Violento se advierte el último tercio del presente año en todo el planeta. En América del Norte, el incendiario inquilino de la Casa Blanca, en plan del abusivo Tío Sam, quiere dominar a sus dos vecinos: Canadá y México y a quien se lo permita sobre la faz de la Tierra. Ni decirlo, el más débil parece haber doblado las manos en puntos básicos de la renegociación del Tratado de Libre Comercio. Centroamérica está en ascuas, Nicaragua, Guatemala, Honduras y hasta la ejemplar Costa Rica tiene problemas serios. En Sudamérica, ni hablar: la caótica Venezuela a la cabeza, perjudicando, de paso, a Colombia, Chile, Perú, Ecuador, y otros. Argentina hundida en un peronismo absurdo y sus infinitos problemas económicos y de corrupción, sin saber qué hacer con Cristina Fernández y su banda. Brasil, agudizando la división de su sociedad sui géneris con su famoso líder socialista en la cárcel impedido de retornar al poder, lo que facilita el posible regreso de los militares (y la derecha radical) a la presidencia.
En Europa las cosas no van mejor. La sobreviviente UE enfrentada al problemático Brexit de Inglaterra y al acoso de Rusia y China. La OTAN debilitada por las inconsistencias y desaciertos de Donald Trump. El Oriente Medio convertido en un polvorín que un día se incendia y al siguiente se medio apaga. Zona de todos contra todos. Y la desgraciada África que se debate permanentemente en la pobreza y las enfermedades, originando una emigración hacia el norte donde las sociedades desarrolladas ni los quieren ver, ni escuchar, mucho menos aceptar. En fin, el mundo es un complicado rompecabezas que nadie, absolutamente nadie, puede resolver. El fin de 2018 y el principio de 2019 no son nada halagüeños.
Y, para comprobar que la abuela sí podía parir, después de un año de cortejar al incontrolable mentiroso mandatario estadounidense, Donald John Trump, la República Popular China llegó al convencimiento de que los golpes —o choques—, en la relación bilateral más importante del globo van mucho más allá de simples desacuerdos sobre prácticas comerciales. Ambas potencias están enfrascadas en una guerra comercial que esta semana apuntó a una “nueva guerra fría”.
Como si fuera una burla, el mismo lunes 24 de septiembre, la Organización de Naciones Unidas (ONU), levantó el telón para realizar su 73a. Asamblea General en la que hablan todos los mandatarios del planeta, cada cual para su conveniencia. Parece que las “batallas de papel en la casa de cristal” ya no dan para más. El propio edificio de la legendaria organización necesita, urgentemente, una reparación general, de otra suerte puede caer por tierra en el momento menos esperado.
La guerra comercial entre ambas potencias repuntó el lunes 24 de septiembre, Fiesta del Medio Otoño en China. Al mediodía (doce de la noche en EUA), se inició una nueva fase de la guerra comercial con la Unión Americana: tras imponer aranceles sobre 60,000 millones de dólares en importaciones chinas, Donald Trump ordenó a su administración aplicar mayores tasas sobre otros 200,000 millones, amenazando con gravar 267,000 millones de dólares más. Xi Jinping, estaba listo, ya tenía lista su respuesta: cobrar impuestos a productos estadounidenses por valor de 60,000 millones en esta última ronda, amén que rechazó participar en las conversaciones que Washington había propuesto esta misma semana. En este punto crítico, el centro de estudios alemán Merics, manifestó que la disputa ha entrado ya en “niveles peligrosos”. Por su parte, el empresario de la extravagante cabellera al declarar a Fox, su cadena de televisión preferida, insistió en que “ha llegado el momento de hacer frente a China” para que este país consienta en una “balanza comercial más equilibrada, abra sus mercados y garantice el respeto a la propiedad intelectual: “no nos queda otra opción. Ha sido mucho tiempo. Nos están perjudicando”, dijo
Con estas medidas, el futuro de la potencia asiática no está en riesgo ni mucho menos. Así, JP Morgan Chase calcula el impacto de las medidas dispuestas por Trump en un 0,6% del PIB de la segunda economía mundial. Otros analistas, como Hervé Lemahieu, del Lowy Institute de Sydney, Australia, y director del Asian Power Index, aclara: “La idea de que China es un país dependiente de su comercio exterior está un poco anticuada. Su mercado interno representa una proporción cada vez mayor de su crecimiento. También es ahora menos dependiente de sus ventas a EUA, comercia mucho más con los países del Indo-Pacífico”.
En tales circunstancias, Pekín, con Xi Jinping a la cabeza, trata de implementar un orden mundial que refleje mejor sus intereses, o, lo que es lo mismo, no aceptará las exigentes demandas de la Casa Blanca, ni por cortesía. Esto supondría una “humillación” que haría peligrar el papel protagónico mundial que supone su derecho histórico. Así, la potencia asiática está dispuesta a los cambios necesarios para su relación con la Unión Americana. Cambios que en la capital china incluso se han calificado como una “nueva guerra fría”, aunque los tiempos son muy diferentes a los que se enfrentaron EUA y la desaparecida Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS). Pese a todo, el mundo es diferente, ya no está dividido en dos bloques. La rivalidad militar entre las dos potencias se ciñe a Asia Pacífico.
Al respecto, un importante asesor chino, Long Guoqiang, publicó en el Diario del Pueblo, el periódico del Partido Comunista, un frío análisis de la situación: “Al calificar EUA a China como rival estratégico, las relaciones entre ellos van a afrontar un cambio estructural profundo…Debemos dejarnos de ilusiones sobre la guerra (comercial), pero también tenemos que mantenernos racionales y trabajar duro para mantener la estabilidad general”.
Debe decirse que antes de aplicar los nuevos aranceles sobre los productos chinos, el viernes 21 de septiembre se abrió un nuevo frente de fricción entre Washington y Pekín. Trump impuso sanciones financieras a las Fuerzas Armadas chinas por adquirir armamentos —aviones de caza Sukhol SU-35 en 2017 y sistemas de misiles de defensa tierra-aire S-400 este año— rusos, como parte de un contrato firmado anteriormente. Como era de esperarse, Pekín reaccionó furiosamente. Geng Shuang, portavoz del ministerio de Exteriores de China, exigió que EUA corrigiera su error, de otra forma, “Estados Unidos tendrá que atenerse a las consecuencias”. Moscú, por su parte, condenó y rechazó las sanciones y anunció medidas prácticas contra el dólar que no perjudiquen a la economía rusa.
El paso dado por Washington coincide, de hecho, con el propósito chino de convertirse en protagonista militar mundial con la expansión de su fuerza armada por vez primera a bases en el exterior, como la de Yibuti o las del Mar del Sur, donde desplegaría los SU-35 y los S-400 para compensar algo la enorme presencia armada estadounidense.
El Kremlin no podía desaprovechar la oportunidad. Su portavoz, Dmitri Peskov, habló de “histeria estadounidense”. Serguéi Lavrov, ministerio de Exteriores, se refirió a “competencia desleal de EUA”, y su viceministro, Serguéi Riabkov, con mayor dureza, advirtió que los estadounidenses “juegan con fuego” y amenazan la estabilidad mundial. Agregó que se trata del paquete “número 60” de sanciones que EUA impone a Rusia desde 2011. Fue anunciado desde el jueves 20 y afectará a 33 empresas y particulares vinculados al Kremlin. En fin, Peskov aseguró en su conferencia habitual ante los medios que “continúa la histeria sancionadora en Washington que es muy variada en todas sus manifestaciones e impide hacer una valoración sobria de a dónde puede conducir todo esto”.
Tras la segunda ronda de aranceles impuesta a China por Trump, el lunes 24 de septiembre, el jefe de la Casa Blanca ha amenazado con más tasas si Pekín dispone otro tanto. Para la siguiente “fase tres”, el sucesor de Barack Obama promete gravar importaciones chinas que suman 267,000 millones de dólares, lo que incluiría casi todas las compras que EUA hace a la “fabrica global”.
En fin, como escribe el periodista español Antonio Caño Barranco, ex director de El País, en su artículo “El verdadero peligro de Trump”: “Es difícil calibrar el daño que Donald Trump puede acabar haciendo a Estados Unidos. Dependerá en parte de cuánto tiempo permanezca en la presidencia. Y los pronósticos al respecto son contradictorios… La suerte de Trump empezará a decidirse el próximo mes de noviembre, tras las elecciones parciales al Congreso”. La suerte está echada. VALE.