“Apenas son suficientes mil años para formar un Estado;
pero puede bastar una hora para reducirlo a polvo”.
Lord Byron.
En los años sesenta en México, el gobierno del país era un ente omnipresente, omnisapiente, todo poderoso, absolutista y controlador. Una especie de todólogo, que se encontraba totalmente sometido a la voluntad de un solo hombre, el Presidente de México, quien podía disponer de recursos económicos, personas, instituciones y leyes, a su capricho.
¿Qué hora es?, ¡la que usted diga señor Presidente!, es una frase que algunos atribuyen a Porfirio Díaz y que desde entonces ha estado ligada a la forma de concebir el poder en los gobiernos priistas, concepción que da a un solo hombre la facultad de decidir por todos y por todo. Todos ceden ante la voluntad del tlatoani, del ser iluminado, del que está por encima de todos y del que depende la desgracia personal –por contrariarlo– o la manutención, crecimiento y desarrollo –por permanentemente adularlo–, lo que se convierte en un eterno círculo vicioso.
Bajo esta lógica, todos callan por temor a equivocarse, aunque lo que observen sea contrario a la realidad, a la lógica, a las normas o de plano se trate de disparates. Lo que importa es que el ser supremo se encuentre bien y de buenas, no importa perder la dignidad ni la responsabilidad personal y con el país.
Esto que parece historia de cuento de terror, es lo que vivimos durante muchas décadas de poder concentrado, algo que sobre todo las generaciones más jóvenes, desconocen o piensan que no fue real, pero que ha sido lo que más daño ha causado a nuestra nación.
Son pocos los años en los que México ha vivido en democracia, imperfecta, con muchas fallas y cosas por mejorar, pero al fin y al cabo Democracia, hoy nos enfrentamos al peligro del retroceso, a esas viejas formas de concebir el poder y el gobierno. En estricto sentido no debiésemos de sorprendernos pues el actual mandatario de la República fue formado en estas convicciones ideológicas revolucionarias.
En la maraña de tantos eventos, anuncios, descalificaciones, reformas legales, ausencias de la oposición, incendios –políticos y de bosques–, contingencias ambientales, desaparición de programas, repartidera directa de dinero, despidos masivos, pocos atinan a dirigir una estrategia que anuncie y exhiba todo lo que el Presidente de México y su gobierno han cambiado en tan poco tiempo.
Pasamos de las compras sin licitación –lo que en cualquier parte del mundo es impensable, dado el avance en materia de compras públicas y transparencia en el manejo de los recursos públicos–, a los memorándums que incitan al incumplimiento constitucional, a anunciar que el gobierno realizará por sí mismo obras, como el caso de la refinería de dos bocas, en Tabasco, con menos recursos y en tiempo récord. Contra todos los análisis técnicos, económicos y de tiempo, el Presidente regresa al pasado con el Estado Constructor.
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