El cólera y la peste
Tiempos canallas son estos para el mundo y, en consecuencia, para América Latina y el Caribe, en los que Trump, the Master of the Deal, está demoliendo acuerdos internacionales clave para la convivencia civilizada, que fueron resultado de prolongadas y difíciles negociaciones entre las diplomacias del mundo.
Obsesionado en destruir un orden internacional que juzga desfavorable a Estados Unidos, a pesar de la contribución esencial de ese país en su construcción, este iconoclasta amenaza, no con ojivas nucleares sino con un arsenal de sanciones económicas y comerciales: a China y a México, a Venezuela, a Norcorea y a Irán, provocando graves, peligrosas tensiones.
Pero el intento de estrangulamiento económico al régimen de los ayatolás no los hace rendirse, porque Irán –nos recuerda el prestigiado Sami Naïr– es una gran potencia y el nacionalismo iraní es tan profundo en este país como la religión. Maduro, que debía partir, sigue en Venezuela, y el pequeño dictador de la pequeña Norcorea sigue incumpliendo las promesas de desnuclearización que hizo al viejo chocho, presidente de los Estados Unidos.
China habrá de responder al tú por tú a las sanciones que el estadounidense trate de aplicar. Mientras las amenazas comerciales a México provocan ríspidos debates entre mexicanos, están tirando a la basura la relación norteamericana de beneficio mutuo y ambiciosas proyecciones mundiales, larga y difícilmente construida, y hacen aflorar un legítimo sentimiento anti yanqui.
Trump se ha retirado irresponsablemente del convenio de París sobre el cambio climático. Dragonea con el plan de paz para Palestina –“plan de planes”, preparado por su yerno Jared Kushner– que es motivo de displicencia cuando no de franco rechazo. Tiene una sospechosa relación con Putin, ¿es súcubo del ruso?, y una relación de desconfianza y tensiones con los europeos, muestra de su aversión a la Unión Europea.
En su reciente visita de Estado al Reino Unido, reiteró groseramente su apoyo al brexit y a los impresentables políticos: Boris Johnson y Nigel Farage que sostienen tan absurdo, suicida proyecto. No faltará quien se pregunte irónicamente si Trump lo habría comentado con el Príncipe de Gales, Prince of Wales, que el ignorante y apresurado neoyorkino mencionó en un tuit, como Príncipe de las Ballenas, Prince of Whales.
El popular conductor de la televisión rusa, Dmitri Kisselev, se burló recientemente de este Master of the Deal, del que –dijo– no tiene en su activo un solo acuerdo ratificado; y en las mismas fechas el semanario británico The Economist, publicó una caricatura del inquilino de la Casa Blanca en forma de bomba gigante, titulada Weapons of Mass Disruption, cuyas armas escritas sobre esa bomba, eran los aranceles, las listas negras tecnológicas, las sanciones financieras y otras.
Mientras pregunto si servirá de consuelo, la encuesta, aparecida en Fox News, cadena de las preferencias de Trump –y en otros medios– que lo sitúa en quinto lugar en las intenciones de voto, detrás de los demócratas Joe Biden, Bernie Sanders, Elizabeth Warren, Kamala Harris y Pete Byttigieg.
En este accidentado contexto internacional tienen lugar diversos acontecimientos en América Latina y el Caribe, la región –continente e islas– que es una y como tal da fortaleza a las naciones que la integran. No como ciertos planteamientos académicos y la soberbia y envidia de alguna potencia –o algunas– que insisten en dividirnos y separarnos: América del Norte, ¿más Centroamérica?, ¿y el Caribe?, por un lado y Sudamérica, por el otro.
Conforme a esta visión, México, está alineado para todos los efectos a Estados Unidos, ya no cuenta como Latinoamérica, como lo han subrayado, resentidos y envidiosos del TLCAN, muchos países de la región. Pero de ello también son responsables los mexicanos que, durante la presidencia de Salinas, torpes y casi lacayunos, solo tenían ojos para el vecino del norte –Monsivais dijo que eran “los primeros mexicanos nacidos en Houston”.

Sudamérica, el coto cerrado
Una mezcolanza de ignorancia, soberbia y envidia –reitero– se ha empeñado en fragmentar la región latinoamericana, comenzando por errores frecuentes en Europa –¡incluso en España!– y otras latitudes, que hasta no hace mucho consideraban a México parte de Centroamérica y reservaban América del Norte para Canadá y Estados Unidos. ¿Racismo, o mera distinción entre países desarrollados y países en vías de desarrollo?
Por lo que se refiere a nosotros latinoamericanos, países de América del Sur, con Brasil a la cabeza, han echado a andar proyectos de integración reservados a los sudamericanos. Es el caso del Mercosur, proyecto ambicioso cuyos miembros intentan, desde finales de los años 90, concluir un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, cuya firma, si hemos de creer recientes declaraciones de los presidentes Macri y a Bolsonaro, es inminente. Recuérdese que México tiene desde el año 2000 un acuerdo de esa naturaleza, actualmente en proceso de actualización.
El proyecto Mercosur, echado a andar en 1985, interesaba a México. En consecuencia, el gobierno del presidente De La Madrid envió a Buenos Aires a un subsecretario de comercio y me tocó transmitir, como diplomático adscrito a la Argentina, la nota proponiendo contactos del funcionario con sus pares. Pero no era del interés de Buenos Aires ni de Brasilia, por lo que recibimos una diplomática respuesta negativa del gobierno de Alfonsín.
En este coto cerrado que es Sudamérica, la visibilidad de Brasil tiene el sello agresivo, de imitación servil a Trump, que le imprime Bolsonaro, el presidente que gobierna con un gabinete integrado por militares y por evangélicos –esta iglesia es muy rica poderosa en ese país y cuenta ya con un 20 por ciento de adeptos. Hoy, por cierto, el ministro de justicia de Bolsonaro, Sergio Moro, que fue el juez del proceso Lava Jato contra la corrupción de políticos que llevó a prisión al expresidente Lula, está siendo gravemente cuestionado respecto a su imparcialidad.
El mandatario brasileño está a “partir un piñón” con el presidente chileno Sebastián Piñera, que promueve Prosur, sudamericana, conservadora, para hacer a un lado a la exitosa Alianza del Pacífico, esta sí latinoamericana, del norte con México y del sur con Perú, Colombia y la propia Chile. Tiene relaciones más que cordiales con Iván Duque, presidente colombiano, súcubo de Álvaro Uribe, el colérico y ególatra expresidente que maneja Colombia a través de tuits y ha intentado descarrilar los acuerdos de paz entre el gobierno y la ex guerrilla de las FARC. También ha tejido relaciones mutuamente beneficiosas, con el mandatario argentino Mauricio Macri, a quien el brasileño da oxígeno en vísperas de los comicios presidenciales en el país del Cono Sur.
En este escenario pan sudamericano sigue pendiente un desenlace en Venezuela y las elecciones presidenciales de octubre en Bolivia, Argentina y Uruguay. No me ocupo de los comicios uruguayos, que es previsible que se realicen sin turbulencias, quizá repitiendo en el gobierno el oficialista Frente Amplio, de izquierda, partido del emblemático ex guerrillero tupamaro José Mujica.
 
Un bonapartista de izquierda
Situación diferente es la de Bolivia, cuyo presidente, Evo Morales, espera ser electo para un cuarto mandato, que lo mantendría en el poder por 19 años ininterrumpidos (de 2006 a 2025). Primer presidente indígena en la historia de un país, con un importante componente autóctono –el Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía, por ejemplo, registra un 62.2 por ciento– ha beneficiado a los indígenas y a los sectores más desfavorecidos a través de una eficiente política social de fuertes inversiones.
Representante de la desfalleciente izquierda latinoamericana –la de Venezuela es un fracaso y en Nicaragua ha sido traicionada–, Evo sin embargo ha manejado la economía con criterios y reglas de libre mercado –neoliberales–, de manera eficiente y con buenos resultados, como lo reconoce un destacado experto, Daniel Zovatto.
La pretensión del mandatario de reelegirse, es, sin embargo, cuestionable –para no pocos, digna de condena– porque hace tres años sometió a referéndum su pretensión de postularse a un nuevo mandato y perdió la consulta. Pero un año después el tribunal constitucional sentenció que podía postularse indefinidamente, pues tal aspiración era parte de sus “derechos humanos” (sic).
En virtud de ello, el presidente contenderá en la elección del 20 de octubre, favorecido, hasta hoy, por las encuestas, que le dan entre el 30 y el 32 por ciento de apoyos; aunque su principal adversario, el historiador, político, cineasta y escritor Carlos Mesa, hombre honesto que ya fue presidente del país, no le va muy a la saga. En cualquier caso, el mencionado Daniel Zovatto y Carlos Borth, otro experto, prevén que Morales se reelija.
Los muchachos peronistas… y una Eva
En los comicios de Argentina, cuya primera vuelta es el 27 de octubre, el presidente en ejercicio, Mauricio Macri, enfrenta a la expresidenta peronista Cristina Fernández de Kirchner y a los también peronistas, Roberto Lavagna, que fue ministro de economía de Néstor Kirchner, el fallecido esposo de Cristina, también presidente, y Juan Manuel Urtubey, gobernador exitoso –y extravagante, se dice– de Salta.
Los dos principales contendientes tienen facturas políticas impagas –como también las tienen, pero irrelevantes para esta elección, Lavagna y Urtubey. Macri enfrenta las críticas a su gobierno, que se ciñó a una brutal “ortodoxia económica” para contrarrestar los excesos y la demagogia del régimen de Cristina, pero termina con un saldo de brutales recortes que afectaron a los desfavorecidos y una crisis económica. Cristina, por su parte, debe responder a serias acusaciones y a un juicio por corrupción, a críticas a la demagogia de su régimen y a un gobierno ineficiente, por no decir caótico.
La contienda tiene mucho de sainete, porque ambos adversarios, que se detestan y son respectivamente, el rostro del neoliberalismo y el del populismo –para emplear la terminología en boga– pretenden beneficiarse de la franquicia –patente de corso– del peronismo: Cristina, peronista por antonomasia y Macri porque eligió a un peronista como candidato a vicepresidente. Ya decía Perón que en Argentina había un 30 por ciento de liberales, e iguales porcentajes de conservadores y de socialistas; y ante la obligada pregunta: “¿y dónde están los peronistas?”, respondía socarrón: “¡ah, no, peronistas somos todos!”
Macri lleva como compañero de fórmula a Miguel Ángel Pichetto, senador, que fue colaborador del kirchnerismo en el legislativo durante 13 años, pero antes fue menemista y duhaldista. Es de derechas y los analistas consideran que “garantizará la gobernabilidad” del eventual segundo mandato de Macri, permitiéndole reformas exitosas en ámbitos como el fiscal y el tributario.
Pero si el presidente se ha mostrado hábil con su jugada, la ex mandataria no le va a la saga: aun antes del anuncio de la fórmula acordada por el mandatario con Pichetto, Cristina sorprendió anunciando que ella se postula como candidata ¡a vicepresidenta!, cediendo la de presidente a Alberto Fernández, que fue su jefe de gabinete, convirtiéndose después en opositor violento. La fórmula Fernández- Fernández.
La competencia electoral, en síntesis, enfrenta a dos proyectos, corridos ambos un poco al centro, dicen expertos, con la participación de una tercera candidatura sin opción de triunfar, pero sí de negociar sus votos ante la eventualidad, altamente probable, de haya segunda vuelta, el 24 de noviembre.
¿El triunfo de Cristina dará oxígeno a la declinante izquierda latinoamericana? No sé. Lo cierto es que la victoria de Macri sí es considerada “fundamental para América Latina” por sus congéneres, Bolsonaro y el mandatario colombiano Iván Duque. Ambos, sin el menor escrúpulo, han pedido el voto para Macri.
El espacio vital –lebensraum– de México
Puede sonar políticamente incorrecto el empleo del término lebensraum para hacer referencia a Centroamérica y el Caribe como el espacio vital de México. Lo cierto, sin embargo, es que el istmo –y en buena medida Cuba, República Dominicana y Haití– forman parte del espacio vital de México, no como tierra de conquista, expansión y dominio en términos del Tercer Reich, pero sí como espacio de convivencia y de proyectos de desarrollo compartido. Insoslayable, como lo prueba hoy la inmigración a México, que debe dejar de ser drama y traducirse en convivencia y desarrollo compartido.
México, ante este aquí y ahora, tendrá que fortalecer su presencia e influencia en sus vecinos del sur, que han cambiado gobierno recientemente o están celebrando elecciones, como es el caso de Guatemala.
Este país hermano y vecino, “gangrenado por la corrupción, la pobreza y la violencia”, celebró elecciones el domingo 16 de junio, con la participación de 19 candidatos a la presidencia. Con las malas nuevas de que seguramente no retornará al país la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), cuya contribución a la persecución y castigo de corruptos ha sido valiosísima –logró la defenestración y encarcelamiento del presidente de la república Otto Pérez Molina. Con la mala nueva, también, de que los candidatos triunfadores, que se enfrentarán en segunda vuelta el 11 de agosto: Sandra Torres con alrededor de 26 por ciento de los sufragios y Alejandro Giammattei con un 14 por ciento, cargan con enorme desprestigio, por presunta corrupción ambos y el segundo, además, como director que fue del sistema de presidios cuando tuvo lugar una masacre en la principal cárcel.
Las buenas noticias son que concluye la gestión del impresentable presidente evangélico, Jimmy Morales; y –varios analistas lo subrayan– que haya tenido lugar un significativo voto de protesta, de 11 por ciento a favor de Edmond Mulet, exjefe de gabinete de Ban-Ki-Moon, y del 10.4 por ciento para Thelma Cabrera, una campesina maya mam, de izquierda, que obtuvo similar cantidad de votos de los campesinos indígenas y de los habitantes de la capital mestiza.
El exitoso desempeño de la lideresa maya hace pensar a respetados analistas, que anuncia el surgimiento de una nueva izquierda. “La posibilidad de un Evo Morales a la guatemalteca.”
Para México es urgente una ofensiva diplomática hacia los tres países del Triángulo del Norte, para lo que requiere diplomáticos como embajadores y no políticos premiados. Exige, desde luego, que el presidente de México reúna a sus homólogos de Guatemala, El Salvador y Honduras y acuerden, bajo el liderazgo mexicano, fórmulas para encarar el problema de la migración; y también para echar a andar un proyecto al mismo tiempo realista y ambicioso, de desarrollo del sur de México y de los tres países.
Es una buena noticia que el presidente López Obrador se reúna el jueves 20 con el presidente salvadoreño que recién tomó posesión, Nayib Bukele, de quien dice que es “joven, inteligente, progresista, muy buena persona”. Y es aún mejor noticia la de que en esa reunión iniciará el Plan de Desarrollo Integral para Centroamérica, diseñado por la CEPAL, que cuenta, por lo pronto, con la aportación financiera de México, España y Alemania a los que se sumarán otros países.


