En la antigüedad, siglos V a IV a. C., Platón, maestro de Aristóteles, llamó a uno de sus libros Politeia (de polis, ciudad estado griega), título que se tiende a traducir como La república. El término república proviene del latín res publica, que significa “la cosa pública”, aquello que pertenece al ámbito de lo público.

Para Platón, el Estado ideal está supeditado al bien y la justicia, aunque en su tiempo la sociedad estaba dividida fuertemente en clases, de las que se excluían los esclavos, las mujeres, los extranjeros, los niños. La clase dirigente, la de los filósofos (dedicados a la contemplación intelectual, y en particular la de la idea del Bien), era la única clase que podía mentir para justificar el orden del cosmos ante la clase inferior. La división de estamentos se argumentaba en que un solo hombre no puede realizar dos oficios, por ello utilizaban el mito de que los dioses les habían dado talentos diferentes. Casi junto a los filósofos se encontraban los guerreros; por debajo, los productores. La clase superior de los filósofos no tenía propiedades, lo que les impedía la codicia, y su sistema de reproducción no marital mejoraba la raza. En realidad, la politeia era una aristocracia, muy lejana de nuestro ideal actual.

En los tiempos modernos, la república, como organización del Estado, adquirió otras características, por lo general opuestas a la monarquía. En ella se establece la separación de los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. En este tipo de república el poder recae sobre una o varias personas elegidas mediante voto, por un periodo de tiempo limitado. No es un gobierno indefinido ni hereditario. Los elegidos representan los intereses de los ciudadanos durante el tiempo de su mandato. Además, la gama de electores se ha ampliado por la lucha de diversos sectores: los obreros, los jóvenes, las mujeres, los iletrados, los no propietarios, ciertos grupos raciales. Finalmente, la república ya no sólo abarca tan sólo a los ciudadanos (habitantes de las ciudades) de élite sino a los pobladores (habitantes de los pueblos).

Al romper con la Corona española México se estableció como una república federal en la que el Estado se conforma por entidades asociadas y subordinadas a un gobierno federal sin dejar de tener cierta autonomía en su legislación y gobierno. Sin embargo, en nuestro país la raigambre feudal no ha dejado de estar latente sobre la elección del tipo de gobierno por aquellos que se sienten superiores, ya sea por cuestión racial, socioeconómica o técnica, tanto a nivel nacional como global. Muchos no se preocupan ya por la res publica, mucho menos por la contemplación del Bien, sino por sus intereses particulares o de clase. Los actuales esclavos participan nominativamente en la elección de sus dirigentes, pero en realidad los impulsa el cuidar sus propios intereses individuales. Los productores ya no sólo son los campesinos, artesanos, comerciantes, sino los que tienen títulos académicos. La polis, lugar en el que debía fomentarse la amistad, se ha vuelto un sitio de afirmación de individualidades y de competencia. La moral, costumbres y comportamiento, está supeditada al mercado y no a la convivencia. La economía ha controlado a la política. ¿En estos momentos no vale la pena hablar de la búsqueda de una ética que permita convivir y buscar el bien común? No una moral impuesta por un grupo ni de manera punitiva, sino consensuada y aceptada que lleve a una mayor felicidad personal, es decir: tanto individual como social.

Además, opino que se respeten los Acuerdos de San Andrés, que se investigue Ayotzinapa, que trabajemos por un nuevo Constituyente, que recuperemos la autonomía alimentaria, que revisemos las ilusiones del TLC, que defendamos la democracia.

@PatGtzOtero