Muchos y variados son los problemas que debe afrontar el País. Entre ellos destacan el ajuste o cambio del Modelo de Desarrollo para remontar casi cuatro décadas de virtual estancamiento del crecimiento económico de un mediocre 2 por ciento inferior a la tasa de natalidad y que propició una desigualdad social como nunca en la historia de México.

Atacar esta tarea requiere definir el papel que debe tener la extracción y procesamiento del petróleo. El destino de la riqueza generada a través del gasto público es a su vez otra tarea ardua. Vayamos por partes. La existencia y uso del petróleo en nuestra tierra viene de lejos en la historia. Antes de la llegada de los conquistadores hispanos, se le conocía y se le daba uso medicinal. En el último tercio del Siglo XIX comenzó su búsqueda, extracción y utilización en actividades industriales, que se realizó mediante el otorgamiento de concesiones a empresas inglesas, holandesas y norteamericanas principalmente.

Es muy conocido que en el periodo revolucionario las zonas petroleras del norte de Veracruz y sur de Tamaulipas, estuvieron prácticamente segregadas de la vorágine de la lucha armada; que las compañías petroleras mantuvieron un ejército privado que resguardaba sus instalaciones, que prácticamente quedaron indemnes. Es también muy conocido, como estas compañías, despojaron de sus tierras a sangre y fuego a los campesinos de la región, en la insaciable fiebre por localizar crudo. La coincidencia histórica con la primera guerra mundial, le dio al petróleo un valor geopolítico muy importante porque permitió la movilización de los buques de guerra de los aliados.

La importancia que, para la economía nacional representaban los ingresos fiscales de la extracción del crudo creció y aunado a las presiones políticas de los países de origen de las petroleras, posibilitó que los gobiernos revolucionarios fuesen chantajeados con su “reconocimiento” por parte de esos gobiernos,  especialmente los Estados Unidos e Inglaterra. A  grado tal que debimos de firmar los ignominiosos Tratados de Bucareli, para obtener el reconocimiento del régimen Obregonista y la no aplicación en esta materia de la Constitución del 17, que reivindicó para la Nación la propiedad originaria de tierras y aguas.

Con todo, la arrogancia y soberbia de las Compañías petroleras extranjeras, que además de negarse a cubrir sueldos decorosos a sus trabajadores, evadían impuestos, llevaron al gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas a expropiar las compañías extranjeras del petróleo. A esto sigue una hazaña histórica de los ingenieros y trabajadores petroleros mexicanos que construyeron una gran industria y generaron una dinámica económica que nos permitió, junto con otros factores crecer a tasas de alrededor del 6 por ciento anual.

Luego, se acabaron las existencias de crudo en tierra y a finales de los años 60s comenzamos a importar petrolíferos, y nuevamente en otra hazaña, localizamos petróleo en aguas someras del Golfo de México y pese a nunca haberlo hecho perforamos y extrajimos  el denominado oro negro en cantidades tales y con un precio internacional que llevo a exclamar a un malhadado presidente que debíamos administrar la abundancia.

Una serie de factores geopolíticos externos, un oceánico de derroche, la siempre presente e incontenible corrupción y la falta de visión de futuro, nos despertó en la triste realidad de estar convertidos en meros exportadores de crudo, sujetos a los vaivenes del precio del barril de petróleo fijado en el extranjero, petrolizamos las finanzas públicas y prácticamente vivimos de vender petróleo.

Lo peor del caso, es que abandonamos lo antes realizado; nuestras refinarías y plantas petroquímicas se volvieron tecnológicamente obsoletas y la corrupción se apodero de Pemex. En razón del tiránico espacio, en la próxima entrega habré de retomar el hilo de esta historia y lo que ahora se plantea como futuro para Pemex.