Ricardo Venegas
Nació en la ciudad de Aguascalientes el 23 de septiembre de 1957. Estudió filología hispánica en la Universidad Central de Cuba. Fue presidente de la Asociación de Escritores de México y miembro del Consejo Directivo de la SOGEM. Textos suyos han aparecido en revistas y suplementos culturales de México, España y Cuba, y se han realizado comentarios críticos sobre su obra en publicaciones de Sudamérica, Alemania y Estados Unidos. Su obra para niños ha sido traducida al portugués y sus poemas al inglés. Premio Poesía Joven de México 1974. Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 1982 y el Premio El Barco de Vapor (literatura para niños) en 1997.
—Usted estudió filología hispánica en la Universidad Central de Cuba, ¿cuáles eran sus intereses con la poesía cuando se ocupó de la filología?
—Estudié filología porque desde muy joven (en el tercer año de secundaria) tuve claro que yo quería escribir. Y supe que esa carrera me ayudaría en mi formación como escritor. Digamos que “literatura” uno estudia siempre: nunca he dejado de leer por lo menos un libro cada tres o cuatro días. Pero Historia de la Lengua, Gramática y Ortografía, Fonética y otras igual de áridas nunca las hubiese estudiado por mí mismo. Estudié Filología como parte de mi formación de escritor.
—¿Hay algún momento en su experiencia vital que lo haya acercado a la poesía?
—En la casa familiar siempre hubo poetas que visitaban a mi padre. Recuerdo comidas muy agradables (siendo yo un jovenzuelo) con Carlos Pellicer, con Efraín Huerta, con Óscar Oliva, Eduardo Lizalde y otros. Digamos que la poesía era una forma de la amistad, de la vida. Pero lo que realmente me cimbró fue mi vida en Cuba y el regreso a México. Escribí un libro de poemas sobre La Habana, Santa Clara, el Escambray que se perdió quién sabe en dónde y quién sabe cómo. Yo había publicado ya un libro (Esquina de doble fondo), pero esa experiencia me obligó a escribir también novela (La justa fatiga y Playas del Este).
—Fue presidente de la Asociación de Escritores de México y miembro del Consejo Directivo de la SOGEM, se dice que para ser escritor no es necesario ir a la escuela, ¿qué rol tienen actualmente las asociaciones y las escuelas de escritores en la formación y en el impulso de las nuevas generaciones, han cambiado?
—Creo que esa cuestión, llamémosla polémica o como se quiera, puede responderse con lo que alguien dijo de los talleres literarios. Si bien es cierto que Neruda hubiese sido un gran poeta a pesar de todo, sus hallazgos literarios, sus senderos, tal vez se hubiesen dado con mayor certidumbre si hubiera participado en talleres o escuelas de escritores. Por mi parte, me declaro absolutamente partidario de los talleres literarios. Mi mayor aprendizaje de literatura y actividades periliterarias (por llamarlas de algún modo) han sido al participar en ellos (ya sea como miembro o coordinador).
—“Ábside riguroso el mediodía sombrío/ en los vestigios que ascienden a Poitiers:/ es una mortaja en el moho de las piedras/ por el río los fantasmas de empalados/ el prodigio tenaz de las sombras romanas/ la mancha de la invocación por plazas y portones”. ¿Qué es la poesía para Alejandro Sandoval Ávila?
—No puedo desmembrar el quehacer poético de todo mi quehacer literario. La literatura es una forma de vida. Como me imagino que para otros es el teatro o la arquitectura o los negocios, etcétera. Prácticamente todo lo cotidiano lo veo “literaturizable”. Con ello quiero decir que escribo mucho, en el sentido creativo, aunque redacto menos y publico mucho menos. Y, al compartir el día a día con una poeta de la envergadura de Marianne Toussaint, pues aquello se enfatiza. Ahora que si le agregas a un poeta como padre (él me enseñó las bases de la retórica) y a Enriqueta Ochoa como la abuela de mis hijas… pues ya te imaginarás.
—Ha incursionado también en la literatura infantil, ¿cómo ha sido esta experiencia?
—En gran parte ha sido saldar una deuda que tenía con mi abuela paterna. De niño, ella me contaba historias que decía le había contado su abuela. Desde siempre quise escribirlas. Pero no pude porque esas historias corresponden a la literatura oral, la cual tiene otros recursos (el tono de voz, los gestos, los ademanes) que no hay manera de llevarlos al papel. Y también ha sido una gratísima experiencia: enfrentarte al público infantil, a esos lectores que, por primigenios, no conceden ninguna gracia, es un enorme aprendizaje.
—Trasiego es un libro en el que reúne una selección de poemas de tres décadas de creación, ¿es también un ajuste de cuentas con el tiempo, con la poesía?
—Así lo suponía yo. Pero creo que queda más en un recuento de lo que he publicado de poesía, no de lo que he escrito. Hablar de un “ajuste de cuentas” me suena como a recomenzar si no es que a finalizar. Y por ahí tengo dos libros más de poesía ya terminados y un tercero que he comenzado a escribir.
—“¿Qué dulzor es ese que vibra/ en la vertiente de tu sexo/ en el fondo qué amargura?” En sus poemas aparece también el tema erótico, que a muchos les sonroja todavía, ¿todavía no estamos listos en México para esta poesía?
—La poesía erótica, me parece, sigue manejándose con un cierto rubor, aunque se escribe y se publica mucho. Y el tema erótico habría que diferenciarlo del tema, digamos, genital. Que es muy socorrido. Y cuando alguien menciona en algún verso los genitales (ya sean masculinos o femeninos) inmediatamente se le califica de poesía “erótica”.
—Ha desarrollado una labor como promotor cultural, editor y como escritor polígrafo, ¿con qué faceta se siente más feliz?
—Me gusta mucho todo lo que hago y en lo cual he acumulado experiencia. Digámoslo así: aunque contento, no me siento satisfecho. Creo que puedo hacer muchas cosas más que, por diversas razones (familiares, sociales, etcétera), no he podido concretar. Pero realmente feliz, me siento cuando estoy con mi mujer, mis hijas y mi nieto. Ah: y cuando siento que he terminado de redactar un libro.


