La entrevista-debate transmitida por Milenio Televisión con Andrés Manuel López Obrador como figura única y central va a pasar a formar parte de una de las páginas más reveladoras del periodismo mexicano.

Los intelectuales y comunicadores que participaron en ella lograron lo que muchos analistas y denunciantes no han logrado hacer: pasar por rayos X a uno de los políticos más oscuros y por ello más complejos del entramado nacional.

El candidato presidencial de Morena es, contrario a lo que ha hecho creer su propia propaganda y mitología, un personaje sumergido en contradicciones, mentiras y verdades a medias, ignorancia y cantos demagógicos que le permiten permanecer agazapado y esconder su verdadera identidad.

Cuando dijo a sus entrevistadores que era “republicano, honesto, pacífico, consecuente, libre, congruente, amplio, plural e incluyente”, en realidad estaba diciendo que era autoritario, intolerante y arbitrario.

Lo dramático del caso es que ha logrado engañar a una parte muy importante del electorado, incluso a muy destacados empresarios que han caído en la trampa —en su trampa— de someter a debate la viabilidad del nuevo aeropuerto internacional. Y sí, la entrevista permitió ver el verdadero tipo de sangre que corre por sus venas.

Cuando se refirió al mecanismo por el cual pretende echar abajo las reformas energética y educativa, habló como si fuera el hermano gemelo de Hugo Chávez o el primo hermano de Nicolás Maduro.

¿Hasta dónde los empresarios, que han caído en sus redes, se habrán dado cuenta de lo que estaba diciendo?

Lo que anunció ahí fue simple: señores, si el Congreso no cancela las reformas energética y educativa, ¡vamos!, si los legisladores no acatan mis órdenes, voy a recurrir a la consulta ciudadana para echarlas abajo.

López Obrador nos hizo el favor de adelantarnos una fotografía de su gobierno. Va a instaurar lo que los dictadores llaman la “democracia participativa”. Ante las cámaras de televisión lo dijo con todas sus letras: “En la democracia es el pueblo el que manda, el que decide”. Lo que traducido significa: el pueblo soy yo. No se hagan bolas.

En otra parte de la entrevista, el candidato eterno nos dice que pretende regresar el control de la educación al cártel de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE).

“Tenemos que empezar —dijo— a respetar a los maestros, no se puede seguir insultándolos, culpándolos de las deficiencias que hay en la educación…”  Solo le faltó decir que convertiría a alguno de los líderes de la CNTE, acusados de vender plazas, de hurtar el dinero de los maestros sindicalizados, de explotar económicamente a los padres de familia de los niños más pobres de Oaxaca, en secretario de Educación Pública.

En el tema del aeropuerto dejó ver su aldeanismo. Un aldeanismo que en la reunión con la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción se convirtió en perversidad.

Lo que menos interesa a López Obrador es construirlo en el aeropuerto militar de Santa Lucía o en los cráteres de la Luna. Lo que le importa, y ya lo logró, es crear incertidumbre y desconfianza para dañar el proyecto más importante del sexenio.

La perversidad del tabasqueño pudo más que la ingenuidad de los empresarios. No se dan cuenta de que están convirtiendo en socio a quien los va a despojar.