Las conjuras

Marco teórico general

Conjurar, tomado el término en su acepción de existir un acuerdo entre varias personas para actuar juntas contra algo o alguien, es inherente a la naturaleza humana. Es lo que va con su condición de ser social. Cuando la acción se endereza contra quienes son titulares formales del poder público o que de hecho lo ejercen, se denomina conspiración.

Se conjura en el círculo familiar, las escuelas, las universidades, los centros de trabajo, negocios públicos; de manera particular, en el Estado, como organización política; y en la comunidad internacional, como foco de intereses preferentemente económicos o ideológicos.

La educación y la formación de una persona, consciente o inconscientemente, comprende el aprendizaje de la técnica para conjurar y para prevenirse de quienes las intentan. Las conjuras y su técnica son parte del patrimonio cultural de la humanidad.

De lo que se tiene memoria, no ha existido sociedad que, en alguna etapa de su historia, no haya sufrido o sufra esa forma de violencia. Es una manera de hacer política, aunque por otros medios, siguiendo a Karl Von Clausewitz, De la Guerra: (“… la guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de la actividad política, una realización de la misma por otros medios”. Editorial Diógenes, México, 1983, p. 24.)

Tenía razón el autor romano cuando decía: “quienes tenían la posibilidad de vivir en paz por todo lo grande o cómodamente, preferían la incertidumbre a la seguridad, la guerra a la paz”. (Salustio, Conjuración de Catilina, Editorial Gredos, Madrid, 2013, p. 87).

En el fondo, por una u otra razón, en toda sociedad hay ejemplos de conjuras e, incluso, de violencia. Las razones o pretextos para recurrir a ellas no faltan: un mal reparto de la riqueza, no dar la participación en los negocios públicos a ciertos sectores o no darla en la proporción en que se cree tener derecho; no respetar los privilegios o prerrogativas. (N. Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, libro III, cap. 6, 9 a 10; y Ted. Robert Gurr, El porqué de las rebeliones, Editores asociados, México, 1974).

Incluso, en sociedades monoteístas, reconocer o rendir culto a deidades diferentes a la adorada por la mayoría o reconocida oficialmente, es un buen pretexto para conjurar y para ejercer violencia. El expediente de buscar la salvación de alguien, es una buena razón para eliminar o reprimir a disidentes (Jan Assmann, Violencia y monoteísmo, Fragmenta Editorial, Barcelona, 2009). Los incrédulos, por lo general, no hacen violencia sobre los que creen con fin de hacerlos cambiar de opinión.

El Estado, como una organización soberana, es una forma de monoteísmo, en algún tiempo reclamó para sí el monopolio de la violencia; dentro de su territorio repudia toda competencia. La normatividad que emite, se expide con la pretensión de ser exclusiva, en el sentido de excluir. Lo logra pacífica o violentamente. Toda organización política es, por naturaleza, violenta. De una u otra forma lo son, incluso, todos los entes sociales.

El término conjura se toma como genérico; éste comprende varias especies: golpes de estado, sublevaciones, revoluciones y otros; así se hizo desde la antigüedad y lo reitera Maquiavelo.

 

Estado y monopolio de la violencia

“…en todo estado que funcione ‘normalmente’, sea cual fuere su forma, el monopolio de la violencia y la represión pertenece al poder gubernamental, Es un derecho ‘inalienable’  y el estado lo guarda celosamente, cuidando siempre que ningún grupo de particulares lo viole”. (León Trostky, Defensa de la insurrección de 1905, en la obra Teoría y práctica de la revolución permanente, Siglo XXI Editores, México, 2010, p. 61).

En México, durante mucho tiempo, se consideró que los poderes y autoridades públicos que prevé la Constitución Política eran los titulares del monopolio de la violencia. Esto ha cambiado.

El supuesto monopolio de la violencia que se consideró correspondía al Estado, no existió; de haber existido, en la actualidad ese es un concepto que cuestionan o niegan los hechos.

“…puede alegarse que el Estado nacional de cuño clásico ya ha superado su punto álgido como principio de ordenamiento político. Incluso en los países occidentales industrializados su autoridad empieza a quebrantarse y ya no dispone del monopolio indiscutido del Poder”. ( Peter Waldmann, ob. cit. p, 34.).

En México, por virtud de tratados y convenios internacionales, operan y ejercen actos que son propias del Estado, instituciones extra nacionales y agentes extranjeros, armados y desarmados. Por virtud de ellos el monopolio de la fuerza se ha roto; existe una fragmentación de las fuentes e instrumentos de violencia.

El anterior es un factor que, para el caso de una conjura, sus autores y quienes intervienen en ella deben tomar en consideración.

Existen dentro del territorio nacional diferentes autoridades a las que se debe obediencia: poderes y autoridades locales, organizaciones empresariales, sindicatos, iglesias, gremios, universidades, escuelas, clubs y otros. Ellos cuentan con elementos para hacerse obedecer: influencia, policías, recursos económicos, cláusulas de exclusión, de expulsión, excomuniones, amonestaciones y castigos. También son elementos a considerar cuando el Estado pretende usar el aparato represivo o de tomar en cuenta al momento de que alguien intente una conspiración.

En algunos casos el Estado presta su auxilio para que esos factores de poder se hagan obedecer. Durante la época colonial la iglesia católica contó con el brazo secular para imponer su autoridad y conservar su monopolio religioso. Las leyes prevén vías y acciones para que los directivos de los sindicatos y clubs hagan valer en el interior de ellos sus determinaciones.

 

Formas de violencia que se estudian

De las formas de violencia que se han presentado en México, se formulan consideraciones respecto de aquellas que se enderezan contra el Estado o las autoridades constituidas, legales o de hecho. No se estudia, aunque de paso se alude a ella, la violencia que el Estado, como titular del cuasi monopolio del aparato represivo, ejerce sobre la población por diferentes razones y a través de diversos medios o instrumentos.

Las formas de violencia que aquí se estudian, a falta de otro término más apropiado, de inicio, se denominan como conjuras o guerras civiles; que son las que se manifiestan en el interior del territorio nacional y cuyo conocimiento, tomado el término en un sentido amplio, corresponde a las autoridades nacionales:

Para István Kende las guerras muestran cuatro elementos:

“1. Son conflictos violentos de masas.

“2. Implica a dos o más fuerzas contendientes, de las cuales al menos una, sea un ejército regular u otra clase de tropas, tiene que estar al servicio del gobierno.

“3. En ambos bandos tiene que haber una mínima organización centralizada de la lucha y los combatientes, aunque este no signifique más que una defensa organizada o ataques calculados.

“4. Las operaciones armadas se llevan a cabo planificadamente, por lo que no consisten sólo en encontronazos ocasionales, más o menos espontáneos, sino que siguen una estrategia global”. (Peter Waldmann y Fernando Reinares, (compiladores), Sociedades en guerra civil, Paidós, Barcelona, 1999, p. 28.).

Lo que en forma genérica se denomina guerra civil tiene diferentes manifestaciones: revoluciones, asonadas, cuartelazos, motines, delincuencia organizada y otras formas.

“…se acostumbra a dividir las guerras en internacionales y nacionales reconociéndose las últimas por pertenecer los bandos a un mismo Estado cuyo territorio representa el escenario bélico”. (Peter Waldmann, Guerra civil aproximación a un concepto difícil de formular, en la obra Sociedades en guerra civil, p. 29.).

No es objeto de este estudio la violencia que deriva de invasiones al territorio nacional por una potencia extranjera, que censuran el derecho internacional y regulan las leyes de la guerra.

 

Antecedentes en México

Dos escritores, uno en el siglo XIX y el otro de principios del siglo XX, al hacer el diagnóstico del país, coinciden en su apreciación:

“La historia de Méjico desde el periodo en que ahora entramos, pudiera llamarse con propiedad la Historia de las revoluciones de Santa Ana. Ya promoviéndolas por sí mismo, ya tomando parte en ellas excitado por otros; ora trabajando para el engrandecimiento ageno (sic), ora para el propio; proclamando hoy unos principios y favoreciendo mañana los opuestos; elevando á un partido para oprimirlo y anonadarlo después y levantar al contrario, teniéndolos siempre como en balanza; su nombre hace el primer papel en todos los sucesos políticos del país y la suerte de este ha venido á enlazarse con la suya, á través de todas las alternativas que unas veces lo han llevado al poder más absoluto, para hacerlo pasar enseguida á las prisiones y al destierro…” (Lucas Alamán, Historia de Méjico, Editorial Jus, México, 1969, tomo V, p. 434).

“En los veinticinco años que corren de 1822 adelante, la Nación mexicana tuvo siete Congresos Constituyentes que produjeron, como obra, una Acta Constitutiva, tres Constituciones y una Acta de Reformas, y como consecuencia, dos golpes de Estado, varios cuartelazos en nombre de la soberanía popular, muchos planes revolucionarios, multitud de asonadas, é infinidad de protestas, peticiones, manifiestos, declaraciones y de cuanto el ingenio descontentadizo ha podido inventar para mover al desorden y encender los ánimos…” (Emilio Rabasa, La constitución y la dictadura, México, Tipografía Revista de revistas, México, 1912, p. 9).

En 1847 México fue invadido por tropas de los Estados Unidos de América. Posteriormente siguió habiendo de todo; hasta el caso de un presidente de la república legítimo y electo democráticamente, que se dio un auto golpe de estado y se declaró revolucionario, para desconocer la Constitución de 1857 que él mismo había promulgado y jurado respetar. Hubo y sigue habiendo de todo.

En el siglo XX surgieron diferentes movimientos armados, asonadas y cuartelazos; ellos se han englobado bajo rubros generales: revolución (1910-1917); una nueva constitución (1917); una asonada militar triunfante (1920); una rebelión fracasada (1923); una insurrección civil conocida como guerra religiosa o de cristeros (1926-1929); otra rebelión, llamada Escobarista (1929); una rebelión Cedillista (1938-1939); un “alzamiento” Jaramillista (1952); un movimiento estudiantil (1968); y una revuelta indígena zapatista (1994).

A todo lo anterior, en el mismo siglo XX, debe sumarse el asesinato de dos presidentes de la república en funciones (Francisco I. Madero y Venustiano Carranza), de un presidente electo: Álvaro Obregón en 1928; un atentado contra el presidente Pascual Ortiz Rubio en 1930; y un atentado contra el tren presidencial en 1929. Hubo dos invasiones norteamericanas: la de Veracruz, en 1914 y la de 1916, en persecución de Francisco Villa, conocida como expedición punitiva. Muchos otros movimientos de inconformidad, armados y desarmados, que procuraron, bajo diferentes planes, programas políticos y manifiestos, un respeto al principio de no reelección, democracia auténtica, elecciones libres y mayor libertad. Más de ochocientas reformas a la Constitución Política y propuestas de una nueva Constitución.

En el siglo XXI, por estar iniciando, México todavía no ha experimentado violencia política, pero sí criminalidad generalizada en sus diferentes manifestaciones: delincuencia organizada; violencia oficial, mediante el uso de las fuerzas armadas contra la población; homicidios, robos, secuestros, saqueos y fraudes, políticos y privados.