Vida deportiva
Por Fernando Marcos*
[su_dropcap style=”flat” size=”5″]Y[/su_dropcap]a es un adelanto, aunque siga siendo una mentira: los europeos, que antes nos conocían como el “país de la pistola”, ahora nos llaman, cariñosa, pero falsamente, “el país del sombrero”.
Están enamorados de esos enormes y turísticos sombreros de anchísimas alas y elevadísima copa, hechos con tule tejido o petate –como le llamamos los mexicanos- que nadie usa en nuestro país, pero que en el Viejo Mundo llegan a cotizarse hasta en cien dólares americanos cada uno.
“Juanito”, este muchachito con el ombligo de fuera y que no gustó a la cofradía de los pintores del elogio mutuo, ha recrudecido la preferencia europea por los sombreros y, desde ahora, se llama a la Copa Mundial –novena de la serie- que habrá de jugarse en México a partir de mayo, “La Copa del Sombrero”.
Sabemos de una sola empresa privada que va a fabricar cerca de cinco millones de “Juanitos” –ese muchachito que no teme a la píldora- segura de que encontrará fácil salida para sus productos y hará un pingüe negocio, en unión, claro está, de los concesionarios de “souvernirs” que tan buscados son por los visitantes durante este tipo de eventos deportivos.
Hasta donde nosotros podemos saberlo, “Juanito” ya ha derrotado al simpatiquísimo leoncito “Willie” que simbolizó la Copa del Mundo en Gran Bretaña.
No es este el único interés demostrado hasta el momento por los europeos en torno al Noveno Campeonato Mundial de Futbol. También lo han probado en la cancha de juego, disputando su participación en el evento honorable del deporte y, por cierto con mucha razón, en el formidable reparto económico que esperan producirá nuestro torneo.
Así pues, hemos visto jugar finales de clasificación con la furia de quien no está dispuesto a ceder en ningún momento en algo que desea profundamente.
Ya están clasificados 15 de los 16 participantes. Sólo falta que termine el increíble maratón a que se ha sometido a Australia –jugará el match decisivo contra Israel- para saber cuál de estos dos últimos países sede y campeón mundial, respectivamente- que clasificaron sin luchar; Perú, Uruguay y Brasil, representando a Sudamérica; El Salvador –primer país centroamericano que participa en Copa del mundo, zona final-; Italia, Alemania Occidental, Bélgica, Rusia, Suecia, Bulgaria, Checoslovaquia y Rumania, representando al Viejo Mundo y Marruecos, como representante africano.
Lo que se hizo con Australia ya se había hecho antes con México, en 1962, cuando se nos obligó a jugar lo que hasta el momento era el mayor número de partidos necesarios para clasificar en la zona final y se nos inventó un partido contra Paraguay, del cual salimos, afortunada y merecidamente, airosos. Australia, pues, vencido o vencedor, merece nuestro homenaje desde ahora: ha recorrido más de medio mundo jugando, para tener el derecho de hacerlo en México. Si gana, bienvenido. Si pierde, nuestros aplausos por su deportivismo y espíritu de lucha y nuestros brazos abiertos a Israel, que por primera vez estaría presente en la ronda final.
Insistimos en hablar de ronda final y de zona final, para salir al encuentro de un hecho falso propalado por periodistas mal informados. El campeonato mundial de futbol no consiste solamente en los octavos y cuartos de final; en los semifinales y finales que se jugarán en México, sino en más de 600 partidos jugados a todo lo ancho y todo lo largo del mundo –por eso se llama campeonato mundial- a lo largo de todo 1969.
Por cierto que dichos periodistas se lamentan, por ejemplo, de que Hungría, España, Portugal y otras potencias tradicionales, hayan quedado fuera de la zona final –y no del campeonato del mundo que jugaron y perdieron- mientras que han ganado su ingreso países tradicionalmente débiles como Israel –si lo gana- o Australia; como Marruecos o El Salvador, etc.
Gracias a esta política sabia de puertas abiertas a todos, México puede ufanarse ahora de ser el organizador de la IX Copa del Mundo. De haber predominado la ciega y egoísta actitud de dichos periodistas, jamás México habría tomado parte en Copa del Mundo alguna, zona final. Así pues, no censuramos un hecho que nos han permitido incorporarnos al gran acontecimiento tetra anual del futbol en el mundo.
Todo marcha a pedir de boca. Estarán representados en México los clásicos “cinco continentes”; estarán los grandes, los medianos y los chicos. Todo esto da un tono verdaderamente ecuménico al torneo que habrá de culminar en mayo-junio, en las canchas de nuestro país.
Hemos recibido la visita de los mejores conjuntos del mundo, ávidos por conocer el ambiente en el cual se jugará la fase que apasionará al mundo y que hará del futbol el propietario exclusivo de las ocho columnas en las primeras planas de todos los periódicos del mundo. De ese evento que será visto por más de 6,000 millones de espectadores a través de la televisión y del cine y que será escuchado, momento a momento y en todas las lenguas vivas del mundo, por otros tantos aficionados a través de la radio.
Nos han visitado también los técnicos de los países ya clasificados –de la mayoría de ellos, por lo menos- y el público mexicano, sin moverse de sus respectivos hogares, ha presenciado choques tan importantes como Inglaterra-Brasil; como Checoslovaquia-Hungría; como Alemania Oriental-Italia; como Alemania Occidental-Escocia, etc. etc., lo que le ha permitido, gracias a la TV, ser el primer país que VE en toda la historia del futbol, no sólo la fase final, sino los partidos más significativos de la lucha desde su fase eliminatoria. Y hasta nos ha tocado ser testigos de la eliminación de uno de los más batalladores conjuntos –Honduras- cuando tuvo que resolver su eliminación con El Salvador en el Estadio Azteca.
Ha vuelto a tocar a Inglaterra el lamentable papel de villano –no el país, sino algunos ingleses los han realizado- cuando la prensa ha dado cuenta de una versión que nos negamos a creer y que se atribuyó a Sir Alfred Ramsey al poner en sus labios esta declaración: “tengo miedo de la altura, del calor y de los alojamientos”. Por lo que toca a estos últimos, el propio Sir Alfred –tanto en Río de Janeiro como en Praga y en Hamburgo- nos manifestó que estaba “feliz con el Hilton de Guadalajara, donde contaría con una espléndida acomodación, ideal para sus jugadores”. Y, por supuesto, ni qué decir de los alojamientos que encontrará en la capital, si es que su equipo pasa a semifinales o cuartos de final. Pero he aquí que un empresario, mister Duff –perdón si su nombre no se escribe así, pero nos gusta olvidar el nombre de los pícaros- ha declarado que en “Guadalajara se le ofrecían a su excursión verdaderos tugurios inaceptables para personas decentes”.
Es lamentable que siempre sea un inglés quien ponga la nota discordante y hostil, además de falsa y evidentemente calumniosa cuando se trata de eventos organizados por México. Para los Juegos Olímpicos fue el doctor Bannister –héroe olímpico- quien más se caracterizó en difamar a nuestro país, teniendo al final que aceptar sufrir el más espantoso de los ridículos cuando, a la vista de los hechos, fueron sus mismos paisanos quienes le echaron en cara su tortuosa y malintencionada política de desprestigio contra México que supo organizar “la más brillante olimpiada de todos los tiempos”. La Copa Olímpica, otorgada a México, prueba que no hablamos por hablar.
Queremos olvidar lo sucedido en Inglaterra con los visitantes mexicanos, muchos de los cuales sufrieron fraude en torno a la instalaciones que habían comprado a precio de oro. Se les alojó en hoteluchos de paso y, gracias a la intervención de la Embajada Mexicana y Scotlalnd Yard, un timador tuvo que devolver más de 35,000 dólares que había robado a los viajeros mexicanos ofreciéndoles alojamiento sin cumplir con su compromiso.
Pero si queremos olvidar eso, no estamos dispuestos tampoco a aceptar que Guadalajara, bellísima ciudad del occidente mexicano, sólo ofrece tugurios al viajero. Es obvio, por supuesto, que por novecientos dólares que míster Duff cobra a sus expedicionarios, no es posible ofrecerles pasaje en avión de Europa a México y de la capital a Guadalajara; entradas a diez partidos –más baratas en México que en Inglaterra, por cierto- y alojamiento y alimentación durante más de quince días. Con 900 dólares, un viajero mexicano no obtendría en Inglaterra otra cosa más, prácticamente, que el pasaje de ida y vuelta a la Gran Bretaña. Ahora bien, si míster Duff quiere obtener por nada lo que vale dinero, bueno será que sepa que ya en México no se da oro por espejitos. O, dicho de manera más amarga, que nuestro país no es Biafra, donde la ambición imperialista ha causado la muerte ignominiosamente injusta de más de dos millones de seres humanos. Y en eso de Biafra, Inglaterra tiene mucho que ver…
Guadalajara ofrece albergue comodísimo a todos los que la visiten, ya sea para el campeonato del mundo o mañana mismo, si así lo prefieren. Sólo que esos albergues no se regalan: se cobran, como se cobran en todas partes del mundo, sólo que a precios mucho más reducidos que la mayoría de dichos países. Lo sabemos, porque acabamos de pagar alojamientos en Italia, en Alemania, en Checoslovaquia, en Brasil y sabemos de lo que estamos hablando. Ni qué decir de Francia, aunque este país ni participa ni habla despectivamente del nuestro. Tan sólo España puede ofrecer al viajero acomodamiento tan bueno como el mexicano y, desde luego, más barato y siempre gentilísimo.
Dejemos el tema y olvidemos a Míster Duff, si bien esperamos alguna acción oficial pertinente, para evitar que este tipo de aventurero especulador y calumnioso cause injusto desprestigio a un país, México, preferido por el turismo internacional, y a una ciudad, Guadalajara, que nunca como ahora merece el nombre de “Perla de Occidente”.
Buena medida sería, sin embargo, visitar concienzudamente que algún hotelero o cualquier servidor del turismo no vayan a echar el gato a retozar. Afortunadamente, los mecanismos de control oficial y privado funcionan muy bien, a este respeto.
México tendrá suficiente número de visitas gratos para preocuparse por un míster Duff más o menos. Pero, en todo caso, es un deber nacional que, al regresar nuestros visitantes a sus países de origen, regresen con el buen sabor en la boca. Ese buen sabor que México deja, siempre, en los labios de todas las personas de buena voluntad…