Por  J.M. Servín

 

[su_dropcap style=”flat” size=”5″]F[/su_dropcap]ui al cine a ver Vengadores: Infinity war. En ocasiones una grata compañía y la curiosidad por estar al tanto de los gustos de las mayorías, que por otra parte siempre se salen con la suya, me hizo aventarme a la picota de un Cinemex de Oaxaca en una calurosa tarde de Día del Niño. De entrada diré que mi infancia fue estimulada por decenas de personajes de historieta, pero el universo de Marvel Comics siempre me pareció lleno de autoreferencias incomprensibles, digno de niños ensimismados con altos promedios escolares.

La bíblica genealogía de superhéroes de esa franquicia está a la par de la cantidad de luminarias hollywoodenses que se embolsan un dineral a despecho del prestigio de algunos de ellas como Scarlett Johansson, por interpretar personajes adictos a los esteroides y al fitness que se la pasan gruñendo y pujando como si estuvieran estreñidos durante las más de dos horas que dura la película. Las acciones vertiginosas llenas de combates apocalípticos y diálogos como de profeta standupero, pasan de Nueva York a alguna galaxia lejana para culminar en un reino pretendidamente africano inspirado en los urbanizadores de Dubai. El enemigo de todos es un curioso personaje mezcla de Shrek, Zaratustra y Hulk Hogan: Thanos, que quiere apoderarse de seis gemas de las cuales ya posee cinco para volverse invencible y acabar con la mitad de la humanidad, según él para “restaurar un equilibro”. Nunca aclara el por qué de tan noble fin. Si uno quiere enterarse hay que rastrear la saga y eso puede llevar toda una vida. Thanos sacrifica a una entenada que raptó de otro planeta lanzándola al abismo con tal de conseguir su objetivo. Eso sí, llora como político mexicano, pero su dolor no lo detiene.

Superhéroes con poderes extraordinarios luchan contra su enemigo sin tener una estrategia y poca inteligencia; todo se resuelve con golpizas demoledoras y lanzando potentes rayos multicolores.

Debo confesar que semanas antes vi en ese mismo Cinemex Black Panther, también de Marvel, con la esperanza de que tuviera alguna referencia a la agrupación de activistas políticos negros radicales que influenciaron las artes y las letras estadounidenses en la década de 1960, principalmente. Ya me hacía gozando con un potente soundtrack de funk y soul y un superhéroe a la Malcom X y James Brown. Nah.

Si algo tienen estas ficciones espectaculares para toda la familia (y aquí hay que decir que “toda la familia” significa personas entre los cinco y los treinta y pico de años en promedio, vestidos de manera muy parecida y consumiendo con sus cinco sentidos la misma clase de chatarra), es suprimir cualquier atisbo de transgresión a los valores más conservadores del público al que se dirigen. Sólo así puedo explicarme que tanto ellas como ellos (los superhéroes y los villanos) luzcan entalladísimos trajes de espandex y que no despierten la mínima lubricidad. Recuerdan a los muñecos de Mattel que como los cupidos, son asexuados. Es la primera vez que me doy cuenta que  Scarlett Johansson tiene problemas de dicción.

Si ya de por sí cuesta trabajo creer que con tanto superhéroe como Thor, Capitán América o Hulk, la Tierra siempre esté en manos de villanos que parecen asesores de Donald Trump (no me extrañaría que el presidente gringo sea fan de las historietas y películas de Marvel), me entero que esta franquicia es la más taquillera de la historia del cine y que Vengadores Infinity War ha roto récords de taquilla desde su estreno.

Obviamente soy uno de los contados seres de este planeta que no ha visto las 18 películas previas de esta saga interminable. Por lo tanto Vengadores no se toma la molestia de orientar al espectador sobre la trama porque los guionistas (me imagino a un puñado de sujetos treintones expertos en videojuegos) asumen que los fans saben de qué se vengan. En dos horas y media de película no hay desarrollo de personajes, se da por entendido que con presenciar explosiones pirotécnicas y feroces luchas en sonido Dolby que recuerdan la WWA, los neófitos quedaremos atrapados en el estridente universo Marvel.

Leo en una reseña de El País tan críptica como la saga referida, que Vengadores es una “gran epopeya galáctica” que está punto de convertirse en una space opera”. Le concede “contenidos filosóficos” y “seres abstractos” como La Muerte, Eternidad, El Tribunal Supremo, El Orden y El Caos. Es decir, los superhéroes y sus enemigos son algo así como profetas e illuminatis de una variante del Apocalipsis de San Juan dentro de un universo cuya única finalidad es perpetuar ambos bandos para que ad infinitum se destruyan entre ellos y arrasen con todo lo que se les atraviese teniendo a la humanidad como mirón de palo.

Al finalizar la película, tuve que regresar a mi butaca desconcertado porque los escasos espectadores (no había niños) que prefirieron la versión subtitulada, no se movían de sus lugares atentos a una maratónica lista de créditos que precede a un tráiler que los fans reconocen como sello de Marvel anunciando la siguiente entrega, lista para estrenarse el próximo año.

En el lobby del complejo de cines con la misma película doblada al español en todas sus salas, una compacta multitud equipada con combos de palomitas y refrescos, esperaba entusiasta su turno para presenciar la batalla entre un Bien un Mal difusos.

Exactamente el mundo de hoy como voluntad y representación, diría Shopenhauer.

Vengadores: Infinity War. Dirección: Anthony y Joe Russo. Intérpretes: Robert Downey Jr., Scarlet Johanson, Josh Brolin, Mark Ruffalo, Zoe Saldana. Estados Unidos, 2018.