La unidad es la ley

de todas las cosas grandes.

Alphonse Esquiros

Cinco meses después de aquella histórica victoria en las urnas, el presidente Andrés Manuel López Obrador regresó para cumplir con su compromiso de devolver al Zócalo capitalino su histórico prestigio de plaza pública, de lugar de encuentro del pasado y del presente, de cruce de caminos de la historia urbana y de la nación completa.

Si en el Palacio Legislativo de San Lázaro su alocución a la clase política fue aderezada con reflexiones, precisiones y con la puntual anécdota del diálogo que minutos antes sostuvo con un ciclista que se emparejó a su vehículo para advertirle que, como presidente de México, no tiene derecho “a fallar” (consejo que asumió con pleno convencimiento ante senadores, diputados, miembros de su gabinete e invitados especiales), en el Zócalo capitalino, su entrañable espacio político por excelencia, arrobó a las más de 150 mil almas que ahí nos convocamos, al expresar, con humildad y profunda convicción, su compromiso con los pueblos originarios de nuestra patria.

En un ritual inédito en la investidura de cualquier mandatario mexicano en la historia, López Obrador siguió con solemnidad cada una de las jaculatorias elegidas por los representantes de las diversas etnias que ennoblecen con sus culturas la nación mexicana.

El momento culminante del ceremonial proceso se registró en el instante en el que el presidente de México se hincó y abrazó a quien minutos antes, en su lengua materna, le imploró protección y apoyo, y le entregó un objeto ritual, tallado en madera, como señal de subordinación; versado en las culturas ancestrales, López Obrador entendió el sentido de sumisión de la merced pedida entre lastimeros versos, y se equiparó al peticionario hincándose ante él, para en seguida fusionarse en un fraterno abrazo que removió los corazones de todos los presentes.

Con una invocación a las cuatro ceibas cardinales de los mayas, así como a Tonantzin, la madre tierra, y al límpido firmamento que engalanó la plegaria a los númenes y espíritus ancestrales de las civilizaciones originarias de México, se logró concitar la unidad en el hacer y en el decir, en el saber y en el ser de una sociedad laboriosa, justa y solidaria que puede consolidar la 4ta. transformación propuesta a su pueblo por el presidente a lo largo de años de andar por todo el territorio nacional, apostándole a una revolución de las conciencias y al destierro de cualquier forma de violencia que atente contra la propia identidad ancestral de la mexicanidad.

La fusión de rezos y ritos precedieron la entrega del bastón de mando, hermoso preámbulo a un discurso rubricado con la noble confesión de López Obrador, quien reconoció que su fuerza estriba en la unidad de las mujeres y hombres libres que a lo largo de su vida hemos abrazado sus causas convencidos del valor de la sentencia del político galo Esquiros, para quien la ley de todas las cosas grandes es la unidad que ellas mismas provocan.