Jesús Villaseñor
Tradicionalmente se ha identificado, como propósito esencial de la banca de desarrollo, la canalización de recursos preferentes para promover determinadas actividades económicas consideradas prioritarias. En consecuencia, su función se orienta a la atención de aquellas necesidades que otras instituciones financieras no identifican o no tienen interés o capacidad de satisfacer y que apuntan al cumplimiento del objetivo de lograr el bienestar de la sociedad.
Hoy la banca de desarrollo en México es de segundo piso, pero, por lo relativamente reciente y, en consecuencia, poco difundido de este modelo, ha dado lugar a una serie de apreciaciones erróneas que se derivan (nada extraño, por cierto) del título con el que se le identifica. Se tiende a suponer que este tipo de banca se limita o debe limitarse al descuento de créditos, del mismo modo que se puede caer en el simplismo de calificar como banco de desarrollo de segundo piso a cualquier mecanismo de mero descuento de créditos; si así fuera, habría que llamarla banca de descuento, más que de segundo piso. Para decirlo llanamente, la esencia del llamado “segundo piso” en un banco de desarrollo está en su carácter inductor, en hacer que otros hagan o, dicho de otro modo, en asumir una función subsidiaria y no competitiva; de servicio y no de autoridad.
Entendida la esencia del segundo piso como una función eminentemente inductora, se comprende que puede abarcar cualesquiera de las actividades que emprenda el banco de desarrollo, sean estas (desde luego) el otorgamiento de créditos, o bien la aportación de capital, la capacitación, la asistencia técnica o la captación de recursos. No se trata, como en el caso de un banco de desarrollo de primer piso, de suplir o desplazar a los demás bancos en las funciones que les son propias pero que no atienden, sino de orientar su atención en la dirección que requiere el desarrollo y, así, acelerar y generalizar el proceso.
No obstante la intención declarada —como en todos los países— de fomentar el desarrollo, en el curso de su vida se les han impuesto funciones y responsabilidades que se derivan de intenciones no declaradas, como serían: mantener el control político o canalizar el gasto público, lo que ha ocasionado serios quebrantos patrimoniales a esas instituciones. Por ello, a la luz de las experiencias negativas en cuanto a cartera vencida e improductividad de las inversiones, los bancos de desarrollo en, prácticamente, todo el mundo, en 1989 el Banco Mundial cuestionó su vigencia como concepto válido.
El problema de fondo no radica tanto en el interior de los bancos de desarrollo sino en el marco general de políticas en que se desenvuelven, de las que se derivan, a su vez, sus objetivos, estructuras y formas de operar. Pero no basta la sola decisión gubernamental para cambiar las cosas; se requiere instrumentarla y darle institucionalidad, de manera que esa decisión sobreviva más allá de los cambios de gobierno.
La verdadera tragedia radica en que los países que más necesitan de la banca de fomento son los que, quizá precisamente por su menor grado de desarrollo, tienen más dificultades para administrarla correctamente.
El relato de algunas experiencias, así como reflexiones y propuestas sobre la necesidad de dotar de una sólida institucionalidad a los bancos de desarrollo, están contenidas en mi libro que acaba de salir a la luz: El fin de la banca de desarrollo, cuyo título engloba el doble significado de la palabra “fin”: ¿propósito? o ¿extinción? Y que relata el nacimiento y evolución del Fonei, una muy exitosa entidad financiera que dio lugar a la reestructuración de la Nacional Financiera y posterior transformación al segundo piso de los demás bancos de desarrollo del país.
El relato en el libro, de estilo coloquial y en primera persona, descorre un velo sobre los orígenes y los avatares del proceso de edificación del concepto de banca de segundo piso, en un lenguaje ameno que se constituye en la propuesta de una adecuada y firme institucionalización de la banca de desarrollo.
Para dar un paso en esa dirección tan trascendente se requiere encontrar la coyuntura adecuada y cabe esperar que el cambio de gobierno que se avecina pueda favorecer la efectiva institucionalización de la banca de desarrollo.


