El presidente electo con sus 30 millones de votos es un triunfador, y todo poderoso forja su propia oposición, al tamaño de su conducta vencedora. Eso se ve en la dialéctica del fenómeno histórico. Hegel (1770-1831) lo observó con claridad. Para los mexicanos lo mejor será que los pesos y los contrapesos de López Obrador se dieran en el Poder Legislativo y en el Poder Judicial de la federación.

En el Legislativo ya no se dieron. Los ciudadanos estaban tan enojados que eligieron como diputados y senadores, salvo honrosas excepciones, a porristas de López Obrador.

Y el Poder Judicial federal, aun con sus fallas, puede convertirse en un jurídico equilibrador de actos ilícitos del presidente centralizador, si hubiese capacidad, valentía y decoro, en la mayoría de los ministros de la honorable Suprema Corte de Justicia de la Nación, y si sus magistrados y jueces siguen con su independencia aplicando, legal y exacto, el derecho vigente.

Si esos poderes (Legislativo y Judicial) abdicaran de sus responsabilidades de ejercicio directo de la soberanía nacional en aquellas atribuciones que les impone la carta magna y sus leyes reglamentarias, para operar como controles jurídicos frente al presidente, entonces serán, acaso, los gobernadores de los estados quienes puedan regular las conductas antijurídicas de dicho presidente centralista, como ejecutivos de entidades federadas.

Ese positivo caso se ha presentado ya, en inicio, por parte del gobernador electo de Jalisco, Enrique Alfaro Ramírez, al públicamente salir a defender el pacto federal y la libertad y soberanía de la entidad federativa que representará próximamente.

Si eso hicieran la mayoría de los gobernadores, no solo como acto político, sino jurisdiccionalmente por vías constitucionales ante la Corte, los mexicanos estaríamos más tranquilos; más, si el pleno de ese cuerpo colegiado resuelve pronto y conforme a derecho todas las controversias que vayan suscitando las ocurrencias improvisadas de quien, acaso por ingenuidad, o por soberbia amorosa, está polarizando hasta en su daño a los mexicanos.

No es sano que la conducta del presidente electo provoque tanto choteo y broma en los hogares, calles, escuelas, redes sociales, medios masivos y en los centros de trabajo. Se está desgastando y aún no toma el poder formalmente.

En 1824 nuestro federalismo imitó el federalismo que con 13 colonias dio lugar a los Estados Unidos de América. Aquí, en lo que hoy es México, solo había una colonia: la Nueva España, la que se dividió artificiosamente para crear varios estados.

Hoy el federalismo tiene raíz y prestigio, y con sus altas, y más con sus bajas, está infatigable, y como oposición será triunfante.

Ojalá López Obrador acepte una oposición jurídica, porque, si no, se puede dar en formas raras y peligrosas, desde el extranjero o desde el crimen organizado.