El dirigente nacional del PRI, René Juárez, anunció que el partido “entrará en un profundo proceso de reflexión para cambiar lo que se tenga que cambiar y preservar lo que se tenga que preservar”.

En el marco de la derrota histórica que sufrió el PRI —el pasado 1 de julio—, René Juárez lanzó el dardo: “Tenemos que construir un partido diferente”.

De cómo se interprete y asuma ese reto —“construir un partido diferente”— depende la vida o la muerte de un órgano político que de ser gobierno, de ocupar la Presidencia de la República,  quedó reducido a la nada.

En un escenario de catástrofe no caben los maquillistas, los simuladores de siempre o los optimistas consuetudinarios que pretenden preservar privilegios o cuotas de poder.

No se trata de arrancarse vestiduras ni de adoptar actitudes estridentes o suicidas. Lo importante hoy, y no solo para el PRI, sino sobre todo para la nación, es enfrentar la verdad y tomar decisiones que le sirvan a México.

Hoy, como está el PRI, no le es útil a nadie. Vive y camina bajo las reglas no escritas de dos o tres grupos que se han dedicado por décadas a vaciar y trastocar los principios y fundamentos ideológicos de un partido que es consecuencia de tres revoluciones sociales.

Grupos de élite con los que hoy Andrés Manuel López Obrador debe estar eternamente agradecido porque son ellos quienes le abrieron la puerta a un político audaz para que desvalijara el PRI.

Y lo vació no solo en esta elección. No solo lo vació de hombres y mujeres. Lo ha venido desfondando desde hace veinte años cuando se apropió de las ideas, las causas y las gestas que dieron origen a la única organización política viva que tiene su raíz en un movimiento campesino, indígena y obrero.

López Obrador se llevó las raíces del PRI, porque el priismo de élite tiró a la basura la historia. Puso en el diván de los despojos a Morelos, Juárez y Zapata. Mandó al sótano a su mismo padre, a Plutarco Elías Calles, porque se avergonzaba de él.

¿Y sabe qué, lector? Quien va a gobernar México durante los próximos seis años lo va a hacer muy al estilo de ese caudillo que tuvo una concepción absolutista del poder. Así que López Obrador también se llevó con él a Calles.

Después de ese despojo monumental, el PRI tendrá que salir a hacer cuentas. ¿Qué tiene y con qué cuenta? Más aún, tendrá que tomar decisiones definitivas y radicales para impedir una fuga masiva de militantes a Morena.

La militancia, la verdadera, no está herida por la derrota. Su dolor tiene que ver más con sentirse usada y ultrajada. Uno de los grandes dilemas, si no es que el más importante por resolver, es que el PRI deje de ser un muñeco de paja del poder.

El destino del PRI, que también es el destino de sus agremiados y de sus simpatizantes, incluso del país mismo, ya no puede estar sujeto a las veleidades de nadie.

Y esto, que nada tiene que ver con la “sana distancia” de Ernesto Zedillo y sí con una autonomía política y moral sin condiciones, constituye una de las premisas fundamentales para construir un partido diferente. Por cierto, un partido que tendrá que preparase para lo que viene. Una Presidencia de la República absoluta y sin controles.