Por Beatriz Reyes Nevares*

 

-Nunca he entendido a los imitadores: en lugar de crearse un personaje viven a expensas de las de los demás…

-Permítame usted.

-Y aparte malgastan sus aptitudes. Hay imitadores que tienen muy buena voz por ejemplo; y en lugar de cantar por su cuenta y riesgo se dedican a imitar a otros cantantes.

-Permítame –es Enrique Cuenca, el flaco de los Polivoces, quien me pide que lo deje hablar.

-Lo que sucede con nosotros –indica- es que nos gusta más actuar imitando a otros artistas que haciendo nuestro propio personaje. Es una afición que tenemos desde niños.

-¿Son hermanos ustedes?

-Somos primos. Pero desde chicos hemos andado juntos y hemos compartido el gusto por la imitación y por la pantomima.

-¿Cómo se llama su primo?

-Eduardo Manzano. Ya no debe tardar. Es que con el tránsito…

Los Polivoces, muy gentiles, han accedido a venir a mi casa para platicar. Enrique llegó desde hace diez minutos pero Eduardo no aparece.

Las bromas callejeras de dos aficionados

-A ver, cuénteme de lo que hacían de chicos o ya mayorcitos, antes de entrar a la vida profesional.

Pues una bola de cosas. Bromas conocidas y otras no tanto, pero muy impresionantes… Verá usted: de las conocidas, era la de quedarme mirando para arriba en una calle céntrica. Al poco raro teníamos un grupo grande de gente a nuestro alrededor. Cuando la bola era ya bastante numerosa nos íbamos muy tranquilos y los dejábamos a todos examinando el firmamento…

-¿Y alguna otra cosa más original?

Enrique se sonríe nada más de recordar, sus diabluras. Pues íbamos por la calle, Eduardo ponía los ojos en blanco y empezaba a caminar como un ciego. Al llegar a la esquina pedía a alguien que lo ayudara a pasar. Yo lo recibía en la acera de enfrente, lo tomaba del brazo y lo conducía hasta colocarlo frente a la pared más próxima, a veinte centímetros. Ahí le decía en voz alta, para que me oyeran los testigos: “Ahora tiene que dar un buen salto porque aquí hay un agujero”. Y no se me imagina usted las reacciones de indignación del público ante mi maldad. La gente ya veía al pobrecito ciego estrellándose contra la pared. En eso, poco antes de que se iniciara mi linchamiento, nos poníamos a reír Eduardo y yo y nos íbamos como si tal cosa…

Llaman a la puerta y es Eduardo, el gordo de la pareja. Ya podemos hablar más de lleno de lo que son estos artistas singulares.

Sin remedio: imitaciones por vocación

Y después de andar escandalizando a los transeúntes, ¿cómo se iniciaron ya en el plano profesional?

Hubo un concurso de televisión exclusivamente para imitadores. Lo ganamos los dos. Es decir, actuamos por separado, sin formar pareja, y empatamos en el primer lugar. La cosa era clara: lo único procedente era explotar nuestras habilidades ante el público, ya en serio. Y así surgieron los Polivoces.

Eduardo aún no recupera el aire (mi escalera es tremenda) y Enrique sigue llevando la voz cantante.

-¿Y luego?

Luego empezamos a actuar en el Teatro Ideal. Nos pagaban 120 pesos diarios.

-Pues no cabe duda de que han triunfado. Ahora son famosos y gozan de buena posición.

Asienten satisfechos.

-Pero no corramos tanto –prosigo-. Hábleme de lo que hacían antes de dedicarse al arte.

Yo –dice Enrique- era empleado de una casa comercial. De un gran almacén de la Avenida Insurgentes.

Y yo –informa Eduardo- vendía equipos contra incendio. Era una cuestión de familia: mi padre había sido bombero por muchísimos años. Pasó su vida apagando fueguitos. Para mí era la cosa más natural del mundo dedicarme a aquello.

-¿Y le iba bien?

No del todo mal. Visitaba a los posibles clientes, les instruía, sobre las pérdidas enormes que acarrean los incendios y lo fácil que es prevenirlos. “La semana próxima, advertía por ejemplo a un gerente de una próspera negociación, todas sus hermosas oficinas pueden desaparecer. ¿No vale la pena que usted invierta una pequeña suma y evite pérdidas enormes?” Y lo sorprendente fue que una vez, en efecto, a la semana siguiente se declaró un incendio en el negocio de uno de mis “prospectos” (como dicen los vendedores). Y me sentí incómodo. Como medio profeto y medio culpable de la desgracia.

-¿Cómo hacen ustedes para copiar las voces de los artistas?

Es una facultad que hemos desarrollado desde chicos, como le decía a usted. Ahora tenemos ya muy pocos problemas. Claro que hay voces que se facilitan. Esas las “hacemos” sin ensayar. Las otras, las difíciles, necesitan estudio. Es necesario sorprender las características…

Y acentuarlas un poquito, supongo.

-¿Qué artistas son los que prefieren el público para que los imiten ustedes?

¿Lo imitan a usted? Es que es popular

Los más populares. Los que se han identificado con la gente de una manera muy firme –es Eduardo quien habla-. El público siente satisfacción al ver reproducidos los rasgos característicos de los artistas que le son simpáticos. Tenemos el caso de María Victoria. Siempre obtenemos muchos aplausos con ella. Y es que María es todo un personaje. Todo el mundo la conoce y la distingue por una serie de cosas: los tonos de su voz, su manera de vestirse, su repertorio… Tiene personalidad, en una palabra. Para elegir a nuestros imitados nos fijamos sobre todo en eso: en su personalidad. Y también es necesario que a nosotros nos gusten y que nos divierta imitarlos. Respecto a María Victoria –añade Enrique- no sólo aquí en México gusta su imitación, sino también en los Estados Unidos, donde la conocen mucho y la identifican al primer golpe de vista o al escucharle la primera nota…

-¿Qué imitan más: figuras de la nueva ola o figuras ya consagradas?

La nueva ola es muy buena para nosotros. Como los jóvenes de aquí son todavía muy tiernos y no han logrado superar ni igualar a sus colegas yanquis, sus imitaciones “no pegan”.

Son desteñidos- comentó. Otro de los consagrados que no ha granjeado muchos tiempos es Aceves Mejía.

-¿Cómo se reparten los personajes?

Vemos a quien le sale mejor éste o aquél y ya está. Si nos sale bien a los dos es cuestión de pensarlo.

-¿Y de artistas extranjeros, a quien imitan?

Casi a ninguno. Se trata, como le decíamos, de que a la gente al vernos sienta el placer de identificar a un personaje que para él es muy familiar. Y resulta que de los extranjeros, son contadísimas excepciones, ninguno es lo que se llama popular entre nosotros. Por ejemplo, Ray Charles es popularísimo en los Estados Unidos y aquí es un perfecto desconocido; The Four Season es un conjunto que tiene allá un gran arrastre y entre nosotros ninguno… con los Everly Brothers pasa  más o menos lo mismo; y algo de eso, aunque en menor escala, con Sammy Davis. A veces no llegan los discos y cuando llegan caen en manos de contadas personas. Y lo que necesitamos es que la voz que lancemos ante el micrófono suene a conocida…

-Sin embargo veo que están muy al tanto de lo que hay de nuevo en Estados Unidos.

Siempre que vamos traemos muchos disco, vemos teatro y televisión y, en una palabra, procuramos ponernos al día. Es útil, aunque desde luego reconocemos que nuestra sensibilidad es especial. Lo que que se imparte de los Estados Unidos debe adaptarse a los gustos mexicanos antes de lanzarlos al público.

-¿Van mucho a Estados Unidos?

Hemos recorrido casi toda la Unión. A California, al Teatro Million Dollars, nos llevan dos veces al año. Hemos firmado contrato por diez años con el Puerto Rico de Nueva York.

https://youtu.be/RStMwivHfoE

No somos cómicos sino imitadores; pero si hacemos reír todavía mejor

-¿Cómo definirían el humorismo que cultivan ustedes?

Bueno, ante todo hemos de decirle que no somos cómicos, por lo menos en principio. Somos imitadores, y éste es un género especia. Pero claro, reconocemos que en el fondo hay comicidad en todo lo que hacemos. Si la gente se ríe además de aplaudir, mejor que mejor… Ahora en cuanto a la clase de humorismo… Siempre hemos procurado que sea blanco, para que los niños no queden nunca excluidos de nuestro auditorio. A ellos les encanta vernos y a nosotros también nos gusta que nos vean.

Otra cosa relativa al mismo tema— tercia Eduardo— es que nos expresamos cómicamente por medio del gesto y del ademán. Prueba de ello es que los públicos de otros idiomas se ríen. Nos ha pasado en Acapulco, ante grupos de turistas y en Nueva York. Eso de los “teatros latinos” es una forma de hablar. En realidad la mayoría de la gente que concurre a ellos es de habla inglesa.

Una rutina absurda mata  al teatro de revistas

-¿Quién les escribe sus guiones?

-No hay escritores. Es la verdad. ¿Y sabe por qué no los hay? Porque nadie los alienta. La historia se ha repetido mil veces y es siempre la misma: un señor llega con un libreto a un teatro de revista. El libreto es original y al productor no le gusta por eso mismo, es decir por original. El productor no concibe que alguien se atreva a romper los viejos —viejísimos— moldes con los que está acostumbrado a trabajar. ¿Una innovación? Ni pensarlo. Hay que seguir indefinidamente con los sketchs que están en uso desde hace veinte o treinta años. Son muy buenos. ¿No ve que han durado tanto tiempo? Y así van las cosas y así va nuestro teatro frívolo estancándose y languideciendo. Se habla alguna vez de, esporádicamente, de la posibilidad de crear la comedia musical mexicana. Pero, ¿cómo vamos a crearla si no dejan que nadie haga siquiera el intento? Los famosos sketchs, elegidos al azar, salen invariablemente a relucir. Y no forman nunca ante el espectador una sucesión de números coherentes. Un sketch, un bailecito, un número de canto… Todo disperso, sin ilación, sin una línea argumental. Eso no es una revista sino una sucesión de telones. De cortinas que se corren y se descorren y que van haciendo marchar un espectáculo pobre y sin interés. Si hubiera escritores, o mejor dicho, si los empresarios los alentaran… Entonces podríamos tener un autentico espectáculo bien tramado, bien organizado y la gente no acudiría a él maquinalmente, como sucede ahora, sino por auténtico deseo de ver cada vez algo novedoso. Y lo que pasa con los libretistas es lo mismo que acontece con los demás. Todos los nuevos—con ideas originales— se estrellan ante la incomprensión del productor. Esto se hizo, dice éste, pues por consiguiente debe seguir haciéndose. ¿Qué es lo que decide el joven? Pues adaptarse al medio, inventarse un cliché y adelante: él se transforma en un elemento más de la rutina. Los valores de la vieja ola surgieron porque se les dio oportunidad. Ahora las oportunidades escasean. Nos vamos haciendo más y más inertes… El teatro arrastra consigo muchos viejos enquistados, que están en él pero es exactamente lo mismo que si no estuvieran. Son peso muerto. Y peso, además, que impide la aparición de novedades…

-Nos falta fe en nosotros mismos—prosigue Enrique— No vemos que, por ejemplo en el terreno musical, hay piezas extranjeras que en México son objeto de arreglos superiores a los de su país de origen… Pero falta la fe. La fe muchas veces nace del trabajo, pero hay historias individuales que en que el trabajo se ha desarrollado desde hace muchos años y quien lo realiza y no ha obtenido los frutos deseados. Un libretista que empezó en el radio, creó dos o tres cosas buenas y así ha seguido y no pudo dar el siguiente paso. Y de los libretistas extranjeros… Lo único que puedo decir es que casi nunca se adaptan a nuestro sentido del humor (hablo de la cosa cómica) ni a nuestra sensibilidad. Por ello es tan importante impulsar, pero de veras, a los nuestros…

Y en esto llegó Joaquín Olivares, con su cámara fotográfica, y los Polivoces empezaron a posar por todos los rumbos de mi estancia: reptando por el tapete, hablando por teléfono con una pipa como auricular, volteándose de cabeza… Imposible proseguir la entrevista. 

*Texto publicado el 1 de septiembre de 1965 en la revista Siempre! Número 636