Al cumplirse un año del último proceso electoral, el grupo gobernante celebro su triunfo de esa jornada comicial, con un evento masivo en el Zócalo de la Ciudad de México, considerado el corazón político de la Nación.

El nuevo Tlatoani, continúo su proceso de construcción simbólica de mitos del nuevo orden que pretende instrumentar. En el fondo sembrar en el inconsciente colectivo una cuarta transformación del devenir nacional, que no se acredita en los hechos y que pragmáticamente solo existe en el discurso. Y en la forma, sustituir con un evento el 1º de julio al informe que el ejecutivo debe rendir ante el Congreso que representa al pueblo cada 1º de septiembre, en términos de la Constitución Política que aún nos rige.

La alocución presidencial tiene múltiples lecturas que en los días transcurridos hemos leído, escuchado y visto por los medios de comunicación y las tan en boga redes digitales. Intentar una síntesis de la numeralia de los para algunos,  falsedades o medias verdades o de los logros y metas cumplidas para otros es ocioso y resultaría repetitivo. La diferencia de opinión solo evidencia la profunda división y polarización de la sociedad.

Podría afirmarse que se buscó un formato de Informe al pueblo, un mensaje de rendición de cuentas en el ejercicio del poder, solo que con la ausencia más que evidente de los otros poderes de la Unión. La lectura del documento, recordó una retórica de mediados de los sesentas e inicios de los setentas, enumerando entre otras cosas, kilómetros construidos, puentes y vialidades erigidas, árboles plantados y un largo etcétera que nos sumergió en un océano de cifras. El tono triunfalista pudo haberse omitido, y sobre todo, detenerse un tiempo mayor en los temas, que fueron mencionados en unas cuentas líneas  y que constituyen los temas torales que agobian al país: la marcha de la economía y  la inseguridad con su espiral de violencia.

El recuento de logros y acciones, está bien, pero muchos esperában, un toque de autocrítica, de reconocimiento de yerros, de rectificaciones, de explicaciones de los grandes problemas nacionales y de planteamientos racionales para enfrentarlos.

En materia de política internacional, se prefirió el eufemismo y se evitó mencionar con claridad las presiones del actual gobierno estadounidense. Volvió a quedar en evidencia que prefiere refugiarse en un nacionalismo estatista cerrado al mundo, que jugar el papel que a México le corresponde en el contexto geopolítico global.

La contradicción central del mensaje debe buscarse hacia el final, se dirige hacia sus seguidores y segrega a franjas importantes de mexicanos y un par de párrafos después  llama a la unidad nacional. Muchos quisiéramos que se construyera una verdadera reconciliación nacional, que esta fuese una realidad, sin embargo debe aplaudirse el reconocimiento formulado al respeto de las libertades y a los derechos humanos, pero quisiéramos que no fuese solamente discursiva.

El Presidente de la Republica, para quien debemos respeto, debe entender que el maniqueísmo de pueblo bueno por un lado y sus adversarios por el otro, daña a México. Somos muchos los que desde nuestras trincheras hemos combatido la enorme desigualdad social, nos une un ideal común. Y debe quedar claro que el amor a México no es propiedad de nadie.