “dictar disposiciones especiales para lograr la protección de ciertos lugares y paisajes urbanos, que son en general los más amenazados, sobre todo por las obras de construcción y la especulación de terrenos” y recomendó “establecer una protección especial en las proximidades de los monumentos”.
Para no variar, el Estado mexicano fue uno de los primeros en suscribir esta recomendación y de ella se generaron programas y políticas que desembocarán, una década después, en la Ley Federal Sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticos e Históricos vigente, instrumento fundamental en la defensa de nuestro patrimonio monumental.
Como todos los derechos humanos, el derecho a la belleza está evolucionando asertivamente y, en este contexto, resulta altamente gratificante encontrarlo en los debates de los grandes urbanistas y sorprende el hecho de que la Asamblea Legislativa haya sido el foro del primer debate legislativo en torno a él, organizado por un joven legislador, el diputado Andrés Atayde, del PAN, quien ha demostrado un profundo interés por avanzar en el desarrollo de nuevos derechos humanos a favor de los habitantes y visitantes de nuestra ciudad.
El tema empezó en nuestra ciudad en 2014, cuando el reconocido urbanista Jordi Borja publicó su ensayo “La ciudad y el derecho a la belleza”, en el cual finca el debate entre el funcionalismo economicista como respuesta a la demanda de vivienda popular o reconocer que “en las zonas populares el lujo es justicia” y en torno a dicha premisa desarrolla una justificada política urbana que recupera principios plasmados en nuestras primeras unidades habitacionales; ahí está el recuerdo de los frisos de Carlos Mérida en el bajo puente del colapsado Multifamiliar Juárez de la colonia Roma, o las unidades habitacionales Independencia y Tlatelolco, en las que los principios de la Carta de Atenas de Le Corbusier fueron un referente innegable a favor del derecho a la belleza urbana.
En ocasión del Foro Internacional del Diseño, organizado por el gobierno de la Ciudad de México, en su conferencia inaugural el austriaco Stefan Sagmeister recurrió al derecho a la belleza urbana y de ella recuperamos su convergencia ideológica con Borja y con el argentino Jorge Mario Jáuregui, en sentido de que la belleza es un derecho urbano que debe ser accesible a todos.
Por ello es grato recuperar la noción filosófica del francés Lefebvre, quien concibe la insurrección estética como un acto de urbanidad cotidiano.