Una decisión trascendental será la integración o no, de México al Consejo de Seguridad de la ONU. En esta ocasión, una vez más nuestro país, tiene el apoyo de la región latinoamericana y del caribe para formar parte de este muy importante órgano de las Naciones Unidas, quizá el más complicado, difícil y decisivo para la toma de decisiones y acuerdos de acciones preminentemente políticas, más que jurídicas.
La función principal de este Consejo de mantener la paz y la seguridad internacional, se ha convertido en un validador del uso de la fuerza para legitimar a ésta en la solución militar de conflictos regionales; lo cual debe considerarse con toda seriedad para estar conscientes de la grave responsabilidad que implica nuestra participación en él mismo.
Es cierto que recién fundada la ONU, México se integró en 1946 al Consejo de Seguridad, al que no volvió hasta décadas después, al entender que su presencia en el conflicto de la guerra fría, era más perjudicial que benéfico para nuestros intereses nacionales y que finalmente las cinco grandes potencias permanentes de los quince miembros que la integran, podían con su derecho de veto bloquear cualquier posicionamiento de neutralidad y nada ganaríamos en caso de votar en contra de los Estados Unidos o abstenernos en el mejor de los casos a sus intereses de expansión mundial, en franco conflicto con la URSS. Aunque es justo reconocer que nuestra diplomacia estuvo del lado de la descolonización de África.
Regresamos al Consejo hasta 1980- 1981 con el liderazgo del inolvidable Canciller Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, periodo en el cual nos entrampamos en votos en contra de la Unión Soviética por la invasión de Afganistán principalmente y también con votos en contra los Estados Unidos por su injerencia en conflictos armados en África y América central, así como, el escalamiento de sus acciones contra Cuba. El precio fue un deterioro de las relaciones bilaterales con los Estados Unidos. Y no se trata de calificar la postura mexicana, con la cual, sin duda coincidimos y aplaudimos, es solo resaltar las consecuencias de actuar con dignidad conforme a nuestros principios y las consecuentes repercusiones políticas- económicas.
La siguiente ocasión fue en 2002-2003 con el inefable Fox y su no muy brillante Secretario de Relaciones Exteriores, el hijo del canciller Jorge Castañeda, mismo que instrumentó por la supina ignorancia de su jefe, despojar a la Republica Dominicana de su Candidatura Regional al Consejo, misma que se había pactado con años de antelación. Los resultados son conocidos México voto en el Consejo en contra de la invasión de Irak por los Estados Unidos. Por cierto, el sentido del voto que emitiría Adolfo Aguilar Sinzer, quien no se hablaba con su jefe el Secretario, llevo al Presidente a “enfermarse” e internarse en el Hospital Militar, para no tener que contestar las llamadas de Washington. Las consecuencias: no se pudo concretar un importante acuerdo migratorio (la enchilada completa) con nuestro vecino del norte y un enfriamiento de la relación bilateral.
Por estos antecedentes apretadamente resumidos, ahora que se anuncia nuestra posible integración al Consejo, ha comenzado un interesante debate en los círculos diplomáticos, políticos y académicos. Muchos cuestionan que la percepción del actual gobierno es de temor y falta de seguridad para hacer sentir nuestra presencia en los foros multilaterales y que ha sido el Secretario Ebrard quien ha tenido que llenar los huecos y ausencias que corresponde al jefe del Estado Mexicano. Otros señalan, que más temprano que tarde, entraremos en conflicto con los Estados Unidos a causa de las posturas y posicionamientos de Trump.
En nuestra opinión, Marcelo Ebrard, quien es especialista en Relaciones Internaciones del COLMEX y Juan Ramos de la Fuente, ex Rector de la UNAM, y ahora nuestro embajador ante la ONU; son personas racionales y mesurados, y pudieran recobrar el prestigio Internacional que llegó a tener nuestra diplomacia, sin que ello no implique que en algún momento tengan que tomar decisiones que pudieran tener complicaciones. Es mejor tener presencia Internacional que refugiarnos en una política de campanario.