Francisco Plancarte y García Naranjo
En un mundo en donde prácticamente todo se ha globalizado existe un vacío de poder jurídico y político que haga contrapeso a la ley del más fuerte al servicio de una pequeña elite.
Las Naciones Unidas no tienen facultades ni atribuciones para legislar ni para hacer cumplir una verdadera legislación mundial que pudiera contribuir a resolver los graves problemas globales eficazmente.
Los políticos, diplomáticos, académicos y la creencia en general es que no hay nada que hacer, porque los dueños de la ONU no lo permitirían al tener derecho de veto para cualquier propuesta de reforma.
La propuesta que presenté a nombre del Centro Mexicano de Responsabilidad Global Cemerg, A. C. recientemente en el Foro de París sobre la Paz es diferente a reformar la Carta de la ONU para no caer en la situación de ser vetada. Nuestra propuesta es que una vez instalada la Conferencia General para la Revisión de la Carta (Art.109), se proponga como resultado de la revisión Iniciar un proceso de transformación de la Organización de las Naciones Unidas en Parlamento Mundial sin necesidad de reformar la Carta.
El fundamento jurídico para adoptar una resolución de transformación en ese sentido deriva del mismo derecho para la creación de la ONU en la Conferencia de San Francisco de 1945. O sea, se haría valer el derecho a la autodeterminación de los pueblos representados, como lo dijo y lo sostiene el Preámbulo de la Carta de la ONU: “Nosotros los Pueblos de las Naciones Unidas determinados…”
Nada en este mundo es eterno y ante la urgente necesidad de enfrentar los grandes retos de la globalización, corresponde a nuestra generación impulsar el nuevo paradigma de gobernanza global, que real y efectivamente contribuya a resolver los problemas de manera subsidiaria en favor de las nuevas generaciones, que con todo derecho nos podrían reclamar no haber hecho todo el esfuerzo a nuestro alcance para evitar un colapso ambiental o una tragedia nuclear.
Tengo el firme convencimiento que los muros que se construyan son y serán ineficaces si hacemos uso de las nuevas tecnologías que no tienen fronteras. Los gobiernos de los Estados Nación se resisten a los cambios por miedo a perder sus privilegios, como era el caso de los señores feudales de la Edad Media. Creo que el progreso en la globalización es imparable a menos de que no hagamos nuestra tarea de defender la libertad y la dignidad humana a la que tiene derecho todo ser humano.
Vivimos en un mundo totalmente interconectado y como ciudadanos del mundo podemos presionar a los gobiernos de las naciones a tomar acciones efectivas de cambio en la ONU y, a la vez, impulsar a toda la juventud universitaria a que también asuma su responsabilidad en la creación de un parlamento mundial ciudadano, tema que podré abordar en otra participación en la revista Siempre! que generosamente me ha brindado este espacio.