Pequeños pies duros
Por Javier Fernández
[su_dropcap style=”flat” size=”5″]S[/su_dropcap]e esfuman las aves, dice la prensa. ¿Las bullangueras, las pasivas? La nota es concisa y bombardea al lector con indicadores porcentuales, sin referirse a la tipología de las aves que se esfuman. ¿Indicadores como cuál? Tasa de reposición mensual de huevos en los nidos del entretecho de una biblioteca, dos coma cinco; semanas transcurridas entre cada eclosión exitosa, tres coma uno, etc. ¿Se refiere a la tórtola común, a la paloma bravía? Es muy posible, aunque deja entrever que igual se esfuman otras: las de rapiña, las salerosas, también las rinconeras. ¿En dicha clasificación entra Lío Messi, cuyo espíritu nómada unas veces aviva y otras mancilla el decoro popular? Prefiero señalar a Carlos Vela, su conducción prodigiosa, esa barbita de cinco días, la mueca de cortejo. ¿No será que las aves huyen por el jalón de la hormona, el régimen migratorio? Eso no lo voy a responder: hay certezas diáfanas que la vida ha dictado por generaciones, aves que en otoño se van y en primavera vuelven, opuesto a la tragedia que denuncia esta nota: su desaparición. ¿Si trasladamos el problema a una metáfora marítima, esta cuál sería? La estabilidad errante de una barcaza a mitad del Pacífico. ¿Un vendaval sería capaz de modificar su trayectoria? Sin duda, cada tanto. ¿Vista a la distancia, la barcaza se aproxima a tierra? Da tumbos, se adormece y ajusta la ruta con trepidaciones suaves, pero hasta ahí: la metáfora es infértil, hablábamos de aves. ¿Huyen movidas por el pánico, con demasiada alharaca? En absoluto. ¿Es un fenómeno invisible? Si entendemos como visible la bullanga y el salpicón de sangre, sí, este sería un fenómeno que podemos tildar de invisible. ¿Una muerte silenciosa? Más que hablar de muerte, la nota formula un desvanecimiento generalizado que afecta en modo dramático a tal o cual especie. ¿Se les halla tiradas en el asbesto, regadas en el parque, como prolegómeno de males bíblicos? Nah, la derivación trascendente amerita una moción de orden. ¿Se les halla así o no? Es que no se les halla: dejan de aparecerse. ¿Exterminio?, ¿en tal caso, a manos de quién? Lo turbador no es que intervengan la crueldad ni la matanza alevosa, sino los rasgos de una deserción tácita, una sutil ausencia.
Carlos…
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— LAFC (@LAFC) 23 de junio de 2018
¿Por fin, hablamos de Messi, receptáculo de luz? Interpongo a Carlos Vela, talento clasemediero, velado por diagonales de sol que se cuelan por una escotilla. ¿Qué opinión merece su relación con el balón? Carlos lo salvaguarda y abriga con un halo de sapiencia, de añeja dignidad. ¿De qué vale ser sabio y digno si el hábitat enaltece a los toros (Mandžukić), las armas de alto poder (Cristiano) y los bulldozer (Lukaku)? Vale por la fruición, vale por el aire de saudade, vale por el instante en que uno se escuda en la edad para roer la tarde, aspirar el polen, reconocer delicadezas como las de Carlos Vela, escasas, casi frívolas. ¿Son disimulos de diva? Son fingimientos de lechuza. ¿Será que el éxodo de las aves coincide con la voracidad con que producimos y desechamos plástico de un solo uso? Será. ¿Y con el frenético avance de la mancha urbana? A eso no alude la nota. ¿Pero será? En cualquier caso, meter baza al encarpetado y sembrar postes eléctricos a ritmo de tres hectáreas diarias hace flaco favor a las grullas, las avutardas y los loros. ¿En este afán, y dado que se esfuman los mirlos y los tucanes, qué apelativo merece la fantasía industrial? Es ciega. ¿Algún otro? Es siniestra. ¿Viene a jodernos? Viene a jodernos porque viene a socorrernos, lo que la vuelve más siniestra. ¿Cómo salvaguardar a las aves, evitar que sigan yéndose? No hay manera, van que vuelan para la extinción. ¿Y las mesetas donde planeaban, las zarzas donde anidaban? Empequeñecen, como los arrozales donde picoteaban. ¿Al esfumarse hallan refugio en páramos de la montaña y demuestran así su capacidad de adaptación? A decir de la brevísima nota, la pregunta es ociosa. Confusa. E impertinente. ¿Lío, otra vez? Piensa lo que te venga en gana: aprovecho para mirar el cielo, nubes que arbitran la noche, buscan la tierra, un cordel aborregado, angelicales muñones. ¿Las aves tutelan la lluvia o viceversa? El viceversa es un concepto superado. ¿Caerá la lluvia en cosa de minutos? En movimientos exquisitos, con su cuerpo de diosa. ¿Ataviada para la fiesta? Todo lo contrario: lloverá, si es que llueve, ataviada acaso con un delantal marchito. ¿Delantal de qué color? Un color banal, no sé. Rosa palo.