Del jueves 23 al domingo 26 de mayo, los ciudadanos de la Unión Europea (UE) están convocados a las urnas para elegir a los miembros del Parlamento Europeo, en lo que se considera el mayor proceso electoral del planeta, con excepción de los comicios de la India, votaciones, por cierto, que en estos días también acaban de desarrollarse. Un total de 427 millones de votantes en 28 países (incluyendo la Gran Bretaña, que está por definir de qué manera abandonaría la importante agrupación internacional). Al ejercer su derecho democrático, los europeos delinearían asimismo el rumbo de la política del Viejo Continente para el siguiente lustro.
Cambio climático, desigualdad, inmigración y nacional-populismo, serán los asuntos clave a los que deberá enfrentarse el nuevo parlamento. Es decir, el futuro del mundo. Como dice una pancarta escrita a mano en inglés y ondeada frente al parlamento en Estocolmo por tres hermosas jovencitas suecas (encabezadas por la niña estudiante, Greta Thunberg, que pese a su juventud logró impulsar la lucha contra el cambio climático y presentarla como una necesidad absoluta): “Roses are red/ violets are blue/ the Earth is dying/ because of you: Las rosas son rojas/ las violetas son azules/ la Tierra está muriendo/ por tu culpa”). La estudiante de primaria cambió la agenda de los “mayores”. De los políticos para decirlo claramente. Después del verano del año pasado, cuando el norte europeo sufrió altísimas temperaturas, ella y miles de otros estudiantes se percataron que el futuro podría no llegar nunca en un planeta prácticamente en llamas.
De tal suerte, dejar atrás el carbón y los combustibles fósiles es, posiblemente, el reto más difícil al que se enfrenta la UE y el resto del mundo. Eso no es algo que pueda retrasarse a las calendas griegas. Que no sorprenda que los niños estén conscientes que la supervivencia de la Tierra está en la decisión inevitable de saltar en busca de energías que no contaminen. Reconocer que solo desde las cesiones de soberanía a una entidad superior (la UE) pueden mantenerse los logros que cimentaron el periodo más largo de estabilidad –sin guerras–, que ha conocido el Viejo Continente en toda su historia. Y no aferrarse al capricho de construir nuevas refinerías solamente porque los neoliberales saquearon los países pobres, pero, ¡oh paradoja!, ricos en yacimientos petrolíferos. El primer paso hacia la UE fue una Comunidad Europea del Carbón y del Acero, fundada en 1952. Ahora, esta misma organización –que en lugar de 28 reducirá su número a 27 con la salida del Reino Unido, si el Brexit se resuelve–, debe dar saltos tan contundentes y arriesgados como los que se dieron en los años 50 del siglo pasado en los países fundadores. Por eso estos comicios son tan importantes. A diferencia de lo que sucede en otras partes, en la UE el voto sí cuenta.
Los comicios de la UE que concluirán este domingo (26 de mayo), se desarrollan en una encrucijada histórica en la que se encuentra una Unión que acaba de festejar su 62 aniversario. Así, propios y extraños califican las elecciones europeas como las más importantes de la historia. Por ejemplo, Esteban González Pons, eurodiputado y vicepresidente del grupo Popular Europeo, pronosticó: “los comicios del 26 de mayo serán un auténtico referéndum sobre Europa”, aunque teme que el resultado de este plebiscito condene al proyecto europeo a una parálisis sin precedentes: “los partidos anti europeos llegan con una fuerza tremenda y los pro europeos estamos divididos”.
Resulta que los sondeos pronostican que, por primera vez en los 40 años de elecciones europeas, las dos grandes familias políticas del continente, populares y socialistas, no superarían el 50 por ciento de escaños y necesitarían el apoyo de uno o dos grupos más (liberales y verdes, con toda probabilidad) para poner en marcha la legislatura.
Asimismo, Iratxe García, eurodiputada y cabeza de la delegación ibérica del grupo socialista en el Parlamento Europeo, señala: “estamos en un momento clave, en el que tendremos que decidir qué Europa queremos” y advierte: “el auge de los populistas lo que debe hacer es reforzar las posiciones europeístas”. Si no es así, “o dotamos a la UE de los instrumentos necesarios para afrontar los retos que tiene por delante, en política social, migratoria o medioambiental, por ejemplo, o la estaremos vaciando de contenido”.
En tales circunstancias, es palpable el auge de la derecha ultranacionalista en Europa. Ha llegado al poder o tiene una influencia decisiva en países como Polonia, Hungría, Italia o Austria. Es difícil no encontrar inquietantes ecos de los años treinta (previos a la Segunda Guerra Mundial) en esa mezcla peligrosa de nacionalismo y pobreza en que la ultraderecha encuentra abono. Y la idea de que Europa era una vía para solucionar los problemas, la sensación de que la unión hace la fuerza, no ha sido derrotada, pero sí se ha resquebrajado gravemente.
Julia Ebner, experta en el tema de la ultraderecha del Institute for Strategic Dialogue (ISD), cuya sede se encuentra en Londres, Inglaterra, explica que el problema no es tanto el poder real de la ultraderecha (pequeño), sino su influencia en los grandes debates: “hemos detectado un patrón desde Europa del Este hasta Europa Occidental, desde los países escandinavos hasta los mediterráneos. Los partidos de extrema derecha han aumentado exponencialmente sus escaños. Han marcado el paso en los debates nacionales de Gobiernos, periódicos y redes sociales más que el resto de partidos. Y, lo que es más importante, han sabido aprovechar el creciente resentimiento contra las élites y explotar la crisis de identidad que se cierne sobre Europa”.
No obstante, los nacionalistas radicales aún no han logrado superar el 20 por ciento de las urnas en casi ningún Estado miembro de la UE. Con el ánimo de que no superen ese porcentaje, Jean-Claude Juncker, miembro del Partido Popular Social Cristiano y ex primer ministro de Luxemburgo, actual presidente de la Comisión Europea, publicó el lunes 20 de mayo en el periódico El País, de Madrid, España, una carta titulada “votar sí que importa” de la que reproducimos algunos párrafos: “…durante mucho tiempo, las elecciones al Parlamento Europeo han sido recibidas por los votantes con una gran dosis de apatía. A menudo, se oye a gente justificando su abstención porque ‘de todas maneras, ¿qué diferencia aportaría mi voto?’. Pero imaginemos que todos pensáramos así. Cada europeo debería emitir su voto pensando que todos los demás van a votar exactamente lo mismo que él y asumiendo la responsabilidad por las consecuencias de ese voto para nuestro continente”.
“Porque sí importa. Importa para nuestro planeta que votemos a personas que van a liderar la lucha contra el cambio climático. Importa para nuestros puestos de trabajo que votemos a personas que van a esforzarse por proteger los derechos de los trabajadores en la era digital. Importa para nuestra seguridad que votemos a personas van a defender a los europeos en un mundo en el que hay fuerzas nuevas y viejas, que han decidido ir por su cuenta o poner sus propias reglas. Europa está a tu servicio, no al revés. Votar es asegurar que así sea”.
“En todos los países habrá candidatos que clamarán que Europa nunca es la respuesta, que Europa atenta contra nuestra identidad nacional. No creo que esto sea cierto…Así pues, tenemos que combatir a los populistas allí donde son débiles: con acciones, no con palabras; con esperanza, no con miedo, con unidad, no con división. Y con un plan claro para un futuro mejor, no con nostalgia de un pasado que nunca existió…”
“La construcción de Europa es un proceso continuo. No olvidemos que solo han transcurrido 30 años desde que cayó el telón de acero y el muro de Berlín quedó hecho añicos. Los europeos siempre han luchado por sus derechos, sus libertades, sus valores y su soberanía. Y hoy no tiene porqué ser distinto…Cada uno de nosotros tiene el destino en sus manos”, remachó.
Así las cosas, aunque las encuestas no son proclives para la extrema derecha, la mayoría de las proyecciones le auguran entre 25 y 30 por ciento, esta presencia, que constituiría una tercera parte del Parlamento Europeo, serviría para entorpecer al órgano legislativo, al impedir avances necesarios para el sueño de una Europa unida o reformar los valores fundamentales en materia de Estado de derecho, integración o política exterior.
La principal preocupación, según lo plantea el European Council on Foreign Relations (ECFR), en su último análisis sobre el escenario político en el Viejo Continente, es que un eventual desembarco de fuerzas de ultra derecha en el Parlamento Europeo pondría en riesgo “la credibilidad de la UE como líder de la democracia en el mundo”. Ni más, ni menos. Hoy se dilucidaría la incógnita. VALE.