Alejado de esquemas narrativos fáciles, y en sintonía con las concepciones heterológicas, León Béjar publicó recientemente dos obras en un volumen: Majestic y Yo, el que ve. La primera novela contiene elementos suficientes para adaptarse al teatro: dramatismo, contados escenarios y lo que suele llamarse presentación dramática del personaje, quien se define por sus acciones. Y si en la cotidianidad un cerrajero y un carpintero ejercen oficios dignos que benefician, aquí dichos personajes se resignifican para volverse anómalos y simbólicos en una situación en que la salida más digna es morir. El título evoca una canción donde el yo lírico prefiere el sueño a la conciencia de soledad, y se carga de irónica crueldad. El drama es de un realismo crudo y el escenario se transforma en laberinto sin salida. La paradoja es que hay un cerrajero, encargado de liberar puertas, pero aquí se libera una para conducir a la familia a la tortura.

El intenso dramatismo de Majestic surge desde el inicio: “La cabaña, en un bosque cuyas sombras y fantasmas nos cazan, se yergue oculta como toda protección frente al abismo. Michael está más enfermo. Vomita sangre, hierbe en fiebre: la muerte se le acerca con clemencia”. Esta situación genera intriga por la existencia de una guerra, lo que aumenta la vulnerabilidad de la familia. El drama posee insinuantes evocaciones irónicas y humor negro. Se entiende que el Cocinero, el Cerrajero y el Carpintero son especies de torturadores o perturbados, monstruos sadianos que despliegan sus desórdenes mentales sobre realidades vulnerables. El carpintero “trabaja” con el cuerpo como con la madera. Lo desconcertante es cuando el Cerrajero le dice al sicópata Bob: “¡No, jefe! Va a distraerme. Solo para que yo muera es capaz de todo. Le ruego que mande a otro hombre. El Carpintero está loco. Mande a Asturias, o a Roa Bastos, o a cualquiera, pero no a él. Se lo ruego, mi señor”. Los nombres de dos grandes escritores (Asturias y Roa Bastos) mezclados con el Carpintero, no deja duda de la asociación irónica a Alejo Carpentier, innovador de la materia temporal en la narrativa. Basta leer Guerra del tiempo y notar sus experimentos. No me parece gratuito que el Cerrajero lo considere loco.

Más cercano al ensayo, aunque sin renunciar a su carácter narrativo, es Yo, el que ve. Tono y ritmo son diferentes, lo que nos da idea de la flexibilidad estilística y capacidad del autor para adaptarse a distintas sicologías. Aquí nos enfrentamos con un místico o seudomístico que sincretiza creencias y critica la concepción del dios semítico, ese loco narcisista que se desdobla y a quien sólo conocemos por libros, llámense Biblia o Corán, pero que ha producido gran variedad de locuras colectivas desde su imagen unitaria. Es enriquecedor el diálogo teológico hacia la aceptación de la alteridad y lo diverso. Parece decirnos el autor que la verdad absoluta es una quimera.

En ambas obras hay un sentido de lo sagrado ajeno a lo que los lectores simples se han acostumbrado. Antes de nuestra era, lo sagrado abarcaba más facetas y no era un fenómeno reducido a esa ridícula entelequia platónica que tanto nos vende el cristianismo y otras posturas idealistas. La realidad, con sus innumerables secuencias simultáneas, es incontrolable; por más que pretendamos ejercer control sobre ella, sólo la limitamos en la representación. En estas obras, León exhibe, por un lado, una situación límite; por otro, un delirio teológico resuelto en una suerte de sano relativismo. El mensaje finalmente es la tolerancia hacia la alteridad.

León Béjar Wagongarz, Majestic y Yo, el que ve. Prólogo de Víctor Iván Gutiérrez Maldonado, Aliosventos Ediciones, México, 2018; 101 pp.