Que en la República Bolivariana de Venezuela no existe la democracia, ni duda cabe. Por si alguien lo dudaba, el domingo 20 de mayo el sucesor de Hugo Chávez Frías (1954-2013), por propia disposición –tal y como acostumbran los dictadores “protegidos” por la repetición de “comicios fraudulentos” de acuerdo a la regla impuesta por el difunto comandante del ejército rebelde de Sierra Maestra, Fidel Castro Ruz–, Nicolás Maduro Maderos, celebró su elección a modo para mantenerse en el poder por lo menos hasta el año 2025, sin importarle que el abstencionismo real haya sido superior al 70%, aunque sus paniaguados anuncien que fue elegido por el 67% de la votación, sin que el propio organismo electoral (manipulado, obviamente, por el gobierno), no aclare cuántos ciudadanos realmente depositaron su papeleta en las urnas, persignándose o no, como lo hizo el “ciudadano” Nicolás Maduro Moros (1962) frente a las urnas de su propia reelección. Algunos analistas extranjeros, aseguran que, en realidad, sólo cuatro millones de votantes depositaron su sufragio. No es algo exagerado, en Venezuela todo puede suceder (o ya sucedió).
Según cifras oficiales, la abstención del 52% es la más alta de la era “democrática” venezolana que comenzó en 1958. Al anunciar la “victoria” de Maduro, la directora del Consejo Nacional Electoral (CNE) del país, Tibisay Lucena, adelantó que la participación ciudadanía sería del 48%, mientras que el opositor Frente Amplio la ubicó en el “inferior 30%”. Hasta ahora, la participación más baja había sido del 56.6% en los comicios del año 2000, cuando se enfrentó el entonces presidente Hugo Chávez con el militar Francisco Arias Cárdenas.
Como es de suponer, el parlanchín mandatario venezolano no esperó mucho para celebrar su reelección hasta 2025 “con un récord histórico”, dijo ante varios centenares de sus seguidores reunidos en las afueras del Palacio de Miraflores en Caracas.
Así las cosas, Lucena precisó que de 8,603,936 votos, el presidente Maduro logró 5,823,728 sufragios, muy lejos, por cierto, de los diez millones de papeletas que había anticipado. En segundo lugar quedó Henri Falcón, de la oposición, con un millón 820,552 papeletas. Y, en tercer lugar, el candidato de Esperanza por el Cambio, Javier Bertucci, con 925,042 votos, seguido por el independiente Reinaldo Quijada, con solo 36,614 votos.
Antes del anuncio oficial de Tibisay, Henri Falcón, el abanderado de Avanzada Progresista, del Movimiento al Socialismo y del Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI), en una conferencia de prensa calificó como “ilegítimo” el proceso electoral, al tiempo que advertía que no reconocería los resultados. Y agregó: “Para nosotros no hubo elecciones, hay que hacer otras”.

Falcón, candidato de una parte de la oposición, denunció que el CNE no cumplió las normas previamente planteados para las elecciones, como la ubicación de los puntos de organizaciones políticas cerca de centros de votación. Asimismo, aceptó los llamamientos abstencionistas, como la ubicación de centros de votación, y admitió que que dichas acciones, por parte de los sectores de la oposición, afectaron su intención de voto.
Antes de anunciar que el triunfo del sucesor de Hugo Chávez sería ilegítimo, Henri Falcón también argumentó que burócratas y beneficiarios de los programas sociales del gobierno fueron presionados para que sufragaran a favor del mandatario.
No solo la oposición venezolana votó y actuó en contra de los comicios presidenciales. Sino que gran parte de la comunidad internacional se declaró en contra de estos comicios porque no le concedieron ninguna validez jurídica. Desde la Unión Americana (EUA), y la Unión Europea, el G-20, reunido en Buenos Aires y los 14 países del Grupo de Lima (Argentina, Brasil, México, Colombia –particularmente el presidente Juan Manuel Santos se ha significado por romper espadas contra Nicolás Maduro–, Costa Rica, Chile, Perú, Canadá, Honduras, Guatemala, Panamá, Paraguay, Santa Lucía y Guyana), anunciaron su no reconocimiento a los resultados de esta contienda electoral.
El hecho es que el proceso electoral prefabricado por Maduro y sus compinches tiene el evidente propósito de desmantelar las instituciones —¡al diablo las instituciones!, ¿dónde he oído eso?–, de la debilitada (podría decirse inexistente) democracia de Venezuela. El día de los comicios –domingo 20 de mayo–, se llevaron a cabo sin garantía de transparencia ni limpieza, con una oposición perseguida y encarcelada, millones de exiliados y sin el aval ni la supervisión de organismo internacional independiente alguno, ni dentro ni fuera del territorio venezolano.
Bien dice un editorial del periódico El País: “Desde que el 6 de diciembre de 2015 Maduro fuera derrotado en las legislativas, la maquinaria del chavismo puso en marcha un plan para destruir la oposición, y con ella el sistema democrático. Usurpó el poder de la Asamblea Nacional creando una Cámara constituyente paralela controlada por el oficialismo, reformó la ley electoral, encarceló a la oposición, copó las administraciones regionales, utilizó a cuerpos paramilitares contra las manifestaciones (causando decenas de muertos que luego culpó a loa manifestantes), y finalmente se “dispuso” a perpetuar al presidente. Todo ello mientras completaba, en paralelo, la destrucción de la economía venezolana y empobrecía a sus ciudadanos, forzados a sufrir una condiciones de vida dramáticas mientras los jerarcas se enriquecían sin límite”.

Las denuncias de centenares de actos ilícitos en los centros de votación no se hicieron esperar. Uno de los candidatos, el evangélico Javier Bertucci, que obtuvo cerca del millón de votos señaló: “Tenemos más de 380 denuncias de puntos rojos en casi todos los centros de votación. No hay libertad para que los electores ejerzan sus derechos, esto no es un ejercicio democrático. Difícilmente se puede reconocer el resultado de una elección cuyas garantías no son respetadas”.
Por su parte, Nicmer Evans, chavista disidente cercano a Luisa Ortega, la fiscal destituida por la Asamblea “Constituyente” –ahora en el exilio y que ya ha denunciado en cortes internacionales al presidente Nicolás Maduro–, habló de su ronco pecho: “Hoy somos testigos del mayor control político para que la gente vaya a votar. Los pocos que acuden van extorsionados”.

En tales condiciones, por primera ocasión coincidieron personajes de uno y otros bandos, con el Frente Amplio Venezuela Libre, que agrupa a la Unidad Democrática, la Iglesia Católica, chavistas disidentes, el Movimiento Estudiantil y grupos civiles y sindicales: “El venezolano decidió no convalidar la farsa electoral; los centros de votación están vacíos”, señalaron sus líderes.
Así, la oposición no dudó en calificar como “fraude en curso”, las elecciones que tuvieron lugar en Venezuela el domingo 20 de mayo, en las que proliferaron imágenes parecidas a las que todo mundo vio en 2017 durante los “comicios” para elegir a los delegados a la “Constituyente”.
Cronistas locales y extranjeros describieron decenas de centros electorales vacíos, aunque a la postre los números aportadas por el oficialismo de Maduro elevaron la cifra de votantes hasta los ocho millones. La empresa Smartmatic, que se dedica al recuento de votos denunció que el escrutinio se había “hinchado” con al menos un millón de boletas.
Hasta José Rodríguez Zapatero, el ex presidente del gobierno del Reino de España, acompañante “positivo” de los comicios chavistas, actitud que le ha sido criticada por propios y extraños, motu proprio reconoció que había zonas con mucha abstención, aunque en otras si hubo votantes. Cabe señalar que el criticado ex mandatario ibero fue increpado duramente por vecinos de Chacao, al este de la capital venezolana, durante su visita al centro electoral Andrés Bello. En fin, cuando faltaban pocas horas para el cierre de las mesas electorales, los datos desde dentro del CEN apoyaban la tesis de la fuerza abstencionista. Como prueba del férreo control oficial de estos comicios –que solo los incondicionales de Maduro reconocen su “legalidad”–, 300,000 soldados y policías se encargaron de vigilar los 14,638 centros electorales que estuvieron abiertos durante doce horas, desde las diez de la mañana hasta las diez de la noche, con al esperanza de que el pueblo votara. Pobre Venezuela.
Por los tiempos que corren, y por la grave decisión que los mexicanos tomaremos el domingo 1 de julio, hay que tener oídos sordos a los dulces cantos del populismo tropical de “quien tú ya sabes”. El ejemplo de Venezuela es claro. Nada más, nada menos. VALE.

