Jacquelin Ramos y Javier Vieyra
La Sociedad de Beneficencia Española fue fundada el 9 de octubre de 1842 por don Francisco Preto y Neto, el primer cónsul general de España en México. El objetivo de la institución, como consta en sus estatutos, fue socorrer a los ibéricos “verdaderamente necesitados” y, posteriormente, a los enfermos españoles en México. Recurriendo primero a establecerse en diferentes nosocomios como el de San Juan de Dios, es en 1932 cuando se establecería en su icónica sede actual en la avenida Ejercito Nacional en la Ciudad de México.
Desde sus inicios, la Sociedad se consolidó en diferentes organismos que sirviesen a sus objetivos, como el Panteón Español y sus asilos, pero principalmente el Sanatorio, ahora Hospital Español, que se ha posicionado como un prestigioso centro de atención e investigación en materia de salud, que brinda servicios, en su mayoría, a ciudadanos mexicanos descendientes de hispanos. Es así que la Sociedad de Beneficencia Española ha podido establecer un simbolismo de vinculo entrañable entre ambas naciones, al igual que otras entidades, como la Casa de España, hoy El Colegio de México, y numerosas empresas que han enriquecido de manera extraordinaria la vida pública de nuestro país.
En una de sus residencias para adultos mayores, el Hospital Español resguarda un auténtico tesoro de memoria viva, su nombre es Manolo Mier, de 97 años de edad, de los cuales lleva 78 de ellos perteneciendo a la Sociedad y 26 dirigiendo su revista bimestral Aquí S.B.E. que cuenta ya con 160 números.

Manolo abre las puertas de su habitación para conversar con Siempre!, e iniciar un recorrido por sus recuerdos entre numerosas aves de porcelana, fotografías de la visitas de los reyes de España y algunas dentro de un Ferrari junto con su sobrino, el piloto mexicano Adrián Fernández. Con lucidez deslumbrante, relata que Hitler “lo corrió” de Europa antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando una alianza bélica con Francisco Franco parecía traer inminentemente de regreso el fantasma de la guerra a su patria. Sin acabar su educación primaria, Manolo Mier de 18 años se embarcó al sueño americano junto con su hermano, apenas un año mayor:
“El 9 de febrero de 1940 pudimos salir de España hacía Lisboa. En nuestro barco venían muchos judíos que estaban escapando de Europa. De Lisboa hicimos ocho días a Nueva York. El día que llegamos había nevado: la primera postal de América que tuve fue la Estatua de la Libertad con nieve. Después llegué a México el 1 de marzo de 1940, era sábado y el lunes 3 empecé a trabajar en La Merced, en una tienda de abarrotes. Lo que más me ha costado en mi estancia en México ha sido aprenderme el nombre de los chiles.”
A pesar de que Mier reconoce que de España a México cambiaron sonidos, sabores, colores y todos los demás estímulos de los sentidos, él se supo por completo mexicano una vez que pudo regresar a España 22 años después de su partida. Al adoptar su nueva nación, ejerció también su cultura participando en diferentes actividades como las zarzuelas con “Cachirulo” y el teatro con María Conesa, a quien vio actuar hasta sus últimos días. Todo ello, lo conjugó con más de cuarenta años de servicio trabajando en los míticos Almacenes García.
Orgullosamente, Manolo Mier ha sido testigo de una gran parte de la historia mexicana; sus ojos casi perdidos, pero llenos de prodigios, han visto pasar todos los sexenios desde Lázaro Cárdenas hasta Enrique Peña Nieto. Le gusta escuchar la televisión e incluso tiene a sus comentaristas favoritos: José Cárdenas y Joaquín López-Doriga. Sin embargo, una de las cosas que más disfruta es hacerse cargo de la revista Aquí S.B.E. de la que él personalmente escribe la mayoría de los artículos, junto con algunos médicos y socios. Esta publicación se ha convertido en un verdadero almanaque de maravillas en que se expresa de mejor manera el juego de identidades entre España y México.

A través de pequeños artículos, es posible sumergirse en la historia de la Sociedad de Beneficencia Española, pero también de emblemáticos lugares de la península como Almería y del centro de México como Toluca. Al hojear sus páginas la curiosidad encuentra un auténtico banquete al descubrir los orígenes mitológicos de algunas especies de animales, el camino de siglos de deliciosos platillos, las etimologías de algunas expresiones populares, datos culturales y minibiografías de personajes transcendentales, solo por mencionar algunos fragmentos clasificables. Para esto y más da la cultura de Manolo Mier, quien en el último número de su revista había anunciado su retiro de la misma, pero encontró resistencia.
“En el número 160 me había despedido de mis lectores con una texto titulado ¡Adiós muchachos!, como en el tango, pero recibí muchas llamadas encomiándome a no hacerlo y decidí seguir adelante. Ahora estoy emocionado por ver el número 161 y el 162 y así, infinitamente”.
Con gran tranquilidad y satisfacción, Manolo finaliza: “No es lo mismo vivir de recuerdos que acordarse de las cosas. Yo ya vivo de los míos, y aún sigue siendo una existencia fantástica ¡Imagínese lo que ha sido mi vida!”.


