Un empresario, como cualquier ciudadano mexicano, tiene el derecho constitucional de expresar libremente sus opiniones, las que desde luego pueden estar sujetas a escrutinio y crítica, pues el pensamiento colectivo se enriquece cuando múltiples ideas se contrastan.

Viene a cuento lo anterior porque el señor Héctor Hernández Pons, director de la firma Herdez, difundió en redes sociales un texto en el que llama a sus empleados a tomar providencias ante “cualquier giro que se pueda presentar en la economía del país como consecuencia de las próximas elecciones o que provenga del exterior”.

El empresario llama a sus asalariados a “proteger nuestra querida empresa (Herdez), que es nuestra fuente de trabajo y sustento familiar”, la que en el presente sexenio ha obtenido del gobierno contratos por cientos de millones de pesos. Sin embargo, anuncia que será más cauteloso en sus inversiones y que se limitará “a la protección y conservación” de sus activos, lo que en buen romance significa que dejará de invertir sus enormes ganancias.

El temor del señor Hernández es que se repita lo sucedido en los sexenios de Luis Echeverría y José López Portillo, pues afirma que entonces “hubo devaluaciones y la inflación llegó a 90 por ciento, con un control de cambios y de precios, la nacionalización de la banca y algunas industrias”.

En realidad, la retórica demagógica de Echeverría no impidió que en su sexenio creciera la tasa de ganancia y 1976 fue el año con la más alta de inflación de su sexenio, con 27 por ciento y no 90, como dice Hernández Pons. Con López Portillo, los empresarios sacaron del país 55 mil millones de dólares, de ahí que aquel mandatario los acusara de haber saqueado el país.

En realidad, con quien hubo una inflación desbocada fue con Miguel de la Madrid: 98 por ciento en 1982; 80.8 en 1983; 59.2 en 1984; 105.7 por ciento en 1986; y de 159.2 en 1987. También fue con ese presidente con el que se implantó un control de precios al final de su periodo, después de acatar dócilmente las indicaciones del FMI y cuando ya el daño estaba hecho.

En suma, hay empresarios que se creen el cuento de que ahí viene el lobo y se disfrazan de indefensas caperucitas, amagan con cancelar la inversión y llevarse al extranjero sus capitales. Hernández Pons es heredero de una importante empresa en el ramo de productos enlatados, los que presuntamente están hechos con amor. Ese mismo amor debería mostrarle a México, país en el que su familia se hizo de una cuantiosa fortuna.