Por Jacobo Zabludovsky*
[su_dropcap style=”flat” size=”5″]C[/su_dropcap]on la muerte del Papa Doc la historia se eleva a la dignidad de brujería. Magia negra, vudú, hechizo y ribetes de tragedia griega bajo el el sol del Caribe donde todo extremo es posible, lo lógico resulta absurdo y lo grotesco tienen un acomodo.
Ante el cadáver de Francois Duvalier su pueblo llora contagiado de la psicosis funeraria. Lo viví en el funeral de Anastasio Somoza el viejo; las radiodifusoras tocan música fúnebre, las banderas se ponen a media asta, se decreta un periodo de luto, se cuelgan crespones de ventanas e iglesias, se pronuncian discursos lamentosos y la gente acaba por creer que está triste y llora. Mientras el pueblo de Haití llora a Papa Doc algunos se preguntan si estará en mejor compañía. Después de todo sabía el secreto de la comunicación con los muertos. Único héroe a la altura de los clásicos, a la altura de los personajes bíblicos, el viejo médico rural supo el secreto de hablar con los difuntos. “Por órdenes del Presidente —relata el reportero Bernand Diederich quien vivió 14 años en Haití — el teniente Albert Jerome cortó la cabeza de Philogenes y la puso en un cubo de hielo. Duvalier envió un avión especial de la fuerza aérea para transportar la cabeza. ¿Por qué quería Duvalier que le llevaran al palacio la cabeza del conspirador? Insistentes rumores circulaban en Puerto Príncipe coincidiendo en que Duvalier pasaba horas sentado frente a la cabeza tratando de comunicarse con ella”. Y de la hechicería vuela sin escalas a la teoría política y al publicar sus obras escogidas se compara con Trotsky, con Mao Tse Tung, con el general De Gaulle. Sus obras llevan título de “El catecismo de la revolución”.
Ya no se verá la figura del viejo hechicero por las calles de Duvalierville, ni paseando en su coche por la avenida Harry Truman. Murió en su cama de una enfermedad que pudo haber padecido cualquier hombre común. No alcanzó en su último momento la magnitud del drama histórico, ni la culminación efectista antes del telón rápido. No murió de bala no en exilio como suelen morir los dictadores tropicales. Tal vez murió pensando su epitafio. No habrá mármol suficientemente grande para contener las modestas opiniones sobre su obra. El Haití Journal del 4 de marzo de 1964 decía con objetividad: “Duvalier es el profesor de la energía. Como Napoleón Bonaparte, Duvalier es un electrificador de los espíritus, un poderoso multiplicador de la energía. Duvalier es uno de los grandes líderes contemporáneos porque como Renovador de la Patria Haitiana sintetiza el coraje, el valor, el genio, la diplomacia, el patriotismo y el tacto de los titanes de los tiempos antiguos y modernos”. Ese año fue el de la designación de presidente vitalicio. A las demostraciones de apoyo respondió con un discurso en que firmaba: “Nadie es capaz de defenderme en el cumplimiento de mi sacrosanta misión. El líder de la revolución haitiana (Duvalier) tiene el derecho de hacer con Haití lo que quiera hacer para el progreso del país, como el gran líder indonesio Sukarno, como el líder de la gran China Mao Tse Tung y el líder de la eterna Francia Charles de Gaulle”. La nueva Constitución le asignó algunos otros cargos aparte del de presidente vitalicio: Supremo Jefe de la Nación Haitiana, incomparable Líder de la Revolución; Apóstol de la unidad nacional; Renovador de la Patria; Jefe de la Comunidad Nacional; Héroe Meritorio y Heredero de los Fundadores de la Nación Haitiana.
Tal vez, en su lecho de muerte, recordaba la plegaria de él mismo redactó y publicó en su libro El Catecismo de la Revolución “Nuestro Doc que está de por vida en el palacio nacional, alabado sea su nombre por las presentes y futuras generaciones. Así sea en Puerto Príncipe y en las provincias danos hoy nuestro nuevo Haití y nunca olvides las agresiones de los antipatriotas que escupen todos los días en nuestro país, déjalos sucumbir a la tentación y bajo el peso de su veneno no los protejas de ningún demonio…”
A estas alturas su espíritu se ha alojado en el estuche (cuerpo humano de acuerdo con el vudú) de algún familiar o amigo cercano. Pusieron en sus labios, minutos antes del sepelio polvo de arsénico para un sueño tranquilo. Si un enemigo desconocido hace una visita nocturna a su sepulcro pronunciando el nombre de Duvalier 13 veces consecutivas y ordenándole que se levante, el arsénico lo mantendrá quieto y lo salvará de ser un zombi esclavizado por su enemigo. Su espíritu, pues, no murió con él. Se aloja hoy en el cuerpo de sus hijo que tiene espacio para eso y más, o en el de su hija Dominique, o en el de algún amigo si lo tuvo. En este caso, al través de otra persona, Papa Doc seguirá sacrificándose, después de muerto, por el bienestar de su pueblo. Así sea.
