Ximena Covarrubias Faure

Vivimos en un mundo donde la violencia es común, ya nada nos sorprende. Los titulares en las noticias, las historias de voz en voz: fosas, tráileres, tiroteos, violencia en el trabajo, violencia de género… Violencia por violencia. La escuchamos tan seguido que como entra se va, pocos casos salen a la luz y, cuando lo hacen, reina la impunidad.

La violencia es la única que no discrimina, nos ha llegado a todos sin importar color de piel, religión o preferencia sexual. Sin importar edad o nivel socioeconómico, país o ideología política. Llega y aunque podamos ser escuchados, callamos. ¿Qué pasa entonces con quienes no suelen ser escuchados? ¿Qué pasa con quienes incluso en su día a día se suele dejar atrás? Silencio.

Esta semana —el 2 de octubre— es el día internacional a la no violencia, y los números son cada vez más altos y la gente cada vez más escéptica: solo en julio se reportaron 2,603 homicidios, la cifra más alta en lo que va del año. Sin mencionar los 17,306 casos de violencia familiar en mayo, también los más altos del año según el Semáforo Delictivo Nacional.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que una cuarta parte de todos los adultos manifiestan haber sufrido maltratos físicos de niños y una de cada 5 mujeres y 1 de cada 13 hombres sufrieron abusos sexuales en la infancia. Estas cifras ya son impactantes, pero si se trasladan estos abusos a personas con discapacidad (PcD) las tasas anuales son al menos 1.7 veces mayores: los niños con discapacidad en general tienen casi cuatro veces más probabilidades de sufrir violencia que los niños sin discapacidades. Los niños con discapacidad son 3.6 veces más propensos a ser víctimas de violencia física y 2.9 veces más propensos a ser víctimas de violencia sexual. Y, dentro de este grupo, los niños con discapacidad mental o intelectual están entre los más vulnerables, con 4.6 veces más riesgo de violencia sexual que aquellos sin esta condición.

La situación de las mujeres con discapacidad es similar ya que más de la mitad han sufrido abusos físicos, en comparación con la tercera parte de las mujeres que no la tienen y, a pesar de las evidencias, en México no existe iniciativa alguna o programa gubernamental para este grupo. Según señala Priscila Hernández, especialista en DDHH, uno de los motivos por los que no se considera a esta población es que persiste la idea de que las PcD son personas asexuadas cuando, en realidad, la discriminación y violencia se duplican, tanto por su condición de género, como por su condición de discapacidad.

No son situaciones normales ni deberían de serlo, pero como dijo el Dalai Lama: “la violencia solo genera violencia”. Es por eso que en un mundo donde las guerras y la discriminación son cotidianas, hasta una cuarta parte de las discapacidades adquiridas son resultado de este modo de vida. Un modo de vida que, a su vez, lleva a este grupo a ser de los más suceptibles a otros tipos de violencia. Es el efecto dominó del furor que desencadena en silencio.