“La historia ocurre dos veces: la primera como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. Frase con la que empieza el libro de Carlos Marx, El 18  de Brumario de Luis Bonaparte. Palabras, por cierto, que el coautor del Manifiesto Comunista atribuye al filósofo idealista alemán Georg Wilhelm Friederich Hegel que tantos dolores ha causado a los estudiosos de la dialéctica. La cita ha sido utilizada con infinidad de propósitos, no siempre de forma acertada. Espero que no sea el caso.

Creo que la “gran tragedia” se dio con la “cacería de brujas” desatada por el político extremista estadounidense, el senador Joseph Raymond McCarthy (1908-1957) que presidió, de 1950 a 1954, un comité de investigación de la Cámara de Senadores que investigaba a todos los “comunistas” o sus “simpatizantes” que ocupaban cargos en las dependencias esenciales del gobierno de la Unión Americana por ser “enemigos y traidores de EUA”. Esta “cacería” significó infinidad de tragedias y abusos. El “maccarthismo” terminó por propiciar un viciado ambiente de sospechas, la mayoría  injustificadas, envenenando la vida de los estadounidenses. Debido a sus excesos, McCarthy dejó de ser apoyado por los jefes del Partido Republicano y fue objeto de una “moción de culpabilidad” en el Senado en 1954.

Los interesados en esa oscura época de EUA, deben leer el libro Tiempo de canallas, de la escritora Lillian Florence Hellman (1905-1984), intelectual de izquierda, que tomó parte en la Guerra Guerra Civil de España; acusada y perseguida por McCarthy; fue pareja sentimental del famoso autor de novelas policiacas y miembro del Partido Comunista de EUA,  Dashiell Hammet, autor de El halcón maltés. También víctima del maccarthismo. Episodio que remueve lo más negativo de la vida pública del país asentado del otro lado del río Bravo.

Esa fue la “gran tragedia”. La “farsa” se está dando ahora, con la racista campaña del presidente Donald John Trump, convertido en “gran inquisidor”, en contra de cuatro jóvenes parlamentarias demócratas –de color, dicen en EUA–, cuyos orígenes raciales son desde latinos, hasta islámicos, a las que el magnate –descendiente de alemanes y de escocesa– acusa de “odiar” a la tierra del “blanco” Tío Sam y, por lo tanto, “deben retornar a sus países originales llenos de violencia y de atraso”. El magnate, inquilino actualmente de la histórica Casa Blanca en Washington, empezó su carrera política agitando, entre otras cuestiones, un discurso nacionalista que entusiasmó a los movimientos del nacionalismo blanco. Una de las más nefastas aberraciones en la historia de la Unión Americana.

Hablar de sangre y de raza en la Unión Americana debería ser algo sin mayores complicaciones, pero no es así. Es algo que se ha convertido en uno de los más pesados lastres para la libre connivencia en la Unión Americana, “aunque usted no lo crea”. Mero ejemplo. Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, es de ascendencia italiana tanto por la línea materna como paterna; el senador Bernard (Bernie) Sanders es hijo de inmigrante polaco y de madre neoyorquina; el republicano Marco Rubio, hijo de cubanos; y Trump fue procreado por madre escocesa (Mary Anne MacLeod), su abuelo paterno era alemán que llegó a EUA a principios del siglo XX. Después de la Segunda Guerra Mundial, su padre, Fred Trump, empezó a hacerse pasar como descendiente de suecos para que no lo identificaran como un nazi alemán y sus posibles clientes judíos lo rechazaran. Convenenciero el padre como lo es el hijo. En la vida de Trump hay mucho de mentira.

La política, como la vida cotidiana de EUA, es una historia llena de extranjeros y su descendencia que dejan de serlo. Según los datos de la organización Pew Research, el 13 por ciento de los actuales miembros del Congreso estadounidense tiene un progenitor inmigrante, pero si se ahondara en dos o tres generaciones atrás no sería nada difícil encontrar que una mayoría cuenta con antepasados que llegaron al coloso del norte en busca de una vida mejor.

Pese a sus innumerables mentiras hay algo que Trump no oculta: aunque no se atreve a declarar claramente que es un “supremacista blanco”, incluso rechinando los dientes “lo niega”. El hombre de la cabellera ridícula y de las corbatas tipo Clavillazo no es el primer mandatario racista que dirige los destinos de la Unión. Antes de la Guerra Civil hubo varios, como su admirado Andrew Jackson, el séptimo presidente de EUA,  que gobernó de 1829 a 1837, populista, nacionalista, supremacista blanco, esclavista y exterminador de indígenas, aunque adoptó a un indio huérfano. Pese a que no comulgaba con la idea de un banco central, su imagen  aparece en los billetes de veinte dólares hasta la fecha. Fue un hombre afortunado, es el único mandatario estadounidense que sobrevivió a un atentado y vivió hasta los 78 años de edad, algo poco común en su época. Trump lo eligió como emblema de su mandato, por eso su retrato como si fuera un Cristo, preside el Despacho Oval desde 2017.

Los tiempos y las costumbres han cambiado mucho de los tiempos del séptimo mandatario estadounidense al 45º. Andrew Jackson fue un racista en un país esclavista y en una época racista. Los tiempos de Trump no son racistas, por el contrario. Aunque a muchos no les parezca así, los días que corren son antirracistas. No obstante, sus discursos y sus ideas –si así se les pueden llamar–, son supremacistas, pero no tiene el coraje necesario para reconocerse como tal. Ese es su juego.

Trump ha demostrado su terquedad una vez tomada una decisión. En 2011, junto con sectores de la derecha más radical presentó una aventurada teoría sin sustento según la cual Barack Hussein Obama, el primer afroamericano en la historia en llegar a la Casa Blanca, había nacido en Kenia (país de origen del progenitor del futuro mandatario) y no en Hawai como sucedió realmente. La mentira de Trump llegó lejos y Obama tuvo que mostrar su acta de nacimiento fechada en Honolulu el 4 de agosto de 1961.

 

Estamos en una época antirracista, aunque el presidente de Estados Unidos piensa que está en los años del esclavismo, además de una forma de maccarthismo en pleno siglo XXI.

 

Por aquellos días el presentador de shows televisivos ya había tomado la decisión de presentarse como candidato republicano a la presidencia de EUA, aunque decidió postergarlo hasta 2016. Exactamente en el mes de septiembre de dicho año. Todavía no se cumplen tres años de que Donald Trump “aceptó” que Obama era estadounidense nacido en una entidad de la Unión y que su madre también lo era.

Las acusaciones de racismo en contra del presidente Donald John Trump han estado presentes desde que empezó su campaña como candidato, cuando arremetió contra los mexicanos señalándolos como “violadores” y vendedores de drogas, amén de que México se “aprovechaba” de las bondades de EUA, por lo que amenazó con construir el “muro” en la frontera sur de su país,  hasta los recientes ataques a las legisladoras demócratas con orígenes “extranjeros”, musulmanas y demás minoría étnicas: Rashida Tlaib, Ayanna Pressley, Ilhan Omar y Alexandra Ocasio-Cortez, la más joven en la historia del Congreso estadounidense.

De acuerdo con diferentes analistas, Trump ganó la presidencia gracias al racismo de su campaña. Todo indica que repetirá esta estrategia: animar los sentimientos racistas y de supremacía blanca en aras de triunfar en su reelección. En este sentido, Trump no dudará ni un instante en utilizar las tácticas más extremas para lograr su propósito. El resto de 2019 y casi todo 2020 será “tiempo de canallas” en EUA, será un año electoral de pesadilla para muchos estadounidenses. El supremacismo blanco tratará de hacer valer que los que no son de su “color” –como las representantes demócratas atacadas por Trump públicamente–, no deben ser incluidos como parte de la nación. Y millones de personas más. La “pesadilla” racial fomentada por Donald Trump apenas comienza.

En este diabólico juego electoral hasta el “reparto” de los bienes del Chapo Guzmán sirve para los intereses de Trump. ¡Bueno, hasta para la caridad cristiana de Andrés Manuel López Obrador que se conduele por la condena a cadena perpetua contra el criminal narcotraficante! “Tiempo de canallas”.

La convivencia racial en EUA sigue bajo tensión: seis de cada diez estadounidenses cree que la relación no es buena, según un estudio de Pew Research del mes de abril pasado, y casi la misma proporción cree que el presidente Trump ha “empeorado la situación”. Esta percepción sobre el magnate se encuentra tremendamente polarizada entre demócratas y republicanos. De acuerdo con una encuesta de Ipsos/USA Today de la semana anterior, el 57 por ciento de los republicanos está de acuerdo con los ataques del magnate a las legisladoras no blancas. El 88 por ciento de los demócratas cree que los tuits de Trump son antiamericanos. Así están las cosas y lo más seguro es que serán peor. VALE.