Dentro del sistema político mexicano existían dos tipos de reglas: las escritas y aquellas que sin estar redactadas se respetaban. La base sobre tradiciones y costumbres era fielmente acatada, sobre todo en el PRI, quien se saltaba las trancas simplemente estaba fuera de cualquier posición.
A la muerte de Colosio, aquel negro 23 de marzo hace más de dos décadas, hubo quien dijo: ahora sí, terminaron de romperse todas las reglas. Ese acontecimiento marcó la historia política del país, obligando a un replanteamiento de la política mexicana y del sistema prevaleciente.
A raíz de una serie de factores que se fueron presentando de forma sexenal, los cambios y ajustes estuvieron de moda prácticamente en cada administración, medida que ocasionó importantes transformaciones, avances democráticos innegables, aunque también —nos damos cuenta— insuficientes.
Si bien es cierto, la existencia de cambios sustanciales llevados a cabo con mucho dinamismo durante las últimas décadas, también lo es que a pesar de la existencia de esas reglas, los retrocesos y regresiones con cimientos y añoranzas de las viejas prácticas, hoy se encuentran presentes y más vigentes que nunca.
Así vamos a comenzar la formalidad de las campañas, que iniciaron desde hace meses, aunque con otros nombres. El hecho es que las reglas están rotas porque nadie les hace caso, y los árbitros completamente rebasados, la inercia provoca una dinámica de reacción inmediata, quien su sujete al cumplimiento cabal de la normatividad irremediablemente se verá rezagado.
No es algo nuevo ni extraño, lo vimos en las últimas contiendas del Estado de México y Coahuila, donde prevaleció la trampa y la compra del voto, ambos gobernadores, por cierto sumamente cuestionados, ahora son premiados, tanto Eruviel Ávila como Rubén Moreira serán flamantes legisladores en la próxima legislatura al encontrarse en lugares privilegiados en las listas pluris de su partido.
Quien llegue tendrá sobre sus hombros la responsabilidad de hacer cambios profundos, no únicamente desde el aspecto de cambiar leyes, pues entraríamos al viejo dilema: ¿nueva Constitución o aplicación de la que existe?
El establecimiento de nuevas reglas requiere firmeza para terminar con el pacto de impunidad; visión con el objetivo de crear y consolidar instituciones de largo alcance, y tolerancia para construir mayorías con vocación nacionalista. ¿Se podrá?