La decepción es una especie de bancarrota.

La bancarrota de un alma

que gasta demasiado en esperanza y expectativas.

Eric Hoffer

Las contradicciones entre los integrantes del virtual nuevo gobierno que deberá empezar funciones el primer día de diciembre nos parecían algo cotidiano o parte del escenario surrealista que estamos viviendo en la política y el gobierno en estos meses poselectorales.

En cierta medida no se sabía si entre ellos estaban jugando a la estrategia de los policías buenos y los malos, uno decía una cosa, y otro algo contrario, o al menos distinto a lo que se había mencionado. En el caso del presidente electo López Obrador, había más certeza de que era un juego político el que había desplegado, en cierto aspecto, no hay nada nuevo bajo el sol, así ha sido el actuar de él desde siempre, así que aparentemente ya no nos sorprendía.

Quizá por costumbre, porque siempre ha manejado un discurso ambiguo que en cualquier momento le permite salirse por la tangente. Y al generar polémica por sus declaraciones, fácil las ha desconocido e incluso tiende a culpar a todos los adversarios ya conocidos de su entorno. Sin embargo, esta conducta se había dado como dirigente, últimamente como eterno aspirante al poder presidencial. Generaba daños pero la mayoría sin grandes consecuencias.

Salvo los bloqueos y acciones específicas de movilización ciudadana, sus palabras eran misiles verbales que al final resultaban con poca pólvora o escasos efectos en el conteo de los daños. Sin embargo, ahora la cosa es distinta, es la misma persona pero ya no es el mismo personaje. Ahora se trata del presidente de la república electo, y en unos meses se tratará del presidente constitucional de todos los mexicanos. Sus declaraciones y luego sus contradicciones están generando graves problemas.

Las promesas de campaña que realizó son muy difíciles de llevarse a la realidad, y el costo económico es altísimo, no existe dinero que pueda resolver la problemática. En campaña muchos dicen que prometer no empobrece, la circunstancia está en que ya terminó la campaña, ahora estamos en el periodo de transición.

Intentar inocular la falsa noticia de que el país está en bancarrota y que ese será el motivo de no cumplir sus promesas, habla de que no es lo mismo ofrecer soluciones mágicas sin responsabilidad, que hacerlo desde una posición de poder, de gobierno, donde ahora tiene todas las responsabilidades de lo que suceda.

El Estado no puede quebrar ni declararse nunca en bancarrota, las arcas nacionales no están vacías, recursos hay y, si es verdad que López Obrador al frenar la corrupción tendría el dinero para cumplir sus promesas, entonces tendría la nación más dinero. Por lo tanto, México no está en bancarrota, pero al presidente le conviene que así parezca. Le urge ocultar y culpar a los demás de su fracaso que ya vislumbra, sin aun haber empezado a gobernar.

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