Si callas, eres cómplice.
Anónimo
Los cambios, transformaciones y alteraciones en las instituciones mexicanas se están dando a marchas forzadas, en cien días de gobierno han sucedido tantos cambios y mucha gente no se ha dado cuenta, y por el contrario muchísimos más piensan que han sido cambios para bien.
Son muy cuestionables las prácticas de corrupción como la compra de las pipas para transportar combustible sin licitación de por medio, violando todas las normas nacionales e internacionales en materia de contratación y compras públicas; la modificación de la ley “Taibo” para permitir que este escritor asumiera la titularidad del Fondo de Cultura Económica, sin que la ley se lo permitiera debido a su nacionalidad española.
Se mandaron ternas al Senado de la República para proponer a los nuevos ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, todas ellas con señales claras de la pertenencia de un modo u otro al partido del presidente o bien con atisbos de conflicto de intereses. Así los nombramientos de los ministros que sustituyeron a los dos salientes.
Cancelaciones de contratos y obras, despidos injustificados de miles de burócratas, desaparición de programas clave para el desarrollo de la niñez y la protección de las mujeres, entrega directa de dinero a más de 23 millones de personas, huelgas por conflictos laborales inexistentes o bien por la creación de nuevos sindicatos que trabajarán al amparo del poder de la nueva clase política gobernante —que en los hechos sigue siendo la misma de siempre—, solo se trata de cambio de amos. Los ataques del presidente a los medios de comunicación, como el caso del periódico Reforma, tachado de prensa “fifí” y amenazado por las autoridades fiscales.
En los gobiernos anteriores, cualquier circunstancia parecida a estas que he escrito hubiera sido motivo de escándalo público, de que sonaran todas las alertas ciudadanas, de que los partidos políticos de oposición —entre ellos Morena y López Obrador— incendiaran el debate político y en las cámaras se exigieran renuncias, y denuncias de tráfico de influencias, corrupción, imposición de compadres, amigos, ministros y fiscales carnales y muchos otros apelativos que surgieron. Hoy nada de eso sucede ante la imposición y el apabullamiento de instrucciones. Basta que el presidente diga que no existe conflicto de intereses, que ellos no son corruptos, que el pueblo es lo que quiere, que ahora hay Estado de derecho y que el país está mejor, aunque la realidad diga que está peor.
Bastan dichos, afirmaciones, amenazas, descalificaciones para que inmediatamente el presidente borre con un dicho la realidad. Él puede hacerlo porque es su estilo personal de gobernar, el problema radica en que no hay voces que alerten de los peligros profundos de estos cambios y alteraciones de la realidad política y social porque tarde o temprano nos van a afectar a todos.
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