No falta quien asegure que los tiempos que nos toca vivir no están para celebrar nada. Mucho menos la supervivencia de una alianza militar, aunque esta sea la más antigua y exitosa de todos los anales. Imperialismo y militarismo van de la mano, es la historia del mundo. Ojalá esto fuera diferente, pero no lo es. Una vez sucedidos, los hechos históricos no los cambia nadie. Pésele a quien le pese. Esto puede parecer demasiado cínico, pero tratándose de hitos históricos, el deseo sincero es que el presente sea diferente, y que el futuro sea mejor. Lo demás son paparruchas.

El miércoles 3 de abril, en la sede del Congreso de Estados Unidos de América, en Washington, senadores y representantes de las dos Cámaras del Capitolio, recibieron, de pie, al primer secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) —el exprimer ministro de Noruega, Jens Stoltenberg—, quien tuvo la distinción de pronunciar un discurso en este recinto con motivo del LXX aniversario de la firma del tratado que fundó dicha institución militar en la propia capital estadounidense el 4 de abril de  1949, en tiempos de Harry Truman, cuatro años después de terminada la Segunda Guerra Mundial. Ahora, el exmandatario nórdico defendió que “la OTAN no es solo la alianza (militar) más larga de la historia, sino la más exitosa”, aunque advirtió: ”el éxito del pasado no garantiza el éxito en el futuro”.

Jens Stoltenberg

Jens Stoltenberg

Sin duda, la OTAN no es monedita de oro aunque, según una encuesta del centro de estudios Pew, continúa gozando del beneplácito de buena parte de los estadounidenses, entre los que parece no se encuentra el propio presidente Donald Trump, quien desde su primera campaña presidencial declaró, en varias ocasiones, que la organización militar era “obsoleta”. Además, la alianza también despierta repulsa entre varios colectivos gringos que así lo hicieron notar el mismo 3 de marzo ante uno de los símbolos de la paz en Washington, el monumento a Martin Luther King, solo por aguarle un poco más el cumpleaños a la OTAN. Como dicen que hacen los gallegos… solo por… “molestar”.

Con la flema pragmática y fina que caracteriza a los políticos nórdicos, con sus palabras Stoltenberg trató elegantemente la ruda y tosca forma del presidente Trump respecto a la OTAN y a sus miembros (que en teoría y en la práctica son los aliados de Estados Unidos en el escenario mundial, pese a su idea de que tanto europeos como mexicanos, “nos aprovechamos del dinero de su país, a cambio de nada”), contrarrestó, con tono conciliador, el discurso aislacionista que tanto le place al mandatario republicano: “La fortaleza de una nación no se mide solo por el tamaño de su economía y su poder militar, sino por su número de amigos… los miembros de la OTAN son más fuertes y más seguros cuando están juntos…”. Y remató: “Es bueno tener amigos”, al final de su pieza oratoria, la que motivó una cerrada ovación de los congresistas, republicanos y demócratas, puestos de pie. Más de uno se preguntó: ¿Trump tendrá amigos?

La OTAN, (en inglés North Atlantic Treaty Organization, NATO), es una organización militar fundada hace siete décadas por el Tratado del mismo nombre firmado en Washington. Creada en el ambiente de la Guerra Fría con el propósito de desalentar cualquier agresión de la extinta Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS), aseguraba a los países de Europa occidental el apoyo militar permanente de Estados Unidos de América que les había hecho falta desde las primeras agresiones de la Alemania hitleriana entre 1939 y 1941. Esta alianza militar se concretó con el acuerdo de doce países (actualmente son 29): Bélgica, Canadá, Estados Unidos, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal y el Reino Unido de la Gran Bretaña. En 1952, se adhirieron Grecia y Turquía y, después de la firma de los acuerdos de París (23 de octubre de 1954), la República Federal de Alemania.

“La fortaleza de una nación no se mide solo por el tamaño de su economía y su poder militar, sino por su número de amigos… los miembros de la OTAN son más fuertes y más seguros cuando están juntos…”.

Las disposiciones esenciales del tratado se encuentran en el artículo 5: “Las partes convienen que un ataque armado contra uno o varios de ellos, sucedido en Europa o en América del Norte, se considerará como un ataque dirigido contra todas las partes y, en consecuencia, ellas convienen que si tal ataque se produce, cada una en el ejercicio del derecho de legítima defensa, individual o colectiva, reconocida por el artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas, asistirá a la parte o las partes así atacadas emprendiendo también individualmente, y de acuerdo con las otras partes, la acción que juzgue necesaria, incluyendo el empleo de la fuerza armada, para restablecer y asegurar la seguridad en la región del Atlántico Norte”.

Aparte de ser un instrumento de la política de contención de la administración de Harry Truman ante la Unión Soviética y de desempeñar un papel que excede los aspectos militares, para asumir un decisivo papel político y diplomático en el marco de la Guerra Fría, la OTAN ha sido pilar de la relación transatlántica y garante fundamental del equilibrio europeo, el sistema de relaciones internacionales existente en el continente desde la Paz de Westfalia (que puso fin a la Guerra de los 30 años, el 24 de octubre  de 1648) que, contra lo que comúnmente se dice no desaparecería con el proceso de integración europeo, sino que sobreviviría en las relaciones de Europa Occidental con la Unión Soviética primero y con la Rusia de Vladimir Putin en la actualidad.

El derrumbe de la URSS originó una fuerte crisis de identidad que obligaría a revaluar el papel de la OTAN, que intervendría durante los primeros años de la posguerra fría en escenarios regionales de menor relevancia estratégica como Kosovo o Bosnia. Ese fue también un momento clave para el crecimiento y expansión de la organización hacia el Este.

Ese crecimiento permitió apuntalar las transiciones políticas hacia la democracia liberal y la economía de mercado en los países afectados, pero tuvo el efecto de aumentar las tensiones con el Kremlin, que consideró lesionada su seguridad denunciando el incumplimiento de las garantías concedidas en los momentos finales de la Guerra Fría. La expansión de la OTAN sería importante para las crisis que surgirían poco después como lo demostrarían los casos de Georgia y Ucrania. Más allá del enfrentamiento con Rusia, la OTAN tomaría parte en varios conflictos como el de Afganistán, después del 11 de septiembre de 2001, y en la intervención de Libia, obligando a la administración del presidente Barack Obama a desarrollar un papel más destacado del que se quería.

El caso es que las “amenazas” del presidente Trump —cuya inestabilidad política y diplomática  desconcierta a propios y extraños, un día dice una cosa y al siguiente cambia radicalmente de parecer—, para que Estados Unidos salga de la alianza atlántica y su extraño comportamiento con sus aliados transatlánticos han puesto muchas gotas de amargura en el 70. Aniversario de la OTAN. Oficialmente se descarta el abandono del principal socio del organismo militar, pero nadie duda de que si llegara a hacerse realidad, esto supondría el colapso de una alianza que nació para mantener la convivencia pacífica entre los países del viejo continente, objetivo que el inquilino actual de la Casa Blanca parece no darle la mayor importancia. Por el contrario, fuentes seguras del Partido Republicano y del Demócrata afirman que el grueso de ambas instituciones apoyan sin objeciones el mantenimiento de la OTAN y que, en ambas Cámaras del Congreso, ya se estudian iniciativas para impedir cualquier intento de Donald Trump de una retirada. Pese a todo, los gobiernos europeos no la tienen todas consigo. Tanto así que el periódico The New York Times recién publicó que durante 2018 el mentiroso magnate se mostró, en varias ocasiones, partidario de retirarse de la alianza atlántica, hasta el punto de que esa amenaza propició la repentina renuncia de Jim Mattis, secretario de Defensa.

Lo publicado por el diario neoyorquino hizo que el mandatario de las “renuncias” —como ya le nombran merecidamente los medios de comunicación estadounidenses—, respondiera en uno de sus acostumbrados tuits: “100 por ciento a favor de la OTAN”.

Como todo lo que procede de la Casa Blanca, ese mensaje se tomó con todas las reservas de ley en los gobiernos europeos. Así, la sombra del Trumpexit sobrevuela la arquitectura de la flamante sede de la OTAN en Bruselas, el moderno recinto apenas estrenado en 2018, con más de 240,000 metros cuadrados y capacidad para más de 4,000 personas. La casi segura salida del Reino Unido de la Unión Europea ha repercutido entre los socios de la OTAN. En reciente visita a Washington, la secretaria francesa de Defensa, Florence Parly, señaló: “Lo que nos preocupa a los europeos es lo siguiente:

¿El compromiso de Estados Unidos con la OTAN es perenne?”. VALE.