Javier Vieyra y Jacquelin Ramos
Hablar de Francisco Luis Urquizo es hacer referencia a un personaje fascinante y primordial en que se conjugan dos universos que pareciesen tan distantes como incompatibles: el militar y el literario. Nacido en San Pedro de las Colonias, en Coahuila, en 1891, él hizo de su vida como general revolucionario una aventura extraordinaria que supo plasmar en las páginas de memorables obras en las que queda manifiesto un estilo narrativo prodigioso.
Lo mismo testimonio histórico que inmersión literaria, algunos títulos como Memorias de campaña y Tropa vieja son ya parte de la memoria nacional y legado de la vida enriquecedora de Francisco L. Urquizo; vida de la que Juan Manuel Urquizo Pérez de Tejada, hijo menor del ilustre mexicano, fue testigo de primera fila. Resultado de una serie de reflexiones en torno a la figura de su padre, Urquizo Pérez de Tejada coordinó el volumen Francisco L. Urquizo. Vida y obra, título que pretende realizar un acercamiento a las diferentes facetas del hombre que armado de fusil y pluma fue responsable de la modernización del Ejército Mexicano y la instauración del servicio militar.
Juan Manuel Urquizo explicó en entrevista para Siempre! que el libro refleja su disposición por brindar un homenaje que fuese ameno para abrir las puertas a las nuevas generaciones a la herencia intelectual de su padre. Todo ello en el marco del 49 aniversario luctuoso del general escritor que hoy reposa en la Rotonda de las Personas Ilustres en la Ciudad de México. Y es que preservar y difundir una labor tan distinguida como la de su antecesor no ha sido tarea fácil, pero a lo largo de más de cuatro décadas Urquizo Pérez de Tejada ha logrado llevar a diferentes lugares como Coahuila, Chihuahua y la Ciudad de México el estandarte de la imagen de su padre, a quien recuerda con un profundo cariño pero, sobre todo, con un impecable respeto.

“Mi padre era un hombre portentoso; sumamente ordenado y metódico, llegando incluso a lo rutinario. Siempre sabía donde dejaba todo y no le gustaba que las cosas perdieran su sitio. Todos los días salía en la mañana a la Industria Militar, de la cual ocupó la jefatura de departamento, y llegaba a casa a las 15 horas para comer y después escribir hasta las 18 horas, posteriormente recibía visitas de una a dos horas y volvía a su pluma hasta entrada la noche. Todos los días era el mismo proceso, excepto los domingos”.
De igual manera, Urquizo dimensiona a su ascendiente como un ser humano excepcional al punto de concebir al Escuadrón 201 como una forma solidaria de apoyar a Argentina, que había perdido 10 mil hombres en batalla, en la Segunda Guerra Mundial. Esa faceta sensible, relata Urquizo Pérez de Tejada, se expresaba también en su gusto por el tango, la música, el deporte y su notable inteligencia para conversar, gracias a la cual se ganó la amistad de personajes como Alfonso Reyes, León Felipe, Salvador Novo, José Pagés y Jaime Torres Bodet. Pero, si una palabra puede definir a Francisco Luis Urquizo esa es la lealtad, tanto su carrera militar como en su servicio diplomático en países como Cuba y Argentina.

“La lealtad siempre fue un principio fundamental en la vida del general, tal vez el más arraigado. Fue leal a Francisco I. Madero cuando tuvo que serlo y fue leal a Carranza hasta después de su asesinato en Tlaxcalantongo, Puebla. De hecho, Carranza llevaba una camisa de mi padre cuando fue muerto, la misma que está exhibida en su Casa Museo; es una prueba simbólica del compromiso que él tenía con su líder”.
Sin embargo, es imposible dejar de lado la monumental obra escrita de Urquizo compuesta por 32 títulos que le han valido un lugar junto a autores como Mariano Azuela y Agustín Yáñez en cuanto a la novela sobre la la Revolución Mexicana y ser considerado por la Universidad Católica de Chile como el primer escritor mexicano de ficción por su obra Mi tío Juan, escrita en 1934. Además, recuerda su hijo, de fundar numerosos clubes literarios y ser considerado por José Emilio Pacheco y Adolfo Castañón como un creador imprescindible en las bibliotecas mexicanas y con necesidad de ser redimensionado en su grandeza narrativa.

Concluyendo el retrato hablado de su padre, Juan Manuel Urquizo hace hincapié en el hecho de que fue un hombre que vivió la Revolución como pocos y, por ello, al final de su existencia, a menudo reflexionaba en los objetivos que no habían podido alcanzarse desde la lucha armada.
“Francisco L. Urquizo supo hasta su último día que no se habían logrado muchos de los ideales revolucionarios por los que él peleó y aún prevalecían muchas divisiones entre todos los sectores de la sociedad mexicana. Creo que uno de los deberes que nos da su legado es retomar esos objetivos, pero no con una visión de nostalgia, sino de futuro. Una razón más para que no sea olvidado”.


