La forma más rápida de terminar

una guerra es perderla.

George Orwell

Desde el sexenio calderonista, el gobierno federal enfrenta una brutal ofensiva mediática implacable para criticar las acciones contra las bandas del crimen organizado, ofensiva alimentada por los prejuicios de tantos “expertos” en seguridad y las incontables ONG cuyo presunto objetivo es la defensa de los derechos humanos.

El problema central son los prejuicios de algunos de los “expertos” nacionales y extranjeros, pues en sus respectivos países han vivido periodos de duras dictaduras militares e, injustamente, tasan con el mismo rasero a los marinos y soldados mexicanos, aunque estos hayan probado una y otra vez su respeto a las instituciones republicanas.

Ni siquiera ha importado que la transición democrática y las sucesivas alternancias en la Presidencia de la República han sido posibles porque los soldados y marinos mexicanos han mantenido su lealtad a las instituciones de la república.

Con esa misma lealtad obedecieron la orden presidencial de diciembre de 2006 para acudir a respaldar a un angustiado gobernador perredista, al gobernador de Michoacán, Lázaro Cárdenas, quien había pedido ayuda contra las bandas criminales que amagaban a los michoacanos.

Han transcurrido ya doce años desde que se inició la que al principio calificaron peyorativamente “guerra de Calderón”, como si las bandas criminales no fueran las que amagan, secuestran, extorsionan y asesinan a la población civil de tantas regiones de la república y la violencia no cesa.

No cesa porque, maniatadas las autoridades por la multiplicación de ONG que interfieren en las tareas de combate a la delincuencia, enfrentan una suerte de “síndrome de Estocolmo” que hace que tantos mexicanos y mexicanas se solidaricen con los sicarios criminales y no con las autoridades civiles y los militares que los combaten.

Con tal de ir contra el gobierno de la república, los políticos de la oposición y un sector importante de la opinión publicada, con sus propios prejuicios, no vacilan en solidarizarse con los criminales cada ocasión que los policías o militares los enfrentan.

Todos los candidatos, desde el absurdo “paz, hermano lobo” de Andrés Manuel López Obrador, a los “ajustes” propuestos por Ricardo Anaya y tantas soluciones de los corazones sangrantes, piden poner un alto a la guerra contra las bandas del crimen organizado.

En realidad, muchas de sus propuestas representan una rendición del Estado mexicano a las bandas criminales, pues no sería otra cosa cualquier pacto con ellos.

Es traducir a la realidad la frase de Orwell: la forma más rápida de terminar una guerra es perderla.

 jfonseca@cafepolitico.com