Ximena Covarrubias Faure
Esta semana se celebra el Día Internacional a la Tolerancia, un valor que se ha posicionado como estandarte de muchos significándolo como el respeto a lo diferente, pero ¿qué significa realmente tolerar?
Tolerancia viene del latín tolerare, que significa soportar o aguantar. Según la RAE, es permitir algo que no se tiene por lícito sin aprobarlo expresamente. Por tanto, ser tolerante implica soportar aquello con lo que no se está de acuerdo, es categorizar a alguien o algo como incorrecto. Algo con lo que no estás de acuerdo pero permites su existencia.
A escala mundial la tendencia al rechazo del otro se ha visto reflejada un sinfín de ocasiones: el apartheid, el rechazo a los migrantes, los genocidios por religión, el ascenso de personajes como Trump y Bolsonaro o las medidas proteccionistas cada vez más frecuentes. Y es que señalar al otro permite la identificación de un nosotros, permite agruparse con gente que se “ve”, “piensa” y admite como verídico lo mismo que tú. Pero todo esto no son más que construcciones sociales, ideas basadas en la clasificación moral del bien y el mal, de lo correcto y lo incorrecto sin tomar en cuenta lo más importante: la persona.
Junto con la racionalidad, la dignidad es la característica más importante de la persona. Es aquel valor intrínseco asignado a la persona simplemente por el hecho de ser. La dignidad la tenemos todos sin hacer distinción, por eso Kant resalta que al negar o lesionar la dignidad de otra persona se afecta también la propia. Se lesiona lo más grande y común a todos: nuestra humanidad.
Reside ahí la gran diferencia entre tolerar y aceptar. Aceptar, del latín acceptus significa “grato” o “bien recibido”, lo que implica que no hay resistencia u oposición alguna. La aceptación no es únicamente con aquellas personas con quienes se es afín, es ver a todas por igual resaltando su dignidad ante todo. No se trata de vivir una utopía en la que no hay diferentes ideologías, se trata de reconocerlas y entenderlas. No se trata de ser idealista, sino de ser realista y visibilizar lo que ahí está, lo innegable. De tener la capacidad suficiente para valorar la diversidad en todos sus ámbitos sin minimizarlos.
Las palabras tienen una carga y se debe saber cómo emplearlas. Se suele utilizar tolerar como sinónimo de aceptar, de ahí que muchas personas dicen “yo acepto a las personas homosexuales pero…” La Encuesta Nacional sobre Discriminación en México señala que 44 por ciento de la población no permitirían que en su casa vivieran personas homosexuales. Asimismo, 2 de cada 10 hombres en el país aseguraron que no rentarían su vivienda a una persona indígena aunque según la Encuesta Nacional, más de 70 por ciento de la población considera positivo que la sociedad esté compuesta por personas de fenotipos distintos; no obstante, la discriminación es el principal problema que reporta la población indígena en el país.
Las contradicciones resaltan la importancia del uso correcto del lenguaje. Tolerar y aceptar se usan como sinónimos cuando realmente las estadísticas muestran el abismo entre ambas. Es el abismo del otro la diferencia entre la aceptación y la tolerancia.
Por eso, no hay que tolerar a las personas con discapacidad ni a las feministas o los homosexuales. No hay que tolerar otras religiones ni a los migrantes. Hay que aceptarlos. Aceptar la diversidad de pensamientos, razas, creencias. Aceptar el valor que cada persona tiene y su importancia para un mundo plural donde, si bien todos somos distintos, lo que nos hace iguales es nuestra dignidad, esencia de la persona.