El atroz asesinato masivo ocurrido en Noruega, tras un doble atentado ha sacudido al mundo y puesto nuevamente sobre el escenario global, el papel del “terrorismo” en detrimento de la democracia, sobre todo en la vieja Europa, donde la ultraderecha no sólo ya ocupa un lugar en los gobiernos, sino que “su agenda” política es la que se discute.

Los medios de comunicación tradicionales empezaron a “informar” acerca de un atentado en Oslo, la capital Noruega, el pasado viernes 22 de julio,  muy probablemente vinculado a algún grupo terrorista “islámico”. Poco a poco se fue revelando que efectivamente había ocurrido un doble ataque en la pacífica Noruega; un bombazo en la capital y posteriormente una masacre de jóvenes en una isla cercana. Sin embargo, los hechos fueron realizados por un “noruego”, “blanco”, “cristiano”,  de 32 años, de tendencia ultraderechista.

Hasta el cierre de este material, 76 personas habían muerto producto del doble atentado, el cual fue realizado por Anders Behring Breivik, quien se entregó pacíficamente a la policía, luego de que, aparentemente, había gastado todas las municiones que llevaba para realizar la matanza. El asesino confesó también que recibió ayuda de “dos células”.

Los ataques fueron “atroces”, pero “necesarios”, dijo el multihomicida, lo cual está dispuesto a “explicar” ante un tribunal.  Su versión no variará mucho de la retórica racista de ultraderecha que dejó plasmada en un texto de mil 500 páginas que subió a Internet bajo un seudónimo, según reveló la policía.

En ese texto, el ultraderechista indica que forma parte de un “grupo” de “caballeros templarios” que buscan, a través de sus actos terroristas, detener la “islamización” de Europa y acabar con el multiculturalismo que fomentan las élites políticas de “izquierda”. Tal vez por eso, el atentado con bomba fue contra la sede del gobierno, de tendencia social demócrata, así como el ataque armado en contra de los participantes en el campamento de las juventudes social demócratas en la isla de Utoeya a unos 40 kilómetros de Oslo aproximadamente.

El ataque terrorista en contra de los procesos multiculturales, tiene como contexto un creciente aumento de las tendencias ultraderechistas en el viejo continente. De hecho, aunque minoritariamente, la ultraderecha ya tiene representantes en el parlamento danés, noruego, finés y sueco, además de Suiza, los Países Bajos, Bulgaria Hungría y Rumania.

La crisis económica ha golpeado también al primer mundo europeo y muchos jóvenes ahora se encuentran sin trabajo, así que son presa fácil de los discursos nacionalistas y populistas que culpan a los migrantes de tomar los puestos de trabajo, no integrarse y ser culpables de la creciente “delincuencia”.

En el caso de Noruega, el desempleo no es un problema grave, ya que tiene una de las tasas más bajas del continente (menos del 3.4 por ciento), pero el discurso antiimigrante se centra en las diferencias culturales y religiosas.

Este país escandinavo ha sido un ejemplo de avances democráticos e integración, pero ahora, este acto terrorista sin duda afectará ese proceso y, en algún sentido logrará el objetivo del terrorista, quien paradójicamente, recibirá el beneficio de la legalidad Noruega y como máximo alcanzará 21 años de cárcel.

Nada justifica un acto terrorista. Ojalá los noruegos puedan reponerse de este duro golpe y tal y como dijo su primer ministro, Jens Stoltemberg, salir de esta tragedia con “más democracia, más apertura, más humanidad, pero sin ingenuidad”.