Con pronósticos en contra, la democracia en la Unión Europea (UE) vuelve a enseñorearse. Aunque algunos sondeos –como suele suceder–, indicaban rumbos distintos, la combatida UE aguantó de pie el asalto de los bandos ultraderechistas  y eurófobos con el renovado apoyo de verdes y liberales en los comicios para renovar al Parlamento Europeo (PE) que tuvieron lugar en las 28 naciones de la Unión del jueves 23 al domingo 26 de mayo. Estaban convocados a las urnas 425 millones de votantes para elegir 705 escaños. En el resto del mundo, solo la India suma más electores: 900 millones, es decir el 12 por ciento de la población mundial.

Solo se vota cuando cada voto cuenta y en el Viejo Continente durante esos cuatro días el pueblo acudió a depositar su papeleta como no lo había hecho en las pasados dos décadas: el 50.95 por ciento, ocho puntos más que en 2014. Jamás los europeos acometieron tarea semejante en un ambiente de tanto pesimismo e incluso de incertidumbre sobre el futuro de la UE: cuando uno de sus principales socios, la Gran Bretaña, está en proceso de divorciarse de la organización, y en los momentos en que se consolidan en muchos de sus miembros partidos de extrema derecha, decididos adversarios de las transferencias de soberanía a la UE. El peso del voto demostró que Europa interesa y moviliza a sus ciudadanos. En esencia, que la democracia europea está viva, pese a los malos augurios.

Aparte de la afluencia a las urnas, característica relevante de estos comicios es que el Partido Popular Europeo (PPE), y los socialistas –en segundo lugar–, perdieron la mayoría absoluta que disfrutaban dese hace cuatro décadas en el PE, por lo que necesitarán apoyos para contener a las formaciones euroescépticas que lograron la victoria  –de acuerdo a los resultados provisionales en la madrugada del lunes 27 de mayo–, nada menos que en Francia (duro golpe contra el presidente Emmanuel Macron que desde el mes de noviembre de 2018 enfrenta manifestaciones populares encabezadas por los “chalecos amarillos”), Italia, Reino Unido y Polonia. No obstante, según las mismas fuentes, estas formaciones juntas logran sumar aproximadamente el 25 por ciento de los escaños (172), porcentaje importante, sin duda, pero que, afortunadamente no suma el 33 por ciento que les permitiría entorpecer los trabajos legislativos del parlamento en cuestión.

Así, el PPE triunfó nuevamente como lo ha hecho desde 1999. Con 180 escaños –los últimos datos que pudimos captar–, y una amplia ventaja sobre el siguiente competidor, pero con un retroceso clarísimo respecto a los 216 diputados de cinco años antes. Por su parte, los socialdemócratas quedan en segundo puesto, una vez más, con 152, lo que adelantaban los sondeos. Pierden 33 escaños de los 185 que contaban.

Estos resultados decretan la muerte de la Europa de la Gran Coalición, la del bipartidismo, que posibilitaba el sistema que desde 1979 permitió a las dos grandes fuerzas políticas controlar el Parlamento, repartir cargos y superar votaciones sin tener que buscar el apoyo de nadie más. En pocas palabras, con esto se abre la puerta a nuevos partidos, grupos y personajes, pero también se agregan a la agenda parlamentaria temas y discusiones que durante mucho tiempo se consideraban de menor importancia. Es decir, llegan otros tiempos.

El grupo liberal, según los datos referidos, rondaría los 105 diputados, frente a los 67 parlamentarios que tuvo en 2014, lo que le posibilitaría como bisagra imprescindible  para una alianza entre conservadores y socialistas. Los Verdes, con 67 escaños, tienen la misma aspiración y ya ofrecieron sus buenos oficios como complemento para una mayoría estable. Asimismo, en España el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fue el partido más votado con el 32 por ciento, lo que significa 20 escaños.

 

Otras cuestiones importantes, relacionadas con las cuatro jornadas de votación que desencadenaron un fuerte temblor político en el viejo continente, por contar ahora con un Parlamento Europeo sin una mayoría nítida y con varios gobiernos asediados, como el de Francia, se sumaron al momento: la anunciada renuncia de la primera ministra británica, Theresa May al cargo –que se haría efectiva a partir del 7 de junio–; el adelanto de elecciones en Grecia y la amenaza de bloqueo político en Bélgica, tras los comicios generales celebrados al mismo tiempo que los europeos. Además, el resultado negativo de los  socialistas en Alemania abrió también la posibilidad de elecciones anticipadas en territorio germano. Por el momento, la gran afluencia en las urnas –que superó el abstencionismo del 56,2 por ciento en 2014–, confirma el efecto catalizador del Brexit, que alertó en la opinión pública un verdadero riesgo de desintegración de la unificación europea. Hasta en Dinamarca, país euroescéptico como pocos, se rompió su apatía electoral y votó el 60 por ciento. En general, la participación del votante fue del 50,5 por ciento, muy por arriba del 42,6 por ciento de hace un lustro.

El personaje político más afectado en estos comicios sin duda alguna es el presidente de Francia, Emmanuel Macron, superado en votos por Marine Le Pen, y disminuido, por tanto, en sus intentos por liderar la actual etapa de la construcción europea. Igualmente queda desgastada la gran coalición que gobierna Alemania, cuyas dos componentes sumadas –CDU-CSU y SPD–, pierden casi 20 puntos. Y, el bloque galo-germano, que tradicionalmente ha constituido el motor del complejo europeo queda exhausto tras la jornada electoral. Otra cabeza de la alternativa euroescépticas fue el vicepresidente del gobierno italiano, Matteo Salvini.

Los comicios europeos de mayo ponen en el tablero político del continente una preocupante incógnita: ¿quién será el próximo presidente de la Comisión Europea? Los candidatos “oficiales” al puesto con más posibilidades de suceder a Jean-Claude Juncker, el conservador germano Manfred Weber y el socialista holandés, Frans Timmermans, están listos “para sacrificarse” y hacerse con el cargo más poderoso de la UE. Ni tarda ni perezosa, Annegret Kraump-Barrenbauer, dirigente de la CDU y una posible sustituta en la cancillería alemana de Angela Merkel, sostuvo: “si, como esperamos, la noche electoral confirma que el PP Europeo es la familia política más fuerte en Europa, estará también claro que Manfred Weber debería presidir la Comisión Europea”.

Pero, el cambio no es tan fácil como podría suponerse. A diferencia de 2014, cuando en el PE rápidamente hubo acuerdo para apoyar a Juncker, ahora la pelea será más feroz y las posibilidades de que se abra una tercera vía son muchas. La dupla populares y socialdemócratas no cuenta con la mayoría absoluta. Lograr el número mágico: 375 diputados para elegir al nuevo dirigente de la Comisión Europea tendrá sus bemoles. La posible alianza de socialistas, liberales y algunos sectores de la izquierda radical como Syriza, sumaría nueve escaños menos de la mayoría absoluta. De tal forma, Weber afirmó que sin el PPE no hay mayoría “estable” posible, mientras que Timmermans consideró que la estabilidad no es ahora una prioridad, por tanto se mostró dispuesto a buscar una alianza progresista. El panorama está teñido de infinidad de reuniones para encontrar el peleado consenso en torno a la dirigencia de la Comunidad Europea.

En tanto las aguas vuelven a su cauce normal en el funcionamiento de la UE –algo poco probable en un cazo donde se mezclan tantos intereses–, no debe pasar inadvertido el anuncio de la primera ministra de la Gran Bretaña, Theresa May que, apabullada por la “misión imposible” que cargó en las espaldas desde que asumió el cargo en 2016, para abandonar el puesto más importante de la “pérfida” Albión. No será fácil olvidar a la dama del “Brexit is Brexit”, que, en realidad acabó devorándola.

Tanto Margaret Thatcher, como Theresa May, las únicas mujeres que han dirigido los destinos del United Kingdom, ambas son dos grandes desconocidas para el público británico y del resto del mundo. La segunda del Reino Unido en asumir las riendas del poder iba para ser otra Margaret Thatcher, pero se quedó en el intento. Dicen sus críticos que ya está olvidada. Quizás. Lo cierto es que siempre estará unida a su tesón en el fiasco del separatismo anti europeo. El mandato de casi tres años ejercido por May seguramente es el segundo peor de la historia británica, sólo le gana Neville Chamberlain –otro conservador de tres años–, que aprobó otro gran fracaso, el entendimiento con Adolfo Hitler. Algo que llevó a Winston Churchill cuando ya tenía el poder en las manos, a prometer a los británicos el 13 de mayo de 1940: “sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”, casi lo que están pagando los británicos ahora con el Brexit. Ojalá que el sucesor de Theresa May, no sea tan falaz como los que engatusaron a los ingleses en las conveniencias de abandonar la UE. Vale.