Ahora nos regresan a los que hemos expulsado. El gobierno de Trump intensifica lo que llama “redadas” y se lanza a la cacería de mexicanos (que son los que nos interesan) ilegales. No sabemos si esto se discutió, se trató y en su caso se aprobó con Marcelo Ebrard en Washington. Esperemos no sea uno de los renglones discrecionales –vamos, en secrecía– que tanto presume Trump guardar en el bolsillo de su saco.

Como sea, el durísimo conflicto migratorio, hay que reconocerlo, lo generó el Gobierno de México ofertando puertas abiertas y fronteras porosas. Mire nada más un ejemplo de que tan grande es el problema. ¿El número de africanos, sí africanos, que han llegado a nuestro país vía la frontera con Guatemala no son producto de poderosas mafias internacionales de traficantes y trata de personas? ¿Y esto no la ha medido la autoridad mexicana, así como sus preocupantes consecuencias? Porque aquí se les ha dado salvoconductos y la bienvenida y sin tener políticas públicas muy claras en el tema.

El Presidente Trump no está haciendo más que su trabajo y en las últimas horas ha provocado que miles de mexicanos, en ciudades como Houston, abandonen sus lugares de residencia y trabajo por el miedo a ser deportados al no contar ni con visas ni con el trámite de asilo.

En todo esto, y por estar geográficamente justo en medio de Estados Unidos y Centroamérica, pagamos las más duras repercusiones y más aún con un gobierno populista que festeja hasta sus errores. La pregunta es, ¿qué vamos a hacer con tantos deportados, tantos migrantes y los que aquí se quedarán a espera que los Estados Unidos decidan o no darles seguimiento a sus solicitudes de asilo? ¿Cómo vamos a afrontar el crecimiento demográfico de tantas mujeres que aprovechan su estancia para embarazarse y lograr la nacionalidad mexicana?
¿O seguiremos enviando millonarias donaciones en dólares a los centroamericanos para intentar frenar los éxodos? ¡Y que conste que son preguntas!