Entrevista a Alejandro Rosas | Historiador
Por Jacquelin Ramos y Javier Vieyra
Hasta hace pocos años, la palabra democracia resultaba un término escuchado y mencionado por los mexicanos, pero ciertamente extraño; no es para menos. Fuera de esferas académicas y curiosidades intelectuales particulares, la democracia fue, durante una buena parte de la historia mexicana, primero una idea abstracta y después una utopía, que, dependiendo del cristal con que se mire, puede encontrarse en construcción, representar una mera simulación o continuar siendo un sueño romántico. Lo cierto es que, durante los pocos siglos de existencia de la nación mexicana, la mayoría de sus años los ha pasado experimentando formas de gobierno de naturaleza vertical, que en nada son compatibles con la democracia y, menos aún, con una cultura democrática. Desde la autoridad suprema de un tlatoani en los tiempos prehispánicos, pasando por la monarquía española y el virreinato y los intentos de implementación de un imperio, el concepto de las repúblicas “democráticas” resultó históricamente triunfante en la segunda mitad del siglo XIX, pero no fue sino un elemento de buen orador en los discursos políticos.
Emilio Rabasa, uno de los más ilustres intelectuales mexicanos de su tiempo, definió la presidencia de Benito Juárez como una “dictadura de bronce”, argumentando las hábiles estratagemas que el oaxaqueño ponía en marcha con el fin detentar la titularidad del ejecutivo algunas veces al margen y otras mediante la Constitución. Algo similar ocurrió con el gobierno de Porfirio Díaz, el cual logró extenderse a través de siete reelecciones, convirtiéndose, igualmente, en un régimen de índole dictatorial. En la víspera de la última de estas extensiones, apareció en la escena política mexicana Francisco I. Madero, un particular personaje que fue el primero en plantearse de manera práctica un proyecto democrático nacional que integrara, esta vez verdaderamente, la participación ciudadana y el ejercicio dinámico de la voluntad cívica, componentes esenciales en la teoría democrática. Ese proyecto encontró en el lema “Sufragio efectivo, no reelección” la mejor de las expresiones para definir su carácter, convirtiéndose en una de las frases emblemáticas de la vida pública en México, al grado de aparecer en documentos y comunicados oficiales.

Alejandro Rosas | Historiador
Respecto a la controversia que ha suscitado la circulación en redes sociales de un oficio de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes que pide suprimir la mencionada rubrica en los pliegos gubernamentales, el historiador Alejandro Rosas conversó en exclusiva con Siempre! en relación con la historia detrás de Madero, su movimiento y la ahora polémica expresión, haciendo hincapié en cuál era el ambiente político y social que determinó el surgimiento del llamado “Apóstol de la democracia.”
“Debemos recordar que hacia los últimos años, entre 1908 y 1910, el porfiriato ya era una dictadura; incluso reconocida por los propios miembros del gabinete de Díaz o personas allegadas a él. Francisco Bulnes, por ejemplo, decía que Porfirio Díaz era “el buen dictador”, que era un animal tan raro que había que procurar los medios para extenderle la vida: se trataba de una dictadura sin duda. Ya estaba por venir la séptima reelección y aunque los movimientos sociales habían sido aplacados había muchas contradicciones sociales, las cuales terminarían por sumarse a la Revolución, y a ello se añade la ausencia absoluta de derechos políticos. Ahí es donde encontramos la figura de Francisco I. Madero; en el momento en que el propio Díaz declara en 1908, en su entrevista con James Creelman, retirarse para las elecciones de 1910 y que vería con buenos ojos el surgimiento de un nuevo partido o de partidos de oposición. Entonces Madero comienza a encabezar la primera cruzada democrática e importante en el siglo XX, bajo un principio muy claro: “Sufragio efectivo, no reelección”. Hay quienes dicen que Porfirio Díaz utilizó esa misma frase pero es falso, Porfirio Díaz sí criticó fuertemente la reelección de Juárez en el Plan de la Noria de 1871, pero nunca asumió la lucha contra la reelección utilizando el lema que después enarbolaría Madero.”
Una frase, un juego de simulación
El autor de 365 días para conocer la historia de México explica que el ideal democrático se encuentra entrañablemente ligado a la vida y personalidad de Madero, siendo idealizado como una empresa de proporciones extraordinarias, incluso con matices espirituales.
“Madero es un personaje muy bien avenido; primogénito de una de las principales familias del porfiriato, de las más ricas. Había estudiado en Paris, en Versalles, en Estados Unidos, y obviamente estaba dedicado a muchos de los negocios familiares, empresas, ranchos y demás. Sin embargo, se llenó de liberalismo de la nueva época en Francia y regresó a México con la clara convicción de que era necesaria una transformación política basada en la democracia y en el respecto a la ley y a las instituciones. Pero esta idea también viene del espiritismo que practicaba Madero, los espíritus que supuestamente le hablan y le dicen que es necesario que asuma una responsabilidad, y esa responsabilidad es evitar que el país vaya hacia el precipicio al que se dirige. Para Madero todo se reduce a la democracia, si México instaura la democracia, México, por consiguiente, llegará a ser un gran país, sin mencionar que otro de los elementos fundamentales de la doctrina maderista es creer en el ciudadano, no en el corporativismo, no en la afiliación, sino en el ciudadano libre que asume su compromiso, que participa y construye la democracia”.
Todo ello, prosigue Rosas, se encuentra contenido en “Sufragio afectivo, no reelección”, un ideal que representó un proceso revolucionario poco cruento que llevó a Madero a la silla presidencial y donde, una vez asumido el cargo, el mandatario fue congruente en cuanto al estricto respeto a la ley, lo cual, a la luz de los hechos, lo encaminó a tomar decisiones políticamente erróneas que culminarían en su derrocamiento y muerte. Aunque posteriormente la frase, asegura, se convirtió en uno de los enunciados gubernamentales por excelencia, pese a que la mayoría de las veces solo formaba parte de un juego de simulación: “Es increíble cómo el sistema político priista usó el lema. El priismo manipuló totalmente la historia: todas las grandes causas de los principales protagonistas de la historia las hizo sus banderas, aunque en los hechos reales nunca creyera en ellas”.

El poder, un afrodisíaco
Haciendo referencia a la polémica reciente por el retiro del enunciado maderista, Alejandro Rosas opina que es difícil identificar si se trató de un simple desliz o de una intención clara de ocultar la frase, pero se inclina más por una acción dirigida a remplazar el lema maderista por la línea que recuerda la conmemoración del centenario de la muerte de Zapata, pues considera que no significa un mensaje contundente de la eventual reelección de Andrés Manuel López Obrador, sino de un manejo de la historia tal como lo hacía el PRI en las pasadas décadas, dando su propio perfil, no obstante instó a la ciudadanía a no dejar de poner atención en los posibles cambios de postura del tabasqueño.
“De acuerdo con la historia, hemos visto que personajes que juraron y perjuraron que no iban a reelegirse, como el propio Porfirio Díaz, al final se reeligieron. Nada garantiza que López Obrador no pudiera, llegado el momento, galantearle a la reelección, aunque él diga que por sus ideales y su palabra no lo haría, eso no certifica absolutamente nada, porque la soberbia del poder, el poder mismo, son afrodisiacos. Creo que en un momento dado puede decir, “yo no lo quise pero me sacrificaré porque me lo esta pidiendo el pueblo”, eso no tenemos conocimiento de si sucederá o no”.
Para concluir, el creador de los volúmenes de Érase una vez México fija su postura frente a la vigencia del ideal maderista en la actualidad y las constantes comparaciones que Andrés Manuel realiza de su figura con la del prócer patrio.
“Considero que el discurso de Madero es muy actual, pero no creo que sea el discurso o la manera como el gobierno está entendiendo a Madero. El nuevo gobierno rescata su figura por la idea de la democracia, del “Sufragio efectivo, no reelección”, que al final es lo que lleva a López Obrador a la presidencia, pero si realmente Andrés Manuel fuera un creyente en la democracia maderista no habría tantas criticas, por ejemplo, a la sociedad civil, porque si en algo creía Madero era exactamente en el ciudadano, en la ciudadanía como motor de la transformación, no en el pueblo como lo plantean hoy en día, el llamado “pueblo bueno”. El ciudadano de Madero es independiente, libre, que participa, ¿y cómo participa?, a través de ONG, a través de la sociedad civil y demás. No veo muy cercano a López Obrador en eso. Hoy en día Andrés Manuel toma decisiones tirando línea al Congreso, lo cual es normal en muchas partes del mundo, pero Madero no era así. Madero era de los que pensaban que la división de poderes tenia que ser respetada y poco intervino con otros poderes; claro que tenia que ponerse de acuerdo con su partido, pero aquí sí vemos que los tres poderes están bailando al son que toca el presidente, no fue el caso de Madero. Pienso que la interpretación de la cuarta transformación sobre Madero es una interpretación absolutamente libre, aunque poco tenga que ver con su idea original de lo que debe ser la democracia”.

