Los cambios en el mundo árabe siguen su marcha, aunque a un gran costo humano y económico. Las revoluciones que sacaron del poder a dictadores como Ben Ali de Túnez y Hosni Mubarak de Egipto, que siguen luchando contra Muammar Gadafi en Libia y contra Bashar el Assad en Siria, avanzan a duras penas.
La economía tunecina prácticamente se detuvo a raíz de las protestas y el cambio de régimen. La inestabilidad redujo el turismo y el grupo que encabezó la revuelta, formado por universitarios, sigue siendo el más golpeado por el desempleo. Aun cuando se esperan grandes paquetes de ayuda económica internacional, la previsión es que el índice de crecimiento del país no sobrepasará el 1 por ciento durante 2011, muy distante del 3.7 del año anterior. Se ve difícil que llegue al 5 por ciento que promete el nuevo gobierno para 2012.
En Egipto, los grupos revolucionarios han comenzado a distanciarse del Consejo de las Fuerzas Armadas que derrocó a Mubarak. La exigencia de mayores y más rápidas reformas políticas y sociales se ha enfrentado con una represión casi igual a la que realizó el anterior presidente en el momento más candente de la rebelión. La ley electoral propuesta por el gobierno de transición fue rechazada masivamente por los partidos políticos, pues consideran que deja la puerta abierta para que regresen los personeros del régimen de Mubarak. Por otro lado, la exigencia de justicia que enarbola el movimiento, pidiendo juicios a los miembros del anterior gobierno por la represión y el asesinato de manifestantes, no se han visto satisfechas o incluso han quedado burladas, en su opinión, por algunas absoluciones judiciales que parecen demasiado apresuradas; mientras el propio Mubarak no ha sido presentado a tribunales.
En Siria, el gobierno de El Assad continúa con las medidas represivas en contra de las manifestaciones y protestas, que tampoco cesan. Así las cosas, el gobierno ha propuesto una nueva ley que autoriza la formación de partidos políticos, siempre y cuando no tengan una base religiosa (para impedir la participación de organizaciones fundamentalistas, pero también con el fin de evitar que la mayoría sunita desplace a los alauitas a los que pertenece el clan Assad), por un lado; y por el otro, que no tengan una base tribal. Otras concesiones, como la amnistía, no han detenido las protestas ni su represión que ya cuenta más de mil 500 muertos.
Y en Libia ha quedado claro que si bien Gadafi ha dejado de controlar buena parte del país, conserva sin embargo una gran fuerza y legitimidad. La prueba está en que los rebeldes no han logrado avanzar más, aún contando con el apoyo aéreo de la OTAN, y ello se explica por la falta de apoyo popular en las zonas que buscan tomar sin éxito. Por otro lado, el crecimiento del número de víctimas civiles por los bombardeos de la alianza atlántica, resta legitimidad cada vez en mayor grado a la intervención en las zonas controladas por el régimen.


