Amanda de la Garza
Alcira Soust Scaffo fue una poeta uruguaya radicada en México por casi cuatro décadas (1952-1988), en ese largo periodo generó un estrecho vínculo con una red muy amplia de intelectuales y artistas. Asimismo tuvo una relación muy cercana con la UNAM y participó en diversos movimientos sociales a partir de 1968 hasta su partida a Uruguay.
La vida de la poeta ha sido fuente de inspiración para poetas, escritores y dramaturgos. En el marco de la exposición Alcira Soust Scaffo. Escribir poesía ¿vivir dónde?, actualmente exhibida en el MUAC, entrevisté a Carlos Landeros, escritor y periodista, quien fuera uno de los amigos más cercanos de Alcira Soust. En entrevista Landeros describe al personaje con el fin de ofrecer algunas claves sobre su vida y obra.
No perdió el acento uruguayo
Una de las primeras preguntas que quería hacerte, Carlos, es: ¿cuál es el primer recuerdo que te viene a la mente cuando piensas en Alcira Soust Scaffo?
Alcira Soust fue verdaderamente un personaje que cada vez me sorprende más porque, a tantos años de su muerte, voy redescubriendo facetas de su vida que no conocía. Yo que creí que la conocía, creo que no la conocí nada… Cuando me enseñaste el otro día las fotografías de que fue modelo… Y no lo dudo nada, porque era una mujer de porte elegante, en su juventud debió haber sido una mujer interesante, atractiva… Su colorido era especialmente peculiar, con su pelo cobrizo, sus ojos y una sonrisa fascinante que cautivaba desde la primera vez.
Estaba de moda un maestro de teatro que era discípulo de Stanislavski, se llamaba Seki Sano. Era japonés, y no sé por qué se autoexilió en México, pero él trajo la escuela de vivencia, de la cual salió Lee Strasberg (quien también fue discípulo de Stanislavski), de cuyo taller de actores terminaron pues nada menos que Marlon Brando, Marilyn Monroe, James Dean: puras figuras de primer nivel. Seki Sano aquí también hizo escuela, y tenía su estudio en avenida Reforma, arriba del Cine Chapultepec. El taller de Seki Sano era para estudiar actuación o dirección escénica. Ahí fue la primera vez que vi a Alcira, en ese grupo…
Era un grupo muy sui generis, porque estaba desde una rumbera que trabajaba en las películas de Juan Orol, que se llamaba —o se llama, no sé si esté viva o muerta— Rosa Carmina, y Salvador Zea —ella muy guapa, y formaban una pareja de baile, y Salvador era hermano de una actriz de la prehistoria del cine mexicano que se llamaba María Luisa Zea—; estaba Barbachano, un productor de cine —hizo algunas películas, y sobre todo cortos—; también estaban las Burdette, María Douglas y Wolf Rubinsky.
Todo esto te lo digo para que tengas una idea del entorno y del ambiente donde conocí a Alcira. Alcira tenía el acento uruguayo que no perdió nunca, y ella, no sé por qué, se metió al taller, yo creo que quería experimentar todo en un momento determinado, porque no creo que haya pretendido ser actriz nunca, ¿no? Sin embargo, a mí me tocó en las primeras semanas…
El taller era tres veces a la semana, entonces nos ponía Seki Sano a que escogiéramos alguna escena de alguna obra de teatro para actuarla allí frente a él. Alcira y yo escogimos una obra de Henrik Ibsen que se llama Espectros, aquí en México la hicieron Dolores del Río y no me acuerdo quién más… César del Campo era su hijo. Alcira era mi madre y yo era su hijo. Seki Sano nos paró luego luego en seco y nos dijo: “¡Bueno, Alcira, pero usted es una madre muy coqueta, usted no le puede hablar así a su hijo!”.
Era la escena final de la obra, cuando Osvaldo ya pierde completamente la razón, y Alcira en vez de estar alarmadísima porque su hijo está perdiendo la razón, dice muy coqueta: “¡Osvaldo, hijo mío, ¿qué os pasa?!”, y entonces Seki Sano… Tenía uno que aguantar las regañadas de Seki Sano, porque mucha gente no volvía, ¿verdad? Por ejemplo, a mí la primera vez me dijo que hablaba como perro, que no se me entendía nada, y a Alcira lo mismo. Ella también le coqueteaba al maestro: “Ay, maestro, ¿por qué cree usted que…?”, y él le decía: “Bueno, pues porque no, porque no sabe usted lo que es ser madre, ¿no?”. Esa fue la primera impresión que yo tuve de Alcira, y a partir de ahí se fundó una amistad que duró muchos años.
Éramos un grupo de jóvenes —porque éramos muy jóvenes—, había estudiantes de Filosofía y Letras… Estaba Roberto Páramo, un escritor que hizo, que me acuerde, dos libros —uno de relatos y cuentos, que se llama La condición de los héroes, y otro que se llama El corazón en la mesa—, era también muy amigo de Alcira. Por supuesto que ella vivió en su casa y por supuesto que también a un tiempo determinado salió. Alcira era una persona que estaba llena de cualidades, en primer lugar porque tenía una personalidad lo que se podría llamar encantadora. Encantadora era la palabra. Era una mujer educada, era una gente que tenía cultura… No sé hasta qué punto porque realmente, por lo que yo conocía de ella, era mucho más inclinada a la poesía francesa, a Baudelaire, a Rimbaud, y con eso encantaba a la gente, porque siempre estaba traduciéndolos y te los repartía como volantes impresos. Teníamos una especie de club donde la heroína era ella porque era la única mujer; teníamos alquilado un departamentito que se llamaba “la Baticueva”.

Carlos Landeros.
Nunca la vi amargada
¿Y quiénes estaban ahí?
Éramos estudiantes. Comprábamos una botella de vino del más barato y alguien llevaba una pizza o unas galletas, y disfrutábamos mucho porque leíamos poesía en voz alta y algún cuento corto de Dostoievski, Noches blancas, y me acuerdo muy bien porque nos íbamos turnando el texto. La pasábamos muy bien. Eran noches blancas, porque verdaderamente era muy agradable, y se pasaban las horas muy pronto.
Éramos cinco y ella, el alma del grupo, era la que nos reunía a su alrededor y siempre daba la apariencia —yo creo que sí— de la alegría de vivir, de, como dijeran los franceses, la joie de vivre, y te contagiaba. Era muy positiva y siempre te enriquecía con su plática y sus conocimientos, sobre todo de poesía. En esta época yo no sabía nada de Rimbaud, sigo sin saber, pero bueno… Y de Baudelaire… En fin. También le gustaba mucho el cine… En ese tiempo que la conocí, todavía no estaba en total decadencia, como se fue cayendo, cayendo, cayendo, no tanto en el sentido moral…
Nunca la vi amargada, pero era una persona que siempre fue un misterio para mí. Después de no sé cuántas decenas de años después, me entero de que su mamá era maestra y que tenía una familia numerosa, ahora que me has enseñado las fotos de sus hermanas. Siempre se envolvió en velos y hálitos de misterio, creo que a propósito, porque Alcira era muy inteligente para ciertas cosas pero no para llevar su vida… Porque sí era en cierta forma activista, pero yo no sé hasta qué punto o cuál era su finalidad, porque un activista tiene un sentido más bien político y a Alcira nunca la oí hablar mal del gobierno.
Sin embargo, sí estaba inconforme con muchas cosas que veía, pero en general siempre era positiva, siempre decía: “¡Mira qué maravilla el cielo, che! ¡Ahí está la luna y las estrellas!”, y “¿Ya viste la exposición de…?”. Tenía amigos pintores como Guillermo Zapfe, que ya murió y era muy buen pintor, y había un Antonio Carmona, nunca lo conocí, pero también fue muy amigo de Alcira. Ella tuvo entre otras cualidades la de saber hacer amigos. Era, por ejemplo, muy amiga de Luis Rius y de Pilar Rioja.
¿Y en esta relación con los pintores…? Sabemos que frecuentaba una galería que se llamaba Galería Diana.
Sí, la de Rosita …
García Ascot…
Sí, estaba a un lado del Cine Chapultepec, en Reforma. Allí fue precisamente donde descubrí a Remedios Varo. Iba con Alcira. Era una colectiva de Remedios Varo, había unos cuadros… Creo que era La cazadora de estrellas, o no sé, y el cuadro más caro valía siete mil quinientos pesos; para mí en ese tiempo siete mil quinientos pesos era una fortuna, o sea, era imposible. Alcira era amiga de Tamayo, cuando estaba pintando el mural del Museo de Antropología. Le decía: “¡Maestro!”, pues era una encantadora de serpientes porque no le podías decir que no. “Sí”, le dijo Tamayo, “claro”. Y ella: “Le ayudo con su paleta”. En cierta forma creo que también de ahí le vino su sentido del color, la forma en que tenía la facilidad de combinar los colores chillantes. También escribía poesía. Yo no me acuerdo más que de La gota de agua, porque ese fue su caballo de batalla durante mucho tiempo, era como un cuento o un poema para niños. Alcira fue una personalidad…
También fue novia de un pintor que se apellidaba Ramos Prida, era una gente acomodada, vivía en las Lomas de Chapultepec, y parece que tuvieron un noviazgo ahí, pero fue lo único que supe… Era hermética en cuanto a su vida personal, no le gustaba hablar de eso. Una vez estaba triste porque iba a ser el aniversario de la independencia de Uruguay, y quería ir a la recepción, pero decía: “Che, mira los zapatos que traigo, y mira el vestido…”. Total que yo le regalé unos zapatos. Fuimos a una zapatería, me acuerdo muy, muy bien, eran unos zapatos de ante; luego ella me dijo que sabía coser y la llevé a una tienda, escogió una tela de shantú de seda azul pavo. Ella se hizo el traje y fue a la embajada.
Poema a la fiesta de los toros
¿Sabías si trabajó en algún lado en esa época?
Desde que yo conozco a Alcira, no. Sé que trabajó en el ILCE [Instituto Lationamerican de Comunicación Educativa]. Yo creo que se evadió en un momento determinado de su vida, quiero imaginarme que ella misma se auto… pues no digo engañó, se autoconstruyó otro mundo, a la vez muy real y a la vez irreal. Bueno, vivió no sé en cuántas casas de amigos. Aquí en mi casa vivió meses, luego se la endilgué a una de mis hermanas, que también a los seis meses no pudo ya más, y así, y así… Entonces iba cayendo, cayendo… Había días que se quedaba a dormir en los cafés que estaban abiertos las veinticuatro horas…
Además era muy soberbia, en cierta forma; ella tenía una autoestima muy peculiar porque… Era orgullosa Alcira. Aceptaba pero no aceptaba. Por ejemplo, la ropa no le importaba. No le importaba el dinero, aunque no trajera, a veces caminaba kilómetros para llegar a un lugar porque no tenía ni para el camión. Otras veces, por ejemplo, si tú le conseguías un trabajo, pues te dejaba plantado. Te digo que una vez, en cierta ocasión, Alcira estaba esperando a que alguien le diera un aventón de San Jerónimo, allá en el sur, un camión o un raid, cuál sería su sorpresa que el raid se lo dio doña Esther Zuno de Echeverría, que vivía por allá, y la trajo hasta donde venía. Total que ella le ofreció, según me contó Alcira, ser la directora del cineclub del Museo de Antropología. Por supuesto estaba entusiasmadísima, y por supuesto también dejó eso.
Una vez… Yo siempre he sido muy aficionado a los toros y estaba de moda uno de los mejores toreros de todas la épocas, Paco Camino. Yo empezaba en el periodismo y escribía para El Día, que no tenía sección de deportes. Entonces, convencí a Enrique Ramírez y Ramírez… Porque era un periódico comunista, en ese tiempo todos los que estábamos en Economía éramos comunistas sin saber qué era realmente eso. Entonces yo convencí a don Enrique: cómo era posible, aunque fuera un periódico comunista pues tenía que tener espectáculos y deportes, si no, sería un periódico cojo. Total, lo convencí. Hice la entrevista con Paco Camino y yo, para hacer una cosa bonita… Alcira había escrito un poema, sin haber visto nunca una corrida de toros, sin saber de toros. Yo creo que si los hubiera visto en la realidad se hubiera horrorizado, porque en el fondo la fiesta de los toros es una fiesta cruel, pero bueno… Ella vio en la televisión a Paco Camino y le compuso un poema, ¿cómo decía? Toro y torero en el aire / Toro y torero en el ruedo / La vida y la muerte / El sol y la sombra / Paco Camino en la arena. Algo así, algo así. Decía: “Entrevista: Paco Camino en no sé qué… Entrevista de Carlos Landeros, poema de Alcira Soust Scaffo”, y luego, intercalado, venía su poema: en lugar de preguntas, venía una estrofa de su poema. Pues fue a decirle al director que sobre su cadáver se publicaba así.
(…) Me gustaría haber sabido qué pensaba ella de ella misma, y si realmente creía que era una gran poeta o una gran pintora o qué, quién era… Era muchas, muchas cosas, ¿pero quién era realmente Alcira Soust? Esa es una buena pregunta.