Por Francisco Plancarte y García Naranjo
En su última alocución en cadena nacional por televisión en enero de 1961 el presidente de Estados Unidos, después de ocho años en la presidencia y ser general cinco estrellas de la Segunda Guerra Mundial, advirtió al pueblo norteamericano, y por supuesto al mundo entero, del peligro de continuar alimentando el Complejo Militar Industrial (CMI) creado a partir de dicha guerra, que dejó un saldo de 60 millones de personas muertas y luego los que perdieron la vida en la guerra de Corea al inicio de los años cincuenta.
Nunca atendieron la sincera advertencia los proveedores del CMI ni los fabricantes del dinero en Wall Street. Quizá la muerte de Kennedy fue el único intento real de cambiar el rumbo que le costó la vida.
Vino después la escalada de la guerra de Vietnam y muchas otras más hasta nuestros días, en los que por una globalización generalizada en un mundo digitalmente interconectado podemos afirmar: hoy ya no es necesaria la guerra, simplemente porque vivimos en un solo mundo en que ¡ya se sabe todo!
Somos más de 3,500 millones de personas en la red, que vemos, escuchamos y nos informamos del acontecer en tiempo real y que, por supuesto, ¡no queremos más guerras!
Sin embargo, está por empezar un conflicto armado en Venezuela en el que podrían enfrentarse las grandes potencias, que sería de consecuencias imprevisibles, que significa un retroceso y un gran riesgo para las nuevas generaciones.
¿Qué podemos hacer para que nuestra generación no herede un mundo destruido por la guerra?
Son los intereses creados de las élites política y económica (fabricación de las armas y del dinero que representan mucho menos del 1 por ciento de la población) los que están aferrados a sus privilegios y de alguna manera son adictos a la acumulación de riqueza y poder. Por supuesto, esa codicia se combina en el escenario maléfico con dictaduras que han roto el orden constitucional, violan sistemáticamente los derechos humanos y se arropan en la falacia de la “soberanía nacional absoluta”, como ahora sucede en Venezuela y después ¿quién sabe?
Todo esto sucede en medio de la anarquía internacional por la “ausencia” de una autoridad parlamentaria mundial, que hoy no es una quimera sino una urgente necesidad.
¿Qué podemos hacer para que nuestra generación no herede un mundo destruido por la guerra en medio de la insalubridad y la pobreza?
Difundir los valores y principios de la ética universal y el Estado de derecho global.
El 99 por ciento de la población tanto en México como en cualquier parte del mundo quiere un trabajo que le permita vivir con dignidad en un mundo con igualdad de oportunidades.
La ciencia y la tecnología lo pueden lograr si la sociedad civil mundial se organiza y exije con determinación la abolición de la guerra, en virtud de que somos la familia humana, que comprende a miles de universidades y millones de grupos sociales, personas integrantes del grueso del tejido social global como empleados y trabajadores de empresas, asociaciones profesionales así como participantes de las organizaciones civiles que hoy en día interactúan a través de incontables redes sociales.
Estamos en la antesala de una nueva civilización que requiere la participación de los ciudadanos del mundo para levantar la voz en un parlamento mundial ciudadano que presione a los gobiernos de los Estados nación a realizar cambios en favor de la humanidad que tendrá que afrontar y regular las consecuencias del cambio climático, la nueva carrera de armamento nuclear —que lamentablemente ya empezó— y el desarrollo y regulación de la inteligencia artificial, así como el control de los recursos naturales, los mares y el espacio, en resumen: están en juego la supervivencia y el destino de la humanidad en el planeta Tierra.
No tenemos mucho tiempo, por tanto se debe involucrar a estudiantes de preparatorias y universidades para que se organicen en un proceso electoral global hacia un parlamento mundial ciudadano con las herramientas propias del mundo digital.
Ese despertar de la juventud será el mejor antídoto contra el CMI y la nefasta cultura de la guerra a escala global. Es tiempo de construir un nuevo paradigma de convivencia pacífica y progreso compartido.