Ricardo Muñoz Munguía
La distancia es relativa, los pasos son los que miden el camino. Los años de la edad, aunque trazados en el mismo tiempo para todos, también serán relativos; porque de igual modo son los pasos los que miden los años. Y hablar de la poeta Dolores Castro (Aguascalientes, Aguascalientes, 12 de abril de 1923) es hablar de un camino sumamente aprovechado pues no sólo por la cantidad de viajes —como los que hiciera con Rosario Castellanos en los años cincuenta del siglo pasado, cuando fueron a Europa y Nueva York, como lo mencionó la poeta Juana María Naranjo en el Homenaje a Dolores Castro—, de lecturas, de libros escritos… sino porque es una mujer que se dice de “vida plena”, como ciertamente lo es. Entonces, cada paso es una celebración, un canto amoroso, una expresión de su plenitud.
El pasado 25 de abril la poeta celebró sus 95 años de vida —la edad es relativa— en el Museo de la Ciudad de México. Recordemos que cerca de siete décadas se ha dedicado a impartir clases sobre poesía, periodismo y narrativa, por lo que ha sido no sólo una formadora de muchas generaciones de escritoras sino que su generosidad, por igual, la ha llevado al abrigo que tiene de sus alumnas y amigas, como se dejó ver en su homenaje con enorme cariño.
La autora de una veintena de poemarios enmarcó principalmente dos aspectos con los que se siente profundamente satisfecha: la vida, con la que ha sido cercana de quienes les tocó vivir/sobrevivir la Revolución Mexicana, al igual de los que participaron en la Guerra Cristera, así como otros movimientos, como el estudiantil del 68; por lo que reconoce el profundo dolor que tiene México con la violencia y, sin embargo, la belleza que le representa la vida es lo que agradece, celebra y goza. El otro aspecto es la poesía, la que ha impartido/compartido, sobre todo, con innumerables alumnas, muchas de ellas han hecho de la poesía su vocación, y bastantes de ellas le agradecen a Dolores Castro y algunas pudieron expresarlo en el homenaje, como fue el caso de la poeta Juana María Naranjo, quien puso el acento en la “palabra viva”, poesía que ha trascendido tanto en el país como en otros puntos del mundo, una “palabra viva” que se delinea de forma importante por su “significado”, una “palabra viva” que muestra, que entrega, como lo puntualizó la autora de El corazón transfigurado al concluir su participación, a través de “Enseñar (entre otras instituciones, por supuesto, la UNAM, la Universidad Iberoamericana, la Escuela de Periodismo Carlos Septién y la Escuela de Escritores [Sogem]) poesía, porque ésta tiene que ver con la expresión de todo lo que es humano”.
La distancia que han recorrido los pasos de Dolores Castro bien pudieran pertenecer a muchas vidas, por tan plena, comprometida y bella vida, con la que encuentra/deja, la luminosidad de su andar, con la que encumbra/comparte la fe de su palabra, con la que menciona/sanciona lo oscuro del dolor en la atmósfera violenta de México.
Vida y poesía, esencias que la escritora destaca en la luz y el color de sus 95 años.